La alcuza irrellenable

Como ya es sabido, a partir del próximo año, el aceite de oliva deberá servirse en los restaurantes en recipientes irrellenables y etiquetados. Probablemente estemos ante la medida que más ayude a la comercialización y producción del aceite de oliva de la historia. Tan simple como esto, un envase que traslade al consumidor que no son iguales todos los aceites, y que le garantice la autenticidad que viene reflejada en la etiqueta. Ni ayudas a la superficie, ni a la producción conseguirán lo que esta medida pretende.

    19 nov 2013 / 15:42 H.

    El cliente va a leer una etiqueta y podrá valorar una calidad, fidelizar el consumo e incluso impregnarse de esa cultura gastronómica oleícola tan necesaria. La medida, aún no aprobada en Europa por los intereses de las grandes cadenas de distribución alemanas e inglesas,  viene a poner en bandeja una oportunidad para incorporar el valor añadido del aceite, contribuyendo a una cultura sobre la calidad del nuestro producto estrella. La cuestión está en saber si el beneficio directo  que supone esta medida llegará a los productores o se quedará en las cuentas de explotación de las envasadoras. Y, ¿qué van a hacer las cooperativas oleícolas de nuestra provincia ante esta medida?  Existen dos opciones. Una, quedarse parados, centrados en molturar más barato que la otra almazara del municipio, y esperar a que la demanda y el precio del aceite de oliva de calidad aumente, a través de las ofertas que reciben de los intermediarios. O bien, ser proactivos, e iniciar políticas comerciales orientadas a esta nueva oportunidad, diseñando una gama de productos que se adapten a la normativa y orientados al  cliente de hostelería.  Para ello será necesario acometer alguna inversión y trabajar una red comercial. Ante esto es necesario  buscar alianzas con otras productoras o con empresas distribuidoras, que permitan ofertar un producto de calidad, y a un buen precio. Sólo mediante esta estrategia proactiva, conseguiremos que los resultados de esta medida queden en el territorio y lleguen a nuestra economía. Otra cosa mucho más difícil sería incorporar este valor añadido en las cocinas.  Aquí la etiqueta queda en segundo plano, desplazada por la variable precio. “Apártate que me tiznas, le dijo a la sartén, la alcuza”.

    Rafael Peralta es economista