Juan y nuestra 'eudaimonía'
En esta fractura donde vivimos, de progresismo falaz, necesitamos saber que continuar es posible, apoyándonos en la amistad y en cualquier signo de trasparencia, en personas que nos concedan esa tabla de salvación porque buscan, igual que tú, la 'eudaimonía' (término griego traducido como felicidad, plenitud del ser).
Como mi buen amigo Juan Martínez, nacido en tierra de garbones y girasoles, con un pecho de ásperas cadenas y las manos de ámbar, enlazadas, pero generosas. De suave mirada y ese rictus de fatiga en la frente con una plegaria escrita. Con las esperanzas incrustadas bajo la piel, migrando por las arterias despojadas por la lluvia incansable del olvido. Con la luz en su danza primera forjando estrellas entre sus horas, en un cortejo de disputa cotidiana. Y con el aire que respira, enloqueciendo porque le llega el silencio de la noche. Juan es buena gente porque es jaetano, aunque él dice que es montaraz y rudo, por ser de Mengíbar. Pero yo creo que no, que es tierno en su esencia, de corazón inmenso y decires de faltriquera. Tenaz, rebelde y espléndido como pocos; sabedor del aceite y sus angosturas, de aperos y cuentas, de la crianza de seis hijos que le enorgullecen los días, de la edad de los gorriones, el arte de coser trajes o de brindar su arrojo en la hermandad de donantes de sangre. Amigos como Juan, que nos abrazan desde lejos y nos cuidan, son los que hacen una estancia más amable en esta turbada existencia. Son los que la vida te da y el corazón no te quita.
Poeta
Rocío Biedma