JUANA AURORA QUESADA DE LA CASA.- "Me hace muy feliz que mis hijas vivan en Jaén"

Ana Domínguez Maeso
Juana Aurora Quesada de la Casa nació en Jaén, tiene tres hijos y, aunque su esposo dejó de estar a su lado hace tres años y medio, permanece en su recuerdo y junto a ella continuamente, ya que ha sido, es y será siempre, según afirma, su gran amor, en torno al que ha girado la mayor parte de su existencia.

    27 ene 2013 / 09:51 H.

    —¿Cómo describiría su infancia?
    —Soy la mayor de tres hermanos y me crié rodeada de mis padres, abuelos y una tía materna en el barrio de San Bartolomé y, luego, en la Loma del Royo. Junto a ellos aprendí a ser la persona que hoy soy. Crecí rodeada de todo el afecto del mundo, no pude tener una familia mejor. Para mí, fueron ideales.
    —¿Qué estudios ha cursado?
    —Estudié Magisterio, profesión que ejercí desde los 18 años hasta mi jubilación. Pasé por muy diferentes destinos. Mi primer contrato fue en el Patronato, una aldea de Santiago de la Espada. De este primer destino tengo un recuerdo extraordinario, pues todo el mundo me trató como si fuese una más de la aldea y su trato me acercó al verdadero sentimiento humano de comunidad. Nunca permitían que comiera sola. Si no desayunaba en una casa, venían a recogerme para almorzar en otra y en otra a cenar. Así un día y otro día. Nunca me sentí sola a pesar de mi juventud y de encontrarme tan lejos de casa. Después de varios destinos, me jubilé como directora del colegio Santo Tomás de Jaén, en el año 2008.
    —¿Cómo ha sido su vida familiar?
    —Me casé con Cristóbal Cueva, el que ha sido el centro de mi vida desde entonces, ya que, desde ese momento, compartimos todo lo mejor de nuestras vidas. Yo conocí a Cristóbal en Pegalajar (su pueblo). Lo recuerdo como si hubiese sido ayer. El destino quiso que nos sentásemos juntos en las fiestas y, desde entonces, fue el hombre de mi vida. Nos casamos. Yo tenía entonces 22 años. Al casarnos me trasladé a Madrid. Él estudiaba Medicina allí. Estuvimos 9 años, pues le ofrecieron un trabajo en el Hospital Puerta de Hierro, primero como enfermero y, al terminar la carrera, como médico. Regresamos a Jaén en 1979, pues a Cristóbal, como patólogo, le dieron una plaza en Anatomía Patológica del Hospital de Jaén. Yo ejercí de maestra en ese tiempo. Primero en Torredonjimeno y luego en Santo Tomas, donde estuve 26 años.
    —¿Qué me puede contar de su esposo, que la enamoro de esta manera?
    —Era un hombre bueno. Siempre luchó por lo que creía y siempre lo hizo con honor y por honor, con el más alto concepto que se puede alcanzar de la justicia. No se conformaba con otra cosa que no fuera la verdad. No he conocido nunca un corazón más noble. Al lado de mi marido aprendí el significado de la palabra generosidad y lo que un ser humano es capaz de hacer y renunciar por amor. Siempre luchó por su familia, protegiéndonos a todos y dándonos todo lo que necesitábamos. Sacó el máximo provecho de cada una de las posibilidades que la vida le fue brindando, a pesar de haber tenido muchas circunstancias en contra, llegando  con mucho esfuerzo, a su gran sueño: ser médico.
    —¿Qué experiencias recuerda de la etapa profesional de su marido que le impresionaran?
    —Me conmueve sobremanera que, durante los 33 años que ejerció su profesión, ha dejado una huella imborrable, no solo en sus compañeros, sino también en los pacientes y en todas las personas que le hemos acompañado, huella que aún hoy es difícil de igualar y superar. Cristóbal no solo cumplió su sueño, sino que hizo que todos los demás, con su forma de ser, tan desprendida, disfrutáramos de sus metas y deseos. El más importante, para mí, era que siempre buscaba todo lo mejor para sus hijos y que recibiéramos su cariño y protección. Lo logró, ya lo creo que lo logró.
    —¿Cómo piensa que permanece en el tiempo el trabajo de Cristóbal?
    —Mediante los pacientes y conocidos a los que tanto y con tanto cariño dedicó su vida. Te puedo decir que aún permanece abierta su consulta de Anatomía Patológica en el Sanatorio de Cristo Rey. En la puerta continúa el nombre de Cristóbal y los membretes de los volantes siguen igualmente reseñados con el mismo. Es el homenaje que dedicamos todos a su esfuerzo y dedicación.
    —¿Cómo llena su vida cotidiana?
    —Me dedico a varias actividades, entre ellas, por ejemplo, me encanta salir a caminar con mis amigas. También me dedico a ayudar a los demás. Por eso, colaboro con los Desayunos del Jordán, que están organizados por Cáritas en la parroquia de San Ildefonso y que consisten en proporcionar duchas y desayunos a las personas sin techo de Jaén. Participo también en el proyecto “Jaén solidario”, que se dirige a familias con necesidades en nuestra ciudad y que está apadrinado por la Asociación de Antiguos Alumnos de los Hermanos Maristas (Ademar).
    —¿Cómo concluiría esta experiencia de amor que nos ha contado?
    —Cristóbal fue para mí un gran apoyo. Mi vida a su lado  ha estado siempre llena de amor y lo que me ha permitido seguir sin él y sin mi madre, a la que perdí 10 meses después, ha sido el cariño de mis hijos, mis nietos, mi hermana María del Carmen, mi prima Aurora y el de mis amigos. Su apoyo ha sido imprescindible para este seguir hacia delante que nos pide el día a día de la vida.
    —¿Alguno de sus hijos ha seguido la trayectoria de su padre?
    —En el ámbito profesional no, pero como personas han heredado los grandes valores de su padre. Tengo dos hijas y un hijo, María del Mar, Irene y Cristóbal. Las chicas son economistas y el varón es ingeniero de Comunicaciones. Cristóbal vive en Madrid y María del Mar e Irene están aquí, en Jaén. Esta última se ha trasladado hace poco desde Madrid, lo que me hace sentirme doblemente feliz por tenerlas a las dos cerca de mí y así poder  disfrutar de mis nietos.
    —¿Cuántos nietos tiene?
    —Tengo cinco, tres de mi hija mayor, Irene, y dos de María del Mar, aunque en breve esperamos un tercero de su parte. Así completaré la media docena. Como abuela, qué puedo decir, son preciosos. Mis nietos me dan vida con el solo hecho de estar a su lado. Por mi parte, procuro visitarlos cada día y estar el mayor tiempo posible con ellos, pues el sentimiento que se experimenta al tener a un nieto junto a ti, aunque difícil de explicar, es gratificante, hermoso y sin igual. Te hace revivir la maternidad vivida en sus madres, en fin, como te comenté, me dan vida.