JENNY RUIZ DELGADO-GUTIÉRREZ: 'Hay que concienciar de que el alcoholismo no es un tabú'
ALBA VILLÉN
Los problemas pueden dejarse escapar o pueden agarrarse con decisión y no solo acabar con ellos, sino tomarlos como una lección de por vida. Jenny Ruiz, vicepresidenta de la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Jaén (AJAR), escogió lo segundo y, por eso, dedica su tiempo a ayudar a que lo que ella llama “un lastre de la sociedad” sea una enfermedad con solución. Aprendiendo a ser optimista, porque no le ha quedado otra, para Jenny lo mejor de trabajar en esto es el calor humano. Lo peor: ver cómo hay personas que no reconocen que son enfermos.
Los problemas pueden dejarse escapar o pueden agarrarse con decisión y no solo acabar con ellos, sino tomarlos como una lección de por vida. Jenny Ruiz, vicepresidenta de la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Jaén (AJAR), escogió lo segundo y, por eso, dedica su tiempo a ayudar a que lo que ella llama “un lastre de la sociedad” sea una enfermedad con solución. Aprendiendo a ser optimista, porque no le ha quedado otra, para Jenny lo mejor de trabajar en esto es el calor humano. Lo peor: ver cómo hay personas que no reconocen que son enfermos.
—¿Qué la hizo llegar a la AJAR?
—Hace siete años que estoy aquí. Todo el mundo que está en la AJAR es porque son enfermos o son familiares de ellos, en mi caso es la segunda opción. Esto es una asociación de autoayuda, acogemos y rehabilitamos al enfermo, pero lo que la gente no sabe es que también se curan los parientes de la coadicción al afectado. Una vez que se ha pasado el proceso hay gente que se va y otros decidimos quedarnos, porque siempre tendrá que haber alguien que reciba a los nuevos enfermos. Además, la AJAR es el único centro de tratamiento homologado por la Junta de Andalucía, el único que hay en Jaén, y por ello tiene médico y psicóloga, pero el éxito está en las terapias de autoayuda, y eso es labor de los enfermos que cuentan lo que viven. Si trata el problema alguien que está viviendo lo mismo es más eficaz que si desde fuera se intenta concienciar, porque nadie habla de un manual, sino que siente lo mismo que ese afectado. Si me quedaba en la asociación, el tratamiento lo iba a tener presente; si te vas a la calle, el alcohol está en todos sitios y se puede volver a tropezar. Ver la cara a la miseria día a día, hará más difícil caer en una copa. Por eso me enganché.
—¿Qué visión tiene hoy en día la sociedad respecto al problema del alcohol?
—La adicción al alcohol es un problema social que no solo lo sufre el enfermo. Además, no solo se trata de la bebida, hoy en día va acompañado del porro o de la raya de cocaína. Se tiene la imagen de que los que están en la asociación son los mayores que vemos en la calle tirados en un cartón con la botella de vino, sin embargo, el perfil de la persona que hoy entra aquí es un joven con estabilidad, alrededor de los treinta años. El modelo de consumo que hay ahora, con el botellón, es una ingesta muy grande en muy poco tiempo, y aunque no se beba todos los días se tiene una adicción, pues no se concibe el salir a divertirse si no se toma el atracón. Por ello, llegan muchos veinteañeros politoxicómanos, que para aguantar el fin de semana bebiendo alcohol lo acompañan de otras sustancias.
—¿Quién lo pasa peor, el enfermo o la familia de este, al ver la situación?
—La familia. El 99% de las personas que acuden a la asociación viene obligado por un familiar que le ha dado un ultimátum, es decir, llegan porque alguien ha puesto la maleta detrás de la puerta. La psicología del enfermo siempre actúa conforme a un mismo patrón de conducta: aceptan venir para callar la boca a su entorno y aprender a controlar. Sin embargo, una vez en la asociación, ven que sus síntomas son los del resto y que, por tanto, comparten la enfermedad, y esa es la que vale a los familiares para que se queden y puedan rehabilitarse. Por sí mismos vienen muy pocos.
—¿Cuál es su función en la asociación?
—Al principio fue la de recibir terapias, luego me impliqué porque veía que iba recomponiendo cosas en mi vida. Es muy importante el calor humano, aquí puedes hablar porque nadie te va a juzgar como se hace en la calle. Al comprometerme me fueron echando cargos —ya que en todas las asociaciones hace falta gente— e hice un curso de monitor de terapia y actualmente soy profesora de nivel intermedio —es decir, los pacientes han dejado de consumir— y también tengo el cargo de vicepresidenta en la junta. Como instructora lo que hay que tratar es de dar la suficiente confianza al grupo para que el paciente “suelte su mierda”. Se crea un ambiente cercano para que unos se apoyen a los otros, y lo principal es, que se reeduquen en valores.
—¿Cuál es el éxito de una rehabilitación?
—Reeducar en valores. Es decir, no solo que deje de consumir, sino que se recuperen la sinceridad y la educación. Cuando llegan aquí es porque su enfermedad lleva muchos años encubierta y en ese tiempo se han habituado a mentir o a sentirse culpable. Los familiares y enfermos tienen la autoestima muy baja y esto es debido a la acusación del lastre de la sociedad, que no trata este tema como lo que es, una enfermedad, donde los actos suceden bajo los efectos de una sustancia. Esto no es un tabú y es lo primero que hay que enseñar a las personas. En las terapias tratamos temas como el perdón de situaciones, metas de futuro o cómo devolver la confianza al rehabilitado.
—¿Qué actividades ofrecen para la rein-
serción de los rehabilitados?
—Aparte de las terapias es muy importante hacer convivencias o alguna que otra fiesta. Hay que hacer que las personas cambien el chip “de no bebo porque no puedo a no bebo porque no quiero”, pues la mayoría tienen miedo a una comida familiar o la celebración de unas navidades, por ejemplo. Aquí hemos conseguido que, después de una fiesta en la que hacemos el tonto y nos lo pasamos como chiquillos, salgan diciendo que ha sido la mejor celebración de su vida. Descubren que se lo pasan bomba sin una gota de alcohol, y esto es un aliciente para que ellos descubran que pueden salir a un bar y no estar pendientes de lo que toman los de su alrededor sin que les produzca ansiedad.
—¿Se podría actuar antes?
—Hay veces que si la persona viene pronto no llega a reconocerse como enfermo, porque aún no ha hecho lo mismo que el resto de los compañeros. Quizás hay más posibilidades de éxito una vez que tocan fondo, aunque también hay posibilidades de que por el camino se haya perdido. ¿Pero cómo le dices a una persona de veinte años que no puede volver a beber en su vida si sus amigos lo hacen en cada botellón? Luchar contra esa leyenda urbana es muy difícil, y por mucho que les digamos es el paciente el que tiene que llegar con su propio convencimiento.
—¿Cómo se previene?
—Es muy difícil, porque luchas contra un gigante. Mañana ponemos una mesa informativa en el botellón y se ríen de nosotros. Lo que no sabe la sociedad es que los que nos reímos somos nosotros, porque a la mayoría de ellos los veremos pasar, por desgracia, dentro de unos años, por la asociación. Montamos mesas informativas, salimos a la calle con pegatinas y folletos aunque la sociedad se muestra reticente. Nos vemos que no nos dejan acceder a los colegios, a no ser que sea por la AMPA. En los centros vemos que si llevamos a un enfermo, cuenta su experiencia y dice que hace unos años él también estaba en el mismo pupitre, los niños prestan mucha más atención que si acude una persona ajena al problema.