JULIANA BLANCA PARRAS. "La mejor arma es la palabra, la del alma, pero bien utilizada"
ANA DOMÍNGUEZ MAESO
Juliana Blanca Parras nació en Torredelcampo, una fría mañana del mes de febrero de 1965, en una familia donde era la segunda de cuatro hermanas.

Juliana Blanca Parras nació en Torredelcampo, una fría mañana del mes de febrero de 1965, en una familia donde era la segunda de cuatro hermanas.
—¿Cómo se desarrolló su infancia?
—Mi infancia se desarrolla en un ambiente muy feliz, junto a mis hermanas. Con ellas he vivido infinidad de situaciones de toda índole. Añoro esos años en los que recuerdo que en nuestro hogar imperaba el matriarcado, ya que mi padre era transportista autónomo y siempre estaba fuera; cuando llegaba, la casa se llenaba de alegría. Siempre he vivido rodeada de mujeres. Fue mi abuela materna Juliana la que marcó la primera etapa de mi infancia. Partió pronto, yo tenía solo siete años, pero aún hoy me guían sus enseñanzas a través de sus cuentos, cómo dirigía y tiraba de su gran familia. La suya sí era grande y siempre estaba ahí para todos...
—Entonces, ¿se crió rodeada de mujeres?
—Me crié entre agujas, telas y todo lo que rodea a las costureras y bordadoras, esto es lo que era mi abuela paterna, Rosario, una mujer curtida, llena de vida y experiencia, y mi tía. Ambas nos enseñaban a mis hermanas y a mí, en esos eternos veranos, en los que nos obligaban a madrugar para que las manos no sudaran, pues las labores debían salir perfectas, ya desde pequeñas nos hacíamos nuestros ajuares.
—¿La costura es parte de su vida cotidiana?
—Aunque sé hacer de todo, hoy la aguja y yo somos incompatibles. Lo que a mí realmente me gustaba, desde pequeña, era la lectura y me perdía por cualquier rincón para leer y escribir, incluso recibí algún premio de poesía. A pesar de no seguir con mis estudios, por circunstancias familiares, yo seguía leyendo, divirtiéndome y cuidando de mi sobrina Estíbaliz, casi mi primera hija. Mi juventud, olvidando algunos recuerdos dolorosos, fue intensa y llena de experiencias que marcan. Conservo amigas con las que me sigo reuniendo al menos una vez al año. Pero si he de elegir a alguien de aquella etapa, me quedo con Ana, mi madre, que aún hoy sigue tirando de nosotras.
—¿Cuándo comenzó su vida, tal como hoy nos la presenta?
—A los veintidós años me casé y me vine a vivir a Jaén. Y de esta manera me “independicé” cuando empecé a vivir junto al hermano de la “señorita Charo”, aquel chico que, desde el primer día, me impactó diez años antes. Antonio es la persona que desde hace treinta y dos años es mi pilar en esta vida, mi marido y compañero de viaje, lo es todo para mí. Reanudé mis estudios, me hice auxiliar de clínica e hice cursos por aquello de que mi marido es enfermero. Cuando terminé el módulo, nació Julia, mi primera hija, y recién obtenido mi título, me ofrecieron trabajo en el antiguo Hospital Princesa, que, por entonces, pertenecía a la Diputación. Entonces algo dentro de mí hizo que tomara la mejor de las decisiones: hacerme ama de casa, con todo lo que conlleva ser mujer y tener que tomar semejante camino. Nos sentamos Antonio y yo y le dije que yo me quedaba “dentro” y él, “dentro y fuera”. En los siguientes dos años y medio, llegaron mis otras dos hijas, María José y Alba. Así, puedo decir que siempre he vivido con mujeres a mi alrededor.
— ¿Cómo se planteó la vida en pareja?
—Mi vida junto a Antonio ha estado dedicada a formar una unidad familiar que empezó sin nada y, poco a poco, fuimos construyendo cimientos basados en el diálogo y el respeto, sin que las vicisitudes me obligaran a perder ni mi papel de pareja, ni el de madre. Siempre anduve dentro de los colegios e institutos, perteneciendo a las AMPA para guiar la educación de nuestras hijas, que me hicieron aflorar lo mejor de mí misma, ya que el instinto maternal es uno de los sentimientos más hermosos que se pueden disfrutar como mujer. Me siento muy orgullosa de ellas; son mi vida, a pesar de los “peros”.
—¿Cómo es su día a día?
—Para ser mujer y ama de casa con alegría, debes tener una fuerte convicción de quién eres y qué quieres. Tengo tiempo para todo, aparte de llevar la casa (esto lo comparto con mi marido) y como y duermo poco, ya que procuro aprovechar el tiempo. Tengo el día ocupado, desayuno con la gente que quiero, cuido mi cuerpo, hacemos tertulias en círculo de mujeres. He de decir que, aunque me siento mujer por dentro y por fuera, no me considero feminista. En mi tiempo libre, me gusta caminar y viajar me encanta, así como leer. Las tertulias me llenan porque en ellas aprendes a escuchar, que es importantísimo, te escuchan a ti y te sientes bien, pues tanto lo que se transmite como lo que se recibe es esencia de vida, para seguir en este camino en el que cada uno tenemos que identificar las señales que nos guían a dicho camino. Esto lo he aprendido de mi padre, ya en mi madurez; es algo que ya sabía, pero desgraciadamente se ha tenido que ir para sentirlo en cuerpo y alma: que la vida sigue y quedarnos parados por la muerte de un ser querido es involucionar.
—¿Su madurez y las experiencias que me comenta están siempre relacionadas con las mujeres?
—Yo, que sigo rodeada de mujeres, muchas de ellas sabias por sus experiencias, sigo bebiendo de sus fuentes para seguir aprendiendo día a día, porque cuanto más aprendes, te das cuenta que menos sabes. Las mujeres hemos cambiado en la forma a lo largo de la historia, pero, en nuestro ser interno, no hemos cambiado mucho, seguimos siendo recolectoras y dirigimos nuestro matriarcado. Somos como las guerreras de la Prehistoria que defendían todo lo que les dolía. Siento mi evolución diariamente, no me he quedado a la sombra de nadie, me siento libre y, en mi libertad, educo y guío a quien me quiere escuchar. Desde dentro siento todo lo que hago y esto me lleva hasta donde quiero ir, hasta vivir como vivo mi visión del mundo espiritual, con toda la normalidad que hay que darle, sin más. Me quedo con quien me conoce desde dentro y sabe quien soy realmente. Lo demás no tiene valor. Hay mucho que hacer todavía y la mejor arma es la palabra, la que sale del alma, pero bien utilizada y sabiendo a quién debe ser dirigida: a quien viene a ti a ser escuchada y necesita en un momento dado ser guiada. Soy quien soy gracias a mi evolución, la que me ha llevado a sentirme más persona, al estudio de la metafísica entre otras enseñanzas (partiendo de las que me enseñaron las mujeres de mi familia) y, como creo en lo que hago, mi camino está guiado a seguir ayudando a quien quiera ser ayudado simplemente a caminar y sigo cultivándome para no quedarme atrás. En mi vida, están en este momento las personas que deben estar y alguna muy especial. A cada una le debo algo de mí, de mi verdadero ser. Hace relativamente poco alcancé mi madurez, fue a través de alguien muy importante en mi vida que me hizo ver que era mujer con alma de mujer y que me encanta hacerlo “divertido” porque hay que darle la vuelta a las cosas para que no duelan demasiado.