Bienvenida sin versos
Hoy, tradicionalmente, es el día en que debería llegar la primavera. Puede que lo haga o puede que no. Ya no debe extrañar que ni las estaciones del año sean formales, cuando el incumplimiento no ya de costumbres sino de juramentos es tan habitual en estos tiempos que vivimos como podemos, o mejor dicho, como hacen gala los políticos. Si la primavera se demora sería comprensible. Tendría prisa en llegar cuando la recibían con versos, con poemas, y fiestas románticas. Ahora, cuando es recibida con un bullicioso e incontrolado botellón no creo que le apetezca asomar las narices para percibir el hedor a cubata. No crean que acuso a la juventud de nada. Los jóvenes tienen derecho a querer inhibirse de esta realidad sin futuro que les envuelve, pero me gustaría pensar, quizás con exceso de ingenuidad por mi parte, que habría que buscar otros caminos. Quizás pienso así porque soy muy mayor y cada vez estoy más lejos de la juventud, aunque más cerca de la niñez. En las urbanizaciones periféricas tenemos la suerte de que la primavera se manifiesta libremente, en todo su esplendor sin poemas ni botellón. Como la cosa más natural. Yo les hablo, y perdonen, del Puente Tablas, donde llevo 16 años viviendo día a día. Y aunque aquí ningún vecino puede salir a la calle a comprar un cadejo de hilo o un rollo de cinta adhesiva porque no hay si una sola tienda – creo que las normas de la comunidad no lo permiten- sí disfrutamos de una generosa naturaleza. Eso sí, tenemos dos bares-restaurantes, el Ventorrillo de mi amigo Julio y el también muy popular Luque. Y la primavera viene a apoyarles porque el buen tiempo invita a salir a pleno campo a tomarse una copa, aunque la Guardia Civil cuida de que no sea más que una copa para aquellos que tienen que conducir. El restaurante Luque fue inaugurado por Juan Luque Ortega hace más de 25 años. Desde entonces, su dirección ha pasado por varias manos. Ahora, desde hace unos meses, son Rafael Esquinas y su esposa, Mari Carmen, hija del dueño, los que se han hecho cargo de su explotación. Rafa tiene la ayuda de su cuñado Jose y ahí andan empeñados en ofrecer esta primavera y el verano el buen servicio que ofrecía Juan, el fundador. Y se esfuerzan con ilusión y simpatía en recuperar el notable atractivo de otros tiempos. EL CHASCARRILLO Soledad —No aguanto tantas aglomeraciones, tantos ruidos. Estoy desesperado y me voy a ir a una isla desierta. —Si quieres estar solo vete a Rumanía, si todos los rumanos están aquí.

20 mar 2014 / 23:00 H.