La cultura del olivar como motivo de orgullo para la humanidad

La mayoría de los jiennenses están acostumbrados, porque es lo que ven desde niño y forma parte indisoluble de su filosofía vital. Pero para cualquiera que visita la provincia por primera vez, las extensiones infinitas de olivar son un auténtico shock, un descubrimiento que sorprende de manera espectacular. Hay que ser testigos directos, verlo con los propios ojos, para descubrir lo que realmente significa esa conocida expresión de “mar de olivos”.

    05 jun 2009 / 10:40 H.

    La mirada se pierde en los cuatro puntos cardinales y ni siquiera en lo más alejado, allá por el horizonte, se desdibujan las hileras de esos curiosos árboles perfectamente alineados y que, cosa increíble, se recogen uno a uno. Mucha literatura hay sobre este asunto y no es cuestión de redundar sobre lo mismo, por eso la iniciativa de la Diputación Provincial de solicitar la declaración del Paisaje del Olivo Mediterráneo como Patrimonio de la Humanidad, aprobada ayer, contó desde un primer momento con la unanimidad de todos los diputados para salir adelante. Se trata de un cultivo social como pocos, que impregna de una idiosincrasia peculiar y característica a numerosos municipios europeos de la cuenca del Mediterráneo. Argumentos sobran y pueden recuperarse los mismos que en su día se enarbolaron al viento para defender con uñas y dientes ante Europa una OCM digna para el aceite de oliva. Se trata de reiterar la importancia de la cultura del olivar en toda su amplitud, como un tipo de árbol que genera empleo, contribuye a fijar la población en el territorio y, en suma, supone una forma de vida autóctona peculiar y con una tradición secular. Todos los títulos, todas las distinciones que pueda acaparar el olivo son más que justas y, desde luego, hay que apoyarlas sin fisuras. Y que se lidere este reto desde la capital mundial del aceite de oliva, debe suponer para todos los jiennenses un motivo más de orgullo.