26 sep 2014 / 10:22 H.
La comunicación es una necesidad vital del ser humano, pero en este tiempo en que vivimos, la incomunicación es un hecho lamentable, que vivimos en este mundo y que incluso, puede llegar a ser dramático. Somos muchas las personas que echamos de menos aquellas conversaciones vecinales, que obedecían, generalmente, a unas costumbres, a unos valores, en estos momentos, caducos, y que creaban lazos de amistad, de afecto, de interés, de disponibilidad, de ayuda mutua. Echamos de menos esos juegos infantiles en la calle, tras los que venía la consabida merienda, tan ansiada como sana y natural. Nuestra vivienda es, en tantas ocasiones, un espacio cerrado y aislado del exterior, que solo abrimos para ir al trabajo, hacer nuestras compras y diligencias, para expansionarnos, de vez en cuando, con nuestros seres íntimos. Hemos perdido todos esos valores ya sea por nuestro trabajo que absorbe todo nuestro tiempo y apenas nos podemos dedicar a nosotros mismos, nuestros hijos prefieren las videoconsolas que salir a la calle a jugar con sus amigos, hecho que es lamentable, porque su creatividad mental se está perdiendo, y otra clase de actos que por diversos hechos ya no se conservan. Sería deseable, en muchas ocasiones, apagar el televisor, y que fluyera la conversación la transmisión de ideas, proyectos, dificultades, etcétera. Entre los miembros de la familia. y que, como ondas expansivas, se extendiera a los demás, y que serviría de complementación psicológica y social. Para nosotros, los creyentes, es fundamental la comunicación con Dios, nuestro padre, él continúa hablándonos, pero quizá, los afanes diarios, no nos dejen oírlo. En nuestro siglo, anda mendigando oídos que les escuchen, y también lenguas, a través de las que hablar. Como consecuencia, debemos tener nuestros oídos atentos a las necesidades de los otros, y nuestra boca dispuesta para llevar aliento, consuelo, alegría, y un buen consejo, a todo aquel que lo precise. Nunca su función habrá sido tan necesaria y tan valiosa.