Julio Pulido: “Llevo años esperando a que me expliquen la frontera entre derecha e izquierda”
Julio nació en Madrid, pero con el corazón mirando al sur. Era su destino. Martos, al que ahora ve desde una colina privilegiada de tiempo y experiencias desde Madrid, es su pueblo. Él se fue del pueblo, pero el pueblo jamás se fue de él. Uno es de donde nace, pero, sobre todo, de donde lo quieren. En Martos la figura de Julio Pulido es muy querida, pero, esto es quizás más importante, muy respetada. Ha vivido y ha hecho las cosas con los balcones abiertos. Nunca retrocedió ante retos incómodos, jamás dudó en poner la cara, con riesgo de que se la partieran, si era en beneficio de su pueblo. Es un hombre que cuenta la vida con el equilibrio justo, entre el escepticismo inteligente del que ya conoce el paño y la esperanza irrenunciable de quien siente que merece la pena creer en las personas. Es un hombre de apariencia dura, sin cara “b” y directo. Sin embargo, tiene el esqueleto frágil del poeta y el corazón enorme de quien siempre se sabe poner en el lugar del otro. Julio es un puerto donde siempre hay una palabra, un abrazo y una historia, lo necesario para seguir viviendo.

—Usted no pudo, pero su hijo es un periodista brillante. ¿Qué consejo le dio al empezar?
—Hace muchos años, en Radio Jaén, con aquel gran hombre de radio, Lorenzo Molina, le oí a Jose Luis Pecker un consejo... Háblale al micrófono como a tu mejor amigo... Yo solo le dije, a la puerta de Antena 3 radio, cuando iba con 19 años a empezar a trabajar con Jose María García: “Hasta esta puerta he podido traerte. Si subes pisos o te hundes en el sótano es cosa tuya. Trabaja, aprende, escucha, sé honesto y jamás des una noticia que no tengas suficientemente contrastada. Eso te dará crédito en la profesión y podrás ser alguien en ella”. Parece que ha seguido bien el consejo. Es natural que me sienta satisfecho como padre y, de alguna manera, reflejado en él.
—¿Su vida política en Martos le ha dejado más luces o más sombras en el ánimo?
—De todo hay en la viña. Luces porque en aquel primer Ayuntamiento democrático, gracias a la visión de Antonio Villargordo, se apostó por la cultura y el enriquecimiento de las personas. Yo tuve el honor de ser uno de los impulsores de aquel movimiento que sigue en alza gracias a la excelente labor que se realiza desde la Casa de la Cultura. Después, junto con mi recordado Miguel Calvo, tuve la dicha de escribir la letra del himno de nuestro pueblo y de rescatar figuras en el olvido, como la del violinista Manuel Escabias, el poeta Garrido Chamorro o el historiador Caballero Venzalá y otros marteños que en distintos campos estaban dando brillo a nuestro pueblo. Pero también entendí pronto aquella famosa frase de mi admirado Tierno Galván, cuando dijo que en política había que ser muy higiénico y lavarse mucho porque se está demasiado en contacto con la basura. El tiempo ha venido a darle razón. Me marché porque no quise vender mi libertad. Creo que acerté. He descubierto otras formas de servir a un pueblo sin estar sentado en un sillón. Y eso me llena plenamente.
—¿Cómo le marcó el episodio del incendio de viviendas gitanas en Martos?
—Fue un momento duro, difícil. De mucha rabia contenida y de una concatenación de sucesos de triste recuerdo. Dos días antes de los sucesos de Martos, ETA asesinó a unos jóvenes guardias civiles en Madrid. Aquel terrible suceso tuvo menos trascendencia en la prensa que el incendio de aquellas viviendas en las que no se derramó una gota de sangre. Me apresuro a decir que aquel hecho no era defendible, pero sí había razones para entender que pudiera suceder. Y fue ese deseo de hacer valer la honestidad de un pueblo lo que nos llevó a encabezar aquel movimiento ciudadano. Lo que muchos no saben y yo si lo investigué es que detrás de aquello lo que había era una lucha encarnizada entre una banda gitana y otra paya por hacerse con el control del mercado de la droga en Martos. Eso me produjo escalofrío y alguna situación incómoda que ya quedó en el recuerdo, pero, por desgracia, uno de los protagonistas de entonces sigue con su actividad de trapicheo. Triste. Espero que alguien tome nota.
—¿Sigue creyendo en la política?
—Creo en las personas y en su voluntad de ser útiles a la sociedad. La política tal como está estructurada necesita un cambio de modos, de actitudes y, desde luego, reformas legales profundas, que afecten al sistema electoral, a la financiación de los partidos y a un adecuación del marco constitucional. Es triste ver los plenos de los pueblos convertidos en pequeños parlamentos donde el “y tú más” es un calco de lo que ocurre en Madrid. No existe sentido de Estado y de las comunes necesidades. Además, llevo toda una vida esperando que alguien me explique dónde está la frontera entre ser de un bando o de otro. Dónde se termina de ser de derecha y se empieza a ser de izquierdas. Si en un pueblo hace falta un colegio público, eso debe estar igual de claro para unos y otros. Podrá variar el método de cómo conseguirlo, pero la necesidad es evidente para todos. ¿No sería mejor ponerse de acuerdo? Por eso se produce la desafección ciudadana. En Martos, sin ir más lejos, el pasado domingo la abstención fue del 38 por ciento... 7.300 marteños dejaron de ir a votar. De ese desencanto deben tomar nota los políticos. Si yo alguna vez hubiera sido alcalde, hubiera propuesto un gran pacto de gobierno, una especie de Fuenteovejuna... todos a una. Pero, claro, eso solo se puede hacer inspirado desde un grupo independiente o ciudadano. Los partidos jamás lo admitirían. En el futuro auguro buenos resultados a candidaturas de vecinos.
—¿Cómo recuerda su paso por la presidencia del Martos?
—Mi paso por el fútbol marteño fue la consecuencia de la lealtad y la amistad con Pérez Luque, que me pidió seguir su labor. Fue una época bonita y de grandes recuerdos. Pero el fútbol ha cambiado mucho. En los ochenta iban más de mil personas cada domingo. Ahora van trescientas. Las televisiones y el márquetin han hecho daño al futbol modesto. En las asambleas recuerdo que se hablaba de una separación drástica entre el mundo profesional y el aficionado, pero nunca se llevó a cabo. Es de admirar la labor de esas juntas directivas en las que desde luego se pierde dinero y se tiene derecho a ser criticado. Y hay algo que no se tiene en cuenta, tal vez porque los dirigentes hemos sido en exceso vanidosos. Si mi tamaño es 1,70 de estatura, no puedo intentar ponerme la chaqueta de Gasol. Siempre es mejor ser cabeza de ratón que cola de león. Aun así, yo debo ser un privilegiado. Mi inversión económica en el fútbol marteño me trajo relaciones, amistades y, como antes te dije, poder llevar de la mano a un niño para que me devolvieran un hombre. Y eso para un padre nunca es un precio excesivo.
—¿Se siente reconocido en Martos, por el pueblo de Martos?
—Afortunadamente sí, aunque, ojo, tengo mis detractores, cosa que, modestia aparte, me concede la posibilidad de ser alguien. Hace años uno de esos buenos amigos con los que intimé me confesó que tenía un regular concepto de mí hasta que me conoció más a fondo. Le sonreí diciéndole que todos tenemos derecho a equivocarnos y nos abrazamos fraternalmente. Pero debo decir que en ese sentirse querido hay un punto de inflexión. Mi pregón de la feria de 2013. Mi presencia en grupos sociales y la creación del grupo “Por un Martos mejor”, que cuenta con casi 4.500 miembros, me ha demostrado que mantener una línea honesta, colaborar con crítica educada, ensanchar horizontes culturales o realizar obras sociales a personas necesitadas produce una íntima satisfacción. Para alguien que contempla la vida ya desde el otoño, esto llena mucho, a pesar de lo que conlleva de exposición pública. Pero si le doy cuentas a mi conciencia, me contesta que adelante. Y en ello estoy, en esa comunión de amor con mi pueblo hasta que la muerte nos separe. Pero recuerda que solo se envejece si no se ama y yo ahora mismo y después de una vida agitada, llena de luces y sombras, de más fracasos que aciertos, he descubierto el amor a mi pueblo y a su gente. Y con ese amor sin estridencias ni ruidos quiero vivir lo que me quede. Ah, y con el resto de mis amores que son muchos y por los que cada mañana al levantarme alzo la copa de la gratitud.