La búsqueda de la felicidad

Siempre ha sido inherente en el hombre, la búsqueda de la felicidad. Pero, ¿Lo hacemos adecuadamente? Desde el inicio de los tiempos, el hombre ha intentado cimentar su felicidad, en el poder, en la riqueza, en el placer, en el deporte, el culto al cuerpo, en la creación de obras de arte, etcétera. La ha puesto, lógicamente, en la propia familia. Nada de lo anterior, incluso la familia, nos proporcionan la felicidad que anhelamos. Nuestra familia, trae de la mano etapas, períodos de felicidad, que no podemos detener en el tiempo. Pasa éste, y con él, llegan los problemas, que tratamos de suavizar con nuestra atención, dedicación y nuestro amor, que no bastan. Nadie ni nada puede arrogarse el poder de ofrecernos la felicidad absoluta y duradera que buscamos, sólo Dios, nuestro Padre, que quiere vernos dichosos. Por esto, no hay felicidad auténtica fuera de Él; ésta es la razón por la que tantas personas, dejan su casa para atender a los necesitados, en tierras de misión, por la que crecen los voluntarios en causas solidarias, en los grupos parroquiales, etcétera. La satisfacción de servir a Dios, en los pobres, en los débiles, en los desamparados, de llevarlo a los que no lo conocen, nos trae la dicha, que no podemos encontrar al margen de su Persona. Dejándolo a un lado, sólo podremos experimentar ráfagas de falsa alegría, y el vacío que sucede a todo cuanto es pasajero y superficial. Busquemos la felicidad que nos es permitida en esta vida, en la bondad de nuestro corazón, en el servicio a los necesitados, porque en el amor, y sólo en el amor gratuito e incansable, está el Señor, y junto a Él, la felicidad sin límite, en la vida que no acaba.


    12 may 2014 / 22:00 H.