Inventario de nieve, de Manuel Lombardo

Desde Jaén. Lombardo nos regala en su nuevo libro de poemas su desolación y su esperanza. Él es un poeta de clausura, apartado del mundo; pero, al mismo tiempo, testigo comprometido de su tiempo. Es una poesía inmersa en la temporalidad. Desde aquí, y partiendo de una actitud ética insobornable, desarrolla una crítica radical contra la mentira, la estupidez, la manipulación que envenenan el presente y el futuro de los hombres de su tiempo.

    01 feb 2014 / 09:40 H.

    Se nos ofrece, y consumimos “gozosos”, una falsa alegría que nos destruye, sin saberlo: “bombones bien rellenos de veneno y mentira”. Como en sus libros anteriores, está presente la soledad existencial: “Solo te queda errar, vagar solo en la tierra”. Surge el miedo, la angustia ante la herida de la vida: “Pero cómo podré soportarme hasta el fin”. Yo veo en estos versos una honda vocación vital de plenitud, de amor, de alegría. Hay dolor, porque se ama, porque existe un hondo deseo vital de felicidad. La defensa insobornable de la dignidad personal del hombre sigue siendo un eje de la identidad de su poesía: “Aprende a levantar el pié/ sucio simio asesino,/levanta la cabeza y el alma,/ deja ya de arrastrarte”. Desde la conciencia de la dignidad personal, Lombardo no se rinde y se proyecta hacia una realización humana en el amor, en la libertad, en la verdad. En la poesía de Lombardo late una profunda aspiración de libertad, de transcendencia, de utopía; por eso rechaza los límites que le impone la propia existencia. Él se reconoce, desencantando y esperanzado, en “la escasa inocencia/que aún queda en el mundo”. Él se autoexilia de un modo que cifra sus deseos y aspiraciones en el éxito, el dinero, la competitividad. Se exilia en el ámbito de su espíritu que, al mismo tiempo, lo hiere y lo exalta. Él cree en unos vínculos humanos de fraternidad: “Salvándose quien pueda,/todos los hombres son/ladrones y asesinos”. El hombre no es hombre sin rebeldía, pero tampoco lo es sin amor: “Necesito ese silencio amoroso/que por dentro me abrace/la entraña desolada”. Su poesía es una aspiración de pureza, inocencia, alegría, austeridad, belleza. Cómo no recordar la aspiración de Fray Luis de León: “un día libre, puro, alegre quiero”. Lombardo es un buscador sucesivo de eternidades infinitas y aspira a un mundo “exento de confines/y límite humanos”. Para encontrar ese mundo, mira, de manera introspectiva, a “ese libro interior” de su propia alma. Y ahí sigue su lucha para “romper la oscuridad”, para habitar la verdad, el amor y la alegría. Es en la última parte del libro donde la temporalidad de la experiencia amorosa parece que lo reconcilia algo con el mundo. Aquí se siente protegido de todas las amenazas que, por otra parte, despiertan las mejores aspiraciones del hombre que lucha desde su dignidad y no se rinde.
    JESÚS VICIANA GAVILÁN