La abstinencia como convicción
La luna nueva del pasado jueves dio comienzo al mes del Ramadán. De los 15.127 musulmanes residentes en la provincia, más de 4.000 tienen que cumplir con la abstinencia total de alimentos, bebida y relaciones sexuales hasta la puesta del sol que implica este mes sagrado, que empieza con la aparición del astro “nuevo” en el noveno mes del calendario lunar. No son todos los que están, ya que pueden “saltarse” esta celebración religiosa las personas que se encuentran enfermas y que puedan poner en riesgo su salud, además de los niños, que tampoco están obligados.
Pero, a pesar de referirse a prohibiciones, este mes no supone un sacrificio para los musulmanes, sino todo lo contrario. “Para nosotros el Ramadán es una fiesta; una de las fechas más esperadas. La abstinencia no la vemos como un sacrificio, sino como una ayuda para nuestro cuerpo, para la mente y para nuestra familia”, explica Habib Ur-Rehman, un pakistaní de 29 años que regenta un pequeño comercio de alimentación en el barrio de San Juan.
igualdad. Habib y su mujer, Bismar, esperan, “con mucho calor”, apunta ella, a que pasen las horas de sol y puedan hidratarse y comer. Sus dos pequeñas, en cambio, no se abstienen de nada. “El Ramadán o se hace bien o no se hace, por eso aguantamos el calor y esperamos a que llegue la noche”, añade Habib, quien desea que todos los no musulmanes entiendan “bien” cuál es el verdadero objetivo de esta celebración. “El Ramadán no es solo el ayuno, sino que sirve para que todos los musulmanes podamos sentir durante 30 o 31 días lo que sienten todas las personas que no tienen nada que comer. El objetivo es la igualdad, que el más rico y el más pobre pasen la misma hambre durante este mes”, enfatiza el joven pakistaní.
Hasta el próximo 17 de julio, cuando se dará por concluida esta celebración sagrada, el espíritu solidario estará instalado entre los musulmanes, que tienen la obligación de dar comida o limosna a los más necesitado el último día. “Todos podemos aprender del Ramadán”, subraya Habib.
Pero, a pesar de referirse a prohibiciones, este mes no supone un sacrificio para los musulmanes, sino todo lo contrario. “Para nosotros el Ramadán es una fiesta; una de las fechas más esperadas. La abstinencia no la vemos como un sacrificio, sino como una ayuda para nuestro cuerpo, para la mente y para nuestra familia”, explica Habib Ur-Rehman, un pakistaní de 29 años que regenta un pequeño comercio de alimentación en el barrio de San Juan.
igualdad. Habib y su mujer, Bismar, esperan, “con mucho calor”, apunta ella, a que pasen las horas de sol y puedan hidratarse y comer. Sus dos pequeñas, en cambio, no se abstienen de nada. “El Ramadán o se hace bien o no se hace, por eso aguantamos el calor y esperamos a que llegue la noche”, añade Habib, quien desea que todos los no musulmanes entiendan “bien” cuál es el verdadero objetivo de esta celebración. “El Ramadán no es solo el ayuno, sino que sirve para que todos los musulmanes podamos sentir durante 30 o 31 días lo que sienten todas las personas que no tienen nada que comer. El objetivo es la igualdad, que el más rico y el más pobre pasen la misma hambre durante este mes”, enfatiza el joven pakistaní.
Hasta el próximo 17 de julio, cuando se dará por concluida esta celebración sagrada, el espíritu solidario estará instalado entre los musulmanes, que tienen la obligación de dar comida o limosna a los más necesitado el último día. “Todos podemos aprender del Ramadán”, subraya Habib.
