La crisis institucional
Hay momentos muy difíciles en los que escribir un artículo es un ejercicio arriesgado no solo por la responsabilidad que se asume ante los lectores y la sociedad sino porque es necesario meditar mucho las palabras con las que expresar de manera diáfana las ideas que se quieren transmitir sobre una situación o un hecho relevante. A pesar de elegir con toda mesura y dar vueltas una y otra vez a cada frase, a veces resulta casi imposible hablar de ciertos temas sin herir la sensibilidad de algún estamento que pudiese sentirse aludido por el asunto de fondo.
No obstante el escritor ha de asumir el riego de ser malinterpretado cuando publica aquello que considera necesario dar a conocer para ofrecerlo como tema de reflexión. Ahí reside la grandeza de este oficio y por esta razón escribo lo que sigue. En nuestra sociedad se está produciendo una situación de descrédito absoluto de toda la clase dirigente. Por razones de todos conocidas esto ha derivado en una corriente de indignación generalizada. La forma de proceder de algún miembro de la realeza, de los banqueros, los políticos, los sindicatos y la administración pública en su conjunto son observados con ojo crítico por los ciudadanos que constatan cómo el despilfarro aflora en todos los ámbitos sin que parezca que se pueda poner coto a la corrupción, mientras el resto de la sociedad soporta una creciente presión impositiva y unos decrecientes servicios públicos, con lo que el abismo existente entre dirigentes y pueblo llano hace que el desafecto a las instituciones sea ya moneda común, con todo lo que esto conlleva de peligro de estallido social. No es mi intención ser alarmista, antes al contrario quisiera ser constructivo y reiterar una vez más el compromiso de todo el pueblo con la democracia representativa, razón por la que esperamos que de una vez por todas se acometan las reformas necesarias para sanear la clase política, castigar de forma ejemplar a los ladrones, reorganizar las instituciones para evitar gastos innecesarios y tratar de hacer política no para servirse del cargo sino para servir al pueblo que es el principio y el fin de todo el sistema democrático.
Francisco Casas es escritor