Jaén en la mirada
En las ocasiones que he enseñado nuestra tierra a amigos que no la conocían, he podido observar su reacción de euforia ante lo inesperado, mezclada con una especie de sentimiento de exclusión por no haber sabido antes que existían lugares tan hermosos. Estas repetidas impresiones de fervor de los foráneos me han llegado a producir la melancólica satisfacción del que está viendo con ellos lo que ya conoce y, por ello, no puede experimentar la inocencia del descubrimiento que expresan sus compañeros. “¡Quién pudiera ser como tú, oh recién llegado!”, escribió en este sentido el certero poeta Abelardo Rodríguez.
Es difícil explicar esa sorpresa de los visitantes si pensamos que los medios de comunicación ya les habían anticipado lo que se iban a encontrar y, aun así, la realidad de Jaén se les imponía sobre esta información previa y se las dejaba convertida en una pálida ficción.
Cuando hablo de este placer del visitante por un hallazgo afortunado o de que aquí la realidad mejora a lo previsto, me estoy refiriendo sobre todo al conjunto de nuestra provincia. Parto de que tenemos fragmentos únicos, una extensa colección de imágenes de paisajes y monumentos que entran con holgura en el concepto de la excelencia; hablo también de que incluso imágenes arrinconadas, como los parajes que pueden verse desde Jaén a Frailes por la carretera de la Sierra Sur o la visión del valle del Guadalimar desde la aldea de Las Fuentes, merecen por sí solos el esfuerzo del desvío y, sin embargo, no son más que dos fragmentos aislados de un largo muestrario que va formando con armonía el cuerpo de nuestra provincia y termina poniéndole su serena belleza en la cara.
Pero ni siquiera se podría explicar el atractivo de Jaén por estas visiones parciales ni tampoco uniéndolas en una simple suma aritmética. Pienso que hay un poco más. Pienso que Jaén es un espacio excepcional por su patrimonio, pero también porque los nativos hemos sabido apropiárnoslo en el sentido de hacerlo nuestro sin que el pasado y el presente lleguen a darse del todo la espalda. Nuestra paradoja histórica de ser lugar de paso pero no de destino nos salvó de la fiebre del tipismo romántico y de la del desarrollismo de los bloques de hormigón. El resultado es que la tipología urbana de toda la provincia no es del todo el amaneramiento de la cal y de la reja ni tampoco el castigo del exceso de cemento. Lo que el tiempo ha seleccionado son pueblos que se han adaptado al ritmo de la población y han crecido en armonía con el entorno, produciendo una estética a veces dudosa pero siempre reacia a las cursilerías del tipismo y al horror del ladrillo. Un aire de congruencia y de fidelidad al tiempo, el mismo que desprenden los jiennenses, envuelve a costumbres y a monumentos, a pueblos y a paisajes, y termina imponiendo a los viajeros la sorprendente evidencia de que se están moviendo por una tierra que añade a su belleza el valor de lo no falsificado.
Salvador Compán es escritor