Juventud divino tesoro
Muchas son las ocasiones en las que, en este medio de comunicación en el que ahora escribo, o en cualquier otro, se ha informado, a modo de homenaje, sobre la celebración del 25 aniversario de la promoción escolar, que por turno hubiera correspondido, según la ocasión. Quizá porque ello lo veía muy lejano, quizá porque, ilusa de mí, creí que siempre sería joven, he de reconocer que nunca reparé en que, un día u otro, a mi generación también le llegaría.
Y es que, nos subimos a la vida, atrapamos las oportunidades que nos ofrecen y que nos dejan, quedamos imbuidas por la espiral de las obligaciones diarias, y nuestra propia imagen, y la de quienes nos rodearon en nuestros años colegiales, quedan congeladas en el tiempo. Hasta que llega un día en que te sorprendes por no reconocer a ninguna de aquellas compañeras tuyas. Y es que resulta que, en nuestra memoria quedaron sus imágenes como en antaño, y hoy, como si de un día para otro hubiera sido, pero, habiendo transcurrido veinticinco años ya, aquellas niñas hace tiempo que se transformaron en juezas, funcionarias, abogadas, enfermeras, procuradoras, maestras, aparejadoras, periodistas, peluqueras, secretarias. Y, es entonces cuando ordenas a tu cerebro que abra un nuevo archivo pdf que actualice los datos anteriores, y que incorpore estos nuevos rostros adornados ya con esas primeras arrugas, y esos cuerpos que albergan el bagaje de unos cuantos kilos de más. Durante los próximos veinticinco años, estas nuevas imágenes serán las que nos acompañen para reconocernos. Hasta entonces, os deseo suerte, compañeras, en vuestro nuevo tramo de vida.
Abogada
Manuela Ruiz