La culpa es de la esperanza

A las puertas del comienzo oficial de la campaña de la aceituna, la actualidad vuelve a golpearnos con la realidad de cientos de temporeros que buscan en esta tierra el maná con el que continuar su travesía por el desierto; un camino sin rumbo que les lleva a ninguna parte. Las administraciones públicas se esmeran por decir, cada vez con más antelación, que no va a hacer falta mano de obra, que el trabajo que hay es para los de aquí, también azotados por esta incómoda y puñetera crisis que, al parecer, lejos de marcharse, cada día nos saca la lengua con su rostro más descarnado y amargo.

    15 nov 2010 / 11:04 H.

    Se invierte dinero en campañas para que los temporeros no crucen Despeñaperros y se vocea a los cuatro vientos que del olivar no conseguirán ni un tajo; pero, a pesar de ello, siguen llegando a Jaén. Tal vez nos falte un poco de empatía, de calzarnos los zapatos del otro, de vestirnos con su piel para entender lo que les mueve a hacer muchos kilómetros para dar con sus pies cansados en esta bendita tierra de olivares. Pongámonos en su situación, con la familia a miles de kilómetros y con las ilusiones primigenias hechas añicos con el paso del tiempo a base del desencanto de las bofetadas que arrea este Primer Mundo al que viene del sur. Todo ello aderezado con la falta de un techo donde guarecerse, el hambre maldita y el cansancio de llamar puerta tras puerta sin recibir respuesta alguna. Ante esta situación, es evidente que lo único que los mueve a llegar hasta aquí es la esperanza. El sueño del que nada tiene y prueba suerte allá donde cree que esta puede sonreírle, por mucho que se le diga desde las administraciones. Queman así un cartucho de pálpitos y deseos de buenos augurios. Pero la realidad se encargará, de nuevo, de ponerles los pies en la tierra. Por eso, cuando se llenen nuestras calles de temporeros desesperanzados, no intentemos encontrar culpables ni en las administraciones -que habrán hecho sus deberes al no crear falsas expectativas-, ni en los temporeros, que son una víctima más de esta triste realidad. Tal vez la culpa sea de la esperanza y, como es sabido, esta es la última que se pierde.