La alegría del verano
La selección gana y el país se lleva una alegría, qué duda cabe, compartiendo un sentimiento colectivo en tiempos de racanerías individualistas y economía de guerra. Esta sociedad se ha replegado sobre una filosofía neoliberal y egoísta de la que será imposible salir, aunque todavía queden resquicios por los que respirar.
El engaño es mayúsculo: España no deja de ser un concepto inventado y construido a sangre y fuego, sin esencia ni destino históricos (como en otras épocas se proclamaba), con el que te identificas más o menos, unos colores, sistema político, himno y escudo, etcétera. A parte de ciertas características culturales y una lengua que hablamos, lo que une a ricos y a pobres —ya sean españoles o no— es mucho menos de lo que nos desune. Vamos a ver (y que conste que soy muy futbolero), en el fondo, que la Roja gane o no da igual, porque todo el mundo tiene que ir a trabajar, si es que tiene trabajo, al día siguiente de la victoria. Pero tal y como están las cosas que la selección gane va a ser el único bálsamo con el que nos vamos a untar las heridas de la subida de la luz, el gas, el pago —mejor sería decir “sablazo”— de los impuestos, el copago o repago de las medicinas, la próxima subida del IVA, las jubilaciones de los ejecutivos de los bancos, los intereses de la burbuja inmobiliaria por la que se forraron unos cuantos, y los recortes de esto, lo otro, lo de más allá y no sé cuántos frentes abiertos que hay actualmente. Menos mal que la alegría no cotiza en la Bolsa.
Escritor
Juan Carlos Abril