JOSEFA JIMÉNEZ GARCÍA: "Mientras que coso, se me pasan las horas volando"
PEPI GALERA
La costura es una de sus mayores aficiones al tiempo que, durante toda su vida, ha sido un complemento a los numerosos trabajos que ha tenido para sacar adelante, junto con su marido, de sus hijos. Josefa Jiménez García ha sido, y es, una mujer luchadora, muy trabajadora y activa, que aún hoy, a sus 73 años, apenas para un minuto. Cuidar de sus nietos, su casa y, sobre todo, coser todo lo que cae en sus manos ocupan el día de Pepa, como la conoce todo el mundo, desde muy temprano. Y, ella, encantada de recibir a sus familiares, vecinos y amigos para hacerles los arreglos que necesiten. Y es que, según confiesa, se le pasan las horas volando cuando está en su cuarto con sus hilos y telas.
La costura es una de sus mayores aficiones al tiempo que, durante toda su vida, ha sido un complemento a los numerosos trabajos que ha tenido para sacar adelante, junto con su marido, de sus hijos. Josefa Jiménez García ha sido, y es, una mujer luchadora, muy trabajadora y activa, que aún hoy, a sus 73 años, apenas para un minuto. Cuidar de sus nietos, su casa y, sobre todo, coser todo lo que cae en sus manos ocupan el día de Pepa, como la conoce todo el mundo, desde muy temprano. Y, ella, encantada de recibir a sus familiares, vecinos y amigos para hacerles los arreglos que necesiten. Y es que, según confiesa, se le pasan las horas volando cuando está en su cuarto con sus hilos y telas.
—¿Cuándo aprendió a coser?
—Tenía doce años. Comencé en una sastrería cerca de mi casa, en el Pilar del Arrabalejo. Estuve allí durante un año por las tardes, porque por las mañanas me tenía que quedar en mi casa ayudando a mi madre a las tareas. Allí, el sastre cortaba las prendas y yo después las cosía con la máquina. Desde siempre me ha gustado mucho coser, desde muy pequeña, por lo que aquella época no fui a aprender, ya sabía bastante. Eso sí, siempre me fijaba mucho cómo lo hacía el sastre a la hora de diseñar los patrones y cortarlos. Creo que, para seguir aprendiendo, es muy importante ser muy observador. Cuando algo te gusta mucho, no cuesta trabajo aprenderlo y tampoco te importa el tiempo que le dediques. Podría decir que lo que sé hacer ahora, ya lo sabía con 14 años.
—Después de aquel año con el sastre, ¿cuál fue su siguiente trabajo?
—Después ya cogía costura por fuera, iba a un taller y lo iba haciendo allí. Eran encargos de vecinos, conocidos y clientes del taller. Además de eso, siempre he cosido mucho por mí misma. Por ejemplo, a mis hijos, siempre les he hecho mucha ropa, los llevaba siempre de punta en blanco.
—En su familia, ¿cosía alguien más?
—Mi hermana Carmen, que es mayor que yo. Pero lo dejó porque abrió una tienda y no tenía tiempo para dedicarlo a la costura.
—¿Le hubiera gustado montar su propia tienda con la ropa que hacía?
—Hubiera estado muy bien, pero no tuve la oportunidad de casi planteármelo porque trabajábamos para poner en marcha el negocio de mi marido. Además, tenía que atender a mis hijos. La costura no ha sido un gran negocio y ahora mucho menos. A veces, cuando me encargaban algo, sí que lo cobraba, pero ya no. Son cosas más familiares y para mis conocidos.
—¿Recuerda cuál fue su primera máquina de coser?
—Mi primera máquina fue una Singer, que es la de siempre, la más clásica. Esto fue cuando me casé, hace más de cincuenta años, porque antes cosía con la de mi madre. Recuerdo que pagaba una letra de tres pesetas por la cabeza de la máquina, ya que tenía un mueble antiguo de mi madre. Años más tarde, me compré otras dos más modernas, que son las que más utilizo ahora.
—¿Sólo ha trabajado como costurera?
—De todo he trabajado. De joven, me fui con cinco hijos a Andorra. Allí, salía de un trabajo y me iba a otro. Trabajaba en una carnicería, limpiaba casas y tiendas, lavaba y planchaba ropa y, también, cosía. Unía del día con la noche y la noche con el día. Fueron tiempos de trabajar mucho, pero, en esos tres años, conseguimos ahorrar para, al volver, establecernos en Jaén y vivir bien. La verdad es que he luchado mucho durante toda mi vida, al igual que mi marido, pero de salud estoy muy bien todavía, afortunadamente.
—¿Cuántos años tenía cuando se fue a Andorra a trabajar?
—Pues tendría unos 24, pero ya estaba casada y tenía a mis cinco hijos. La verdad es que me casé muy joven. Conocí a mi marido con tan sólo catorce años. Recuerdo que fue la primera vez que me dejaron salir de paseo, lo conocí, empezamos a salir y pronto nos casamos. En aquella época, un tiempo antes de marcharnos a Andorra, nos dieron un solar en Santa Isabel para hacernos una casa. Nos facilitaban también los materiales, pero la única condición era que teníamos que pagar a los albañiles y empezar a construirla desde el primer momento. En ese momento, mi marido estaba en Madrid y yo misma me puse a hacer las zanjas y la mezcla para que no le faltara al albañil. La empezamos a construir justo antes de irnos a Andorra y la terminamos al volver. Nos salió preciosa y la pudimos amueblar con lo que ahorramos en aquellos tres años de exilio. Ahora, desde la distancia, me da pena habernos desecho de ella.
—¿Ha vuelto alguna vez a Andorra?
—Aún tengo familia allí y he estado de vacaciones, pero no me gusta para vivir. En aquella época se ganaba mucho y yo trabajaba también muchas horas. Eso sí, teníamos que evitar no malgastar porque si no, no podías ahorrar nada. Ahora es muy diferente, ya se ha equiparado mucho la situación a la de España.
—¿Qué es lo que más le ha gustado coser?
—Siempre he hecho de todo, desde pantalones a vestidos de Comunión y el vestido de novia para una de mis hijas. No me decanto más por una cosa que otra, me gusta mucho todo. Hago incluso cortinas y edredones.
—Ahora, ¿qué es lo que más confecciona?
—Ya no coso tanto. No tengo tiempo libre entre cuidar a mis nietos y la casa. Sufro porque a mí me gusta mucho coser y me paso las horas sin darme cuenta delante de la máquina, aunque eso sí, la vista ya no la tengo como antes. En casa, siempre que me he mudado, he mantenido un cuarto para la costura como taller. Tengo arcas de telas, hilos y de todo. Además de tres máquinas y la plancha profesional.
—En la actualidad, ¿qué es lo que más se demanda a una costurera?
—Son arreglos, más que hacer prendas a medida. Lo que yo hago ya es para mis hijas. Si se compran algo, siempre vienen a la mamá para que se lo arregle y, mis nietos, igual. Ya se ha perdido la confección a medida.
—¿Considera que ha cambiado mucho el gusto de la gente por la moda?
—No ha cambiado mucho. Pero si me tengo que decantar, me gustaba más lo que se hacía antes. Te puedo decir que yo nunca he tenido modista, me he hecho a mí misma siempre mucha ropa. Ahora hay algunas jóvenes que llevan vestidos con los que van fatal.
—¿Sale más caro hacerse la ropa o comprársela?
—Si tienes quien te lo haga, te sale por cuatro perras. Con unos retales, te puedes hacer muy buenos trajes. Recuerdo que, mientras que estaba en la sastrería, muchas veces me daban trozos de tela los que ya no les servían y yo hacía prendas que me quedan muy bien y por nada de dinero.
—¿Cada vez hay menos gente que se dedica a la costura?
—Ya no hay casi. Los más jóvenes no se quieren complicar la vida con nada. Muy pocos apenas saben coger el bajo a un pantalón que les queda largo cuando se lo compran.
—¿Alguna de sus hijas ha heredado esta afición por la costura?
—A la única que más o menos le gusta es a la mayor, pero tampoco le ha dado por aprender mucho. Ella tiene su máquina y me pregunta algunas cosas. Mis nietas creo que poco van a coser también.