La democracia de este país
Es conveniente, aunque a algunos les moleste, hacer memoria. Es importante recordarle a nuestra sociedad, a nuestro país, que si la democracia en este país se consolidó y se nos puede llenar la boca con esa palabra, sin entrar en tantas imperfecciones como podríamos enumerar. Que si esa nueva y desconocida forma de convivencia en nuestra sociedad, salvo periodos muy breves en nuestra historia, que si se pudo alcanzar ese objetivo y de forma tan pacífica, fue así porque hubo una clase —la clase obrera de este país— que no cesó en su empeño de luchar por esos objetivos democráticos. Esos objetivos alcanzados en parte y que todos disfrutamos y compartimos. Uno de los grandes logros de esa clase fue, a la vez que instrumento, fue el duro, durísimo y doloroso proceso, también obstinado, de reconstrucción del movimiento obrero. Ese movimiento que fue masacrado, despiadada y cruelmente destruido y humillado antes, durante y después del golpe militar que terminó con el gobierno democráticamente elegido en un Estado republicano en nuestro país. Al igual que le sucedió a las demás organizaciones y partidos obreros de masas. Podemos olvidar aquella historia y ésta más reciente de recuperación de la democracia en España. Podemos tratar de sustituirla por una historia oficial de héroes, pero no es historia.
Y tenemos la obligación, siempre, de homenajear profundamente, sin miedos o cortapisas a aquellos que nos sacaron de continuar en la barbarie. Aquellos que nos dieron la posibilidad de nacer en una nueva historia menos cruel y con menos miseria política, cultural y económica. Con menos degradación.
El sindicalismo no es ni será nunca en este país una fuerza compensadora de los excesos del capital o las oligarquías. No se le podrá reducir a una simple asociación de defensa de unos simples intereses económicos y corporativos. No será una mera cuestión de estética que eluda la lucha de clases. Gran error del neocapitalismo. Se pueden encarcelar a uno, a dos o a mil, pero no se puede encarcelar al verdadero sindicalismo, a sus objetivos irrenunciables.
Y tenemos la obligación, siempre, de homenajear profundamente, sin miedos o cortapisas a aquellos que nos sacaron de continuar en la barbarie. Aquellos que nos dieron la posibilidad de nacer en una nueva historia menos cruel y con menos miseria política, cultural y económica. Con menos degradación.
El sindicalismo no es ni será nunca en este país una fuerza compensadora de los excesos del capital o las oligarquías. No se le podrá reducir a una simple asociación de defensa de unos simples intereses económicos y corporativos. No será una mera cuestión de estética que eluda la lucha de clases. Gran error del neocapitalismo. Se pueden encarcelar a uno, a dos o a mil, pero no se puede encarcelar al verdadero sindicalismo, a sus objetivos irrenunciables.