Jaén hacia Andalucía

Como andaluces de Jaén y con el ostentoso título de aceituneros altivos nos honró el buen poeta Miguel Hernández, un alicantino que recaló como soldado por estas tierras y que por aquellas caprichosas carambolas que ejerce el amor se imantó a la vida de Josefina Manresa, una nativa quesadeña.

    28 feb 2012 / 12:02 H.

    Ambas circunstancias han propiciado que esta provincia resuene mas allá de sus tierras calladas, de sus gentes veladas por el olvido, tantas veces agraviada por adversas circunstancias y por algunos taimados personajes. Aceituneros, el poema de Hernández es un canto en pocos versos a la esencia ancestral de Jaén, un himno resuelto contra la sumisión, un reto, un desafío y una amarga interrogante. Pienso que los andaluces de Jaén, por razones históricas, económicas, geográficas o por causas de otra índole han conformado una idiosincrasia que se aparta de los convencionalismos y los tópicos propios del andalucismo, parece que asumimos el mestizaje castellano andaluz al contrario de otros andaluces que se publican y se ofertan con todas sus andaluzadas. Ser la puerta de Andalucía significa de alguna manera quedar en el exterior, entendiéndose por tanto que dentro es donde se encuentra verdaderamente la morada andaluza. Ser provincia fronteriza, paisaje de paso, tránsito sin estancia, nos ha enquistado algunos complejos que nos hacen sentir de algún modo desplazados de la patria de Blas Infante. La leyenda en la bandera de Jaén reza que es ciudad guarda y defendimiento de los reinos de Castilla, no dice primera estampa ni espejo de Andalucía, y el chabacano “de Jaén ni pollas” con el que se reconocen burdamente algunos jiennenses tampoco ayuda mucho para sentirnos plenamente integrados. Puede que no tengamos la gracia salitrera del gaditano, la apostura califal del cordobés, ni el alhambrismo del granadino, puede que envidiemos sanamente los mares de Huelva y Almería, puede que no tengamos boquerones fresquitos ni malagueñas salerosas y por supuesto no disponemos ni atesoramos en nuestra humilde genética el exacerbado sevillanismo del sevillano, pero desde nuestra modesta condición de andaluces nos hemos creado un paraíso interior que obedece a una realidad evidente y tangible, nuestras sierras son una muestra de lo que pudiera ser un paisaje edénico, tenemos nuestro mar de aceite, las sabias y trabajadas sombras que nos procuran miles de olivos, la riqueza latente que aún no hemos sabido destapar, podemos incluso interceptar en Bailén o en Despeñaperros el pescao más fresco que suba de la costa, y si nos ponemos borricos, como decía en un arrebato de orgullo un buen amigo, nos acercamos a la Sierra de Cazorla y con cuatro azadones desviamos el Guadalquivir para que pase por el Gran Eje, y así dejamos a Sevilla sin letra para sus sevillanas. Celebrémonos andaluces. Juan del Carmen Expósito es funcionario