¡Qué vergüenza!

Va para seis años que abrí un paréntesis indefinido en las páginas de este diario. Y más de 30 han pasado desde mi primera columna de opinión aquí, mi hogar informativo. Espero que ustedes agradezcan haberse librado durante un lustro de mis tabarras, diatribas y demonios particulares. Porque, tal y como escribí en mi despedida:

    06 feb 2013 / 16:33 H.

    “Al fin y al cabo, los lectores también tienen derecho a descansar”. Barruntaba que a mi regreso este país sería distinto. Distinto pero mejor. Más próspero, habitable, igualitario, más cercano a las democracias del centro y norte de Europa. Me equivoqué de raíz. Si comparo la foto fija del momento actual con la del ecuador del mandato de Zapatero, es innegable que vamos como los cangrejos. Encontrar algún punto de mejora en relación con 2007 es buscar una aguja en un pajar, una tarea de titanes. Casi nada resiste la comparación. La lectura retrocede, vamos menos al cine o al teatro, se han cargado la Educación para la Ciudadanía, la enseñanza pública hace aguas frente a la privada, las pensiones se recortan, la cobertura del desempleo se ha visto reducida, el repago sanitario se generaliza, disminuyen las becas o bajan las prestaciones sociales en general. La Ley de Dependencia (cuarta pata del Estado de Bienestar) ahonda cada mes el foso donde yace, funcionarios sin paga extra, miles de interinos expulsados del sistema, Urdangarin todavía en la calle, el Rey de tropiezo en cacería y mejor no seguir con el listado de las lamentaciones porque todo parece relativamente grave, abarcable para el análisis, si lo comparamos con los dos datos de mayor escalofrío: seis millones de parados, y la mitad de los jóvenes mano sobre mano. ¿Puede conciliar el sueño un gobernante con semejante ejecutoria a cuestas? Pues parece que sí. Hace una semana pensé ocuparme del paro juvenil en esta entrega, lo vivo muy de cerca en las promociones de alumnos que pasaron por mis clases y que, tras recalar cinco o seis años en la Universidad, hoy me escriben desde Alemania, Inglaterra o Polonia cuando no me invitan a café en la casa de sus padres, adonde regresan para “sobrevivir” en el día a día, bordeando la miseria. ¡Qué vergüenza!, concluyó —en francés— un alto dignatario europeo días atrás, en un cónclave madrileño. Me sirvió en bandeja el titular de este artículo. Que un país del continente más rico tenga ociosos, deprimidos o camino del exilio a la mitad de su mano de obra más productiva y preparada, produce sonrojo. La vergüenza tortura, se torna infinita cuando repaso la lista de Bárcenas, los apuntes del delito, ocupando portadas y tertulias. El mensaje que reciben nuestros menores de 30 años no puede ser más descorazonador. Y en Jaén todo apunta, por desgracia, al exterminio laboral de una generación de veinteañeros.

    Francisco Zaragoza es escritor