La agricultura ecológica más justa e igualitaria
Inmaculada Espinilla
Una persona mayor y un niño de corta edad que parece su nieto trabajan afanados entre tomateras, calabacines y unas matas en flor de pepinos. Primero, escardan la tierra; luego, retiran hierbajos. El nieto va y viene una y otra vez desde el carrillo al abuelo portando escardillas, cuerda de pita y otros enseres propios de la huerta. Ambos se sonríen. Uno enseña y el menor aprende siguiendo el ejemplo de la experiencia. Al fondo, sobre sus cabezas, centellean las luces de la ciudad, los luminosos de neón y atruena el ruido de las sirenas. Puede parecer una escena bucólica, pero lo cierto es que los huertos sociales o urbanos han proliferado en el país desde el comienzo de la crisis en el daño 2008.
Una persona mayor y un niño de corta edad que parece su nieto trabajan afanados entre tomateras, calabacines y unas matas en flor de pepinos. Primero, escardan la tierra; luego, retiran hierbajos. El nieto va y viene una y otra vez desde el carrillo al abuelo portando escardillas, cuerda de pita y otros enseres propios de la huerta. Ambos se sonríen. Uno enseña y el menor aprende siguiendo el ejemplo de la experiencia. Al fondo, sobre sus cabezas, centellean las luces de la ciudad, los luminosos de neón y atruena el ruido de las sirenas. Puede parecer una escena bucólica, pero lo cierto es que los huertos sociales o urbanos han proliferado en el país desde el comienzo de la crisis en el daño 2008.
Pero, ¿qué significa realmente el concepto de huerto social o urbano? Según explica el geógrafo de la Universidad Pablo de Olavide y miembro del Comité Pro-Parque Miraflores —colectivo que puso en marcha el primero en España—, Raúl Puente, está asociado con el ocio de personas mayores, pero la realidad indica que, en ellos, trabajan personas de todas las edades.
Los huertos urbanos son parcelas que crecen al abrigo de las ciudades. Se cultivan por personas que no son hortelanos y, entre sus premisas, está potenciar la agricultura ecológica, no vender lo que se produce y el autoconsumo.
Raúl Puente está haciendo la primera tesis doctoral sobre los huertos sociales en Andalucía. La terminará el año que viene y, aunque aún no tiene cerrados los datos, avanza que en la región puede haber unos cien. “Durante los años 80, 90 y 2000, han sido pocos los que se han creado en España. En Andalucía, hasta el año 2008, cuando comenzó la crisis, tan solo habría unos 15 proyectos de huertos sociales y urbanos en Andalucía. La mayoría, 11, se localizaban en Sevilla y su área metropolitana. Destaca la práctica inexistencia en provincias como Jaén y Almería”, señala el geógrafo.
Sin embargo, sus investigaciones demuestran que la situación está cambiado rápidamente, ya que en Jaén son numerosos los ayuntamientos que han mostrado su voluntad para crearlos, entre ellos, están el de Alcalá la Real, Beas de Segura y Marmolejo.
Una de las experiencias pioneras en la provincia es la de Jódar que, hace dos años, habilitó 19.000 metros cuadros de tierra en el paraje del Canónigo para poner en marcha un huerto social como alternativa de ocio. El concejal de Agricultura del municipio, Juan Caballero, explica que se prepararon 124 parcelas de un tamaño aproximado de 150 metros cada una. Una parte se entregó a personas jubiladas y, otra, a discapacitados, aunque todo se decidió mediante sorteo. Además, se les administra el agua. No hay comercio, todo lo que se produce es para su autoconsumo.
En sus orígenes, los huertos urbanos surgían a instancia de las iniciativas de asociaciones ciudadanas, pero, desde el comienzo de la crisis económica, según arguye Raúl Puente, son cada vez más los ayuntamientos los promotores como recurso para minimizar los problemas derivados del desempleo y la falta de ingresos en las familias. “Se puede afirmar, pues, que existe una relación directa entre la crisis económica y el aumento de los huertos urbanos y sociales en España y Andalucía. No solo los Ayuntamientos impulsan su creación, sino que la Consejería de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente ha comenzado a trabajar en un proyecto para fomentarlos”, indica.
La frase “la tierra para el que la trabaja” se hace realidad en el funcionamiento de los huertos urbanos, ya que, por lo general, se reparten entre familias que se quedan con lo que producen. En España, hay muy pocas experiencias comunitarias. Además, existen otras dos categorías los huertos para asociaciones: las destinadas a asociaciones de discapacidad y las educativas. Por lo general, son las instituciones, normalmente a petición de los vecinos, quienes ponen las infraestructuras, como el riego, los caminos o la iluminación.
Por lo general, los que trabajan en las huertas no suelen ser profesionales del campo, por lo que los huertos sociales suelen ir acompañados de un programa de formación que puede venir de la mano de los ayuntamientos o de los hortelanos. No son pocos los beneficios que aportan estas iniciativas a las ciudades. Se pueden dividir en cuatro tipos: social, económico, territorial y ambiental. En el primer apartado, contribuyen a respirar un aire más limpio, a realizar ejercicio, a fomentar la relaciones personales y a una alimentación más sana, entre otros. El beneficio económico se encuentra en que los huertos urbanos repercuten en el nivel de vida de las familias, ya que el dinero que se ahorra en la compra de verduras se puede destinar a otra cosa. Además, se puede generar empleo al contratar a técnicos para la formación o mantenimiento.
Desde el punto de vista territorial, siempre según Puente, favorecen la revitalización de espacios subutilizados y degradados, la recuperación y puesta en valor de espacios y la mejora del paisaje urbano.
Por último, en el aspecto ambiental, disminuye el efecto “albedo” o de reflejo de los rayos solares por los pavimentos urbanos y desciende el efecto “isla de calor” del clima urbano, favorece el equilibrio ecológico de los ciclos naturales del agua y los suelos, se convierten en refugio de la fauna y protegen contra la contaminación.
Experiencia educativa en la capital
No hay que irse muy lejos para encontrar el ejemplo de un huerto educativo. Está en la capital, concretamente, en el colegio Muñoz Garnica. El profesor Ismael Almazán es el encargado de su gestión. Hace quince años, obtuvo una plaza provisional de maestro en ese centro y, entonces, había huerto. Después, desapareció. “Pedí mi plaza definitiva allí por la posibilidad de relanzarlo de nuevo”, comenta. Tiene una capacidad de entre 600 y 750 metros cuadrados y tiene su propio aljibe.
Son los alumnos del centro los que se encargan de sembrar y recoger los frutos y productos. Primero se acondicionó el terreno, se regó y se quitaron las malas hierbas. Hasta ahora han sembrado tomates, pimientos y algunas hierbas aromáticas, como hinojo y tomillo, además de cuidar los árboles frutales. “El principal objetivo es que alumnos conozcan los medios de cultivo”, explica Almazán.