La cultura no es un lujo
En época de vacas flacas se renuncia a lo superfluo, lo accesorio, lo suntuario, a los artículos de lujo. Las palabras, las letras, la expresión de los sentimientos y las técnicas encaminadas a desarrollar un discurso a través de diversos métodos narrativos, son la esencia de la cultura.
Evidentemente las palabras no son un lujo sino una necesidad primaria, y los que hemos convertido las palabras en nuestras herramientas, los que desmontamos las frases, desatornillando esta palabra y apretando el sentido de estas otras letras para hacerlas funcionar, los que desde la oscuridad de una sala de cine convierten las sombras en luces, los que encima de un escenario edificamos pequeños mundos de mentira capaces de albergar vida y verdad, trabajamos con materiales sensibles: las emociones, los deseos, la reflexión, el análisis social; a través de la radiografía de la ficción tratamos de diagnosticar la realidad; en la pizarra de nuestros escenarios, de nuestros cines, de nuestros libros enseñamos física onírica, matemática poética, informática emocional. El dinero escasea en estos días, está claro, pero posiblemente en tales circunstancias la cultura sea más necesaria que nunca, para ayudarnos a reflexionar ante las nuevas incertidumbres, o para evadirnos en los momentos más críticos, o para ejercitar nuestra sensibilidad abrumada por las cifras y las estadísticas negativas. Cuando los números nos agobian tal vez sea el momento de volver a las letras. Si una crisis sirve de algo es para cuestionar los modelos erróneos que nos han conducido al problema y de indagar en torno a nuevas vías de progreso colectivo. Y en esta labor de análisis social la cultura encuentra su razón de ser. Jaén no puede presumir de mostrarse generosa con la cultura. Asuanes y cervantes de todo tipo han sido derribados sin que sus grandes paredes al derrumbarse hayan levantado ni un ápice de polvo. Y tampoco los profesionales de la cultura han sido considerados patrimonio a cuidar y a conservar precisamente, sino más bien al contrario, son a su vez candidatos a la acción de excavadoras y picotas. Pero en este contexto tan negativo, es necesario perseverar y tirar para adelante, con la carreta de los cómicos repleta de sueños y realidades, arrimando el hombro y empujando el carro hasta cualquier rincón en el que los artistas sean invocados, buscando la complicidad de profesores y familias, de niños y de adultos, de curiosos y de aficionados y tratando de seducir a nuevos públicos, porque las palabras (y todo lo que son capaces de sugerir y de expresar) y en definitiva porque la cultura no es un lujo, son una necesidad y de las grandes, incluso en Jaén, sobre todo en Jaén.
Tomás Afán es dramaturgo