07 oct 2015 / 12:29 H.
Este verano visité una ciudad de Castilla León que me dejó gratamente sorprendido por su limpieza. Estaba en fiestas y, en pleno desfile de peñas, pude ver a una señora que, formando parte del cortejo, se disponía a comer un caramelo, le quitó su papel, se salió del cortejo, lo tiró a la papelera y volvió al desfile a continuar la fiesta, disfrutando con su caramelo. No hace tantos días visité un pueblo muy cercano a Jaén, con motivo de un acto religioso, curiosamente también en fiestas, e igualmente me dejó sorprendido por la limpieza. A Jaén cada vez la veo más sucia, y me duele. Me da pena cuando veo que cualquier lugar de la calle es bueno para que los animales hagan sus necesidades y allí se quedan, cuando en pleno día los contenedores de basura están llenos y tan a la vista o cuando las colillas de los cigarros abundan en el suelo. Mucho tendremos que cambiar para que nos concedan otra vez una escoba de plata, mientras tanto a seguir concienciando y dando ejemplo, no ya para conseguir un premio, simplemente por no vivir rodeados de tanta porquería.