JOSEFA VIDAL TOLEDANO: 'De un mono de trabajo hago un vestido de fiesta'
María José Ortega
Si Homero volviera a escribir la Odisea, Josefa Vidal sería la Penélope del siglo XXI. Si no tuviera encargos, haría como la esposa de Ulises, tejer de día y destejer por la noche sobre una tela que nunca terminaría de hacerse. Ella es modista por vocación y creativa por naturaleza. Tiene brío y desparpajo, una gracia innata que se expresa a través de telas y costuras. Los vestidos de muñecas fueron sus primeras creaciones. Ahora, cose para siete tiendas en Jaén y cuenta con una clientela que “suma y sigue”. Su acerico le hace muy feliz.

Si Homero volviera a escribir la Odisea, Josefa Vidal sería la Penélope del siglo XXI. Si no tuviera encargos, haría como la esposa de Ulises, tejer de día y destejer por la noche sobre una tela que nunca terminaría de hacerse. Ella es modista por vocación y creativa por naturaleza. Tiene brío y desparpajo, una gracia innata que se expresa a través de telas y costuras. Los vestidos de muñecas fueron sus primeras creaciones. Ahora, cose para siete tiendas en Jaén y cuenta con una clientela que “suma y sigue”. Su acerico le hace muy feliz.
—¿Quién le enseñó a “manejar las tijeras”?
—Mi madre era quien llevaba la sangre de modista, ella enseñó a mi hermana mayor y ella fue quien me enseñó a mí, aunque muy poco. Cuando tenía once años me sacaron del colegio para cuidar de mis sobrinos y allí, en casa de mi hermana, aprendí lo básico, cómo a pegar los botones o a hacer ojales, hasta que con 15 años me puse novia con mi marido. Entonces empecé a coser cosas para mí. Después, cuando me casé y tuve mi propia casa, me dediqué en serio, y por completo, a la costura.
—¿Qué recuerdos mantiene de esas primeras “costuras”?
—Recuerdo que me encantaba hacerle la ropa a las muñecas, pero siempre quise llegar a más. También me acuerdo cuando me sentaba en la máquina de coser de mi madre, y como no me llegaban los pies, ella me ponía dos ladrillos para que pudiera darle a la palanca. Luego, con el bajo de los pantalones de campana, me creaba faldas con cuatro pespuntes. Como ninguna niña del barrio llevaba las mismas faldas que yo, todas me decían que dónde me las había comprado y así empecé a darme a conocer, por el boca a boca. Después entré para hacer arreglos en las tiendas. Así, poco a poco, fui creciendo y pude comprarme mi primera máquina y, ahora, como quien dice, “estoy montada en el dólar”.
—¿Qué cree que tiene para que, aun en crisis, cuente con una clientela que no para de crecer?
—Creo que destaco porque, por un lado, sé trabajar con varios palos; en sastrería, peletería y de modista, y por otro, creo que es por la creatividad, la imaginación, el poder crear de un retalillo o de un mono de trabajo, un vestido de fiesta con cola. Respecto a la creatividad, por ejemplo, con la moda de las pulseras con las chapas de las latas, empecé a crear las mías propias. Este año, incluso, voy a pintar las chapas con spray, así que las pulseras las haré con las chapitas de colores. Además, trabajo coronas, pulseras, diademas, paneles japoneses, senaguillas, pabellones, de todo un poco. Luego hay pocas modistas que se desplacen y yo voy con mis alfileres al domicilio de, por ejemplo, señoras mayores que no pueden moverse. Les pongo las cortinas, les forro las sillas y les decoro incluso el interior. Cuando entro en una casa empiezo a pensar en, por ejemplo, qué tipo de cojines le vendrían mejor. Así, esa misma clienta que queda tan satisfecha es la que se lo dice a otra y así me surgen más clientas.
—Comenzó tejiendo los “trapitos” de las muñecas y, ahora ¿hasta dónde llegan los “hilos” de Josefa Vidal?
—Aparte de los encargos para particulares, actualmente, hago arreglos para siete tiendas en Jaén, tanto de niños, trajes de comunión, fiesta, caballero, sastrería, peletería, etcétera.
—¿En qué se inspira?
—De las cosas del día a día. Mi inspiro de lo que observo, a lo mejor veo en la televisión cualquier cosa y me da ideas para aplicarlo en cualquier cosa.
—¿Con qué arreglo disfruta más?
—Lo que más me gusta es trabajar con los trajes de bebés aunque es una de las cosas que cuesta más trabajo porque son vestidos con muchos encajes. Lo que menos es quizá los bajos de los trajes de gitana, porque algunos tienen cinco capas y las cinco las tienes que meter al mismo estilo. Me encanta, además, forrar galerías. Lo de coger la sierra y la grapadora me encanta.
—¿Algún encargo que le haya costado “sudor y lágrimas”?
—Un vestido de gitana que tuve que hacer en menos de 24 horas. Me dieron un traje viejo y con la cola tuve que hacerle a la chica uno nuevo. Eso fue muy complicado. También me encargaron un traje de mantilla para una niña de 3 meses y le hice hasta la diadema y las braguitas de color negro. Luego me han pedido muchas cosas raras.
—¿Cuántas horas se pasa entre hilos y agujas?
—Le dedico todo el día. Me levanto a las siete de la mañana y, a veces, sigo cosiendo hasta las 3 de la mañana.
—¿Y considera que está bien pagado su trabajo?
—Suelen pagarme lo que yo pido y no se suelen quejar, aunque siempre bajo mucho el precio, por eso, creo que tengo también más clientas, porque ofrezco un buen trabajo a un buen precio. Incluso con la crisis he mantenido los precios y la gente sigue haciéndome encargos.
—Con la clientela que cuenta, ¿no se propone montar un negocio relacionado con este sector?
—Me lo he propuesto muchas veces pero el Estado no te da ayudas y tener un local es un desembolso muy grande. Si se concedieran más ayudas en este sentido, no me daría miedo. De hecho, me haría mucha ilusión poner a mi hija al frente del mostrador, atendiendo a los clientes, y yo detrás cosiendo las prendas. También pensé en meter niñas, incluso las madres me han propuesto pagarme al mes, pero mientras las enseño, mis costuras están paradas. Además, no les puedes enseñar los trucos que se hacen entre costuras, lo tienes que hacer sobre el papel, algo más técnico y yo trabajo sin patrones, lo corto a cálculo, a ojo.
—¿Cree que se está perdiendo el oficio?
—Sí, porque hay muy pocas buenas modistas y la mayoría de la gente le encarga los arreglos a la tienda donde se ha comprado la ropa, y también por la crisis. Antes, había muchas modistas por necesidad.
—Se nota que es modista por vocación, pero ¿se ve trabajando alejada de las “telas”?
—No me veo trabajando en otra cosa. Disfruto cuando cojo las tijeras y me pongo a hacer un traje de fiesta aunque sea de un retal de un mercadillo. Pero el ponerme el dedal en el dedo, es la alegría que me levanta todas las mañanas. Con mis agujas y mis tijeras ya soy feliz. Como yo digo, si algún día me quiebro una pierna pido que sea la izquierda porque con la derecha es con la que manejo la máquina. No es un trabajo que me guste, es que me vuelve loca. Para mí es como un don que tengo. Creo que nací con la aguja puesta.
—¿Le queda algo por aprender dentro del mundo de la costura?
—Cada día se aprende algo nuevo. Intento superarme en todo lo que hago y más cuando la clienta queda satisfecha. Eso es lo que me anima a seguir.