Indignados: Ese azote hecho río

Como algo muy remoto y difícil de alcanzar, aquellos jóvenes que el pasado 15 de mayo acamparon en la Puerta del Sol de Madrid hastiados y sin un resorte que mover, ni un futuro que vislumbrar, jamás sospecharon que su voz alcanzara a multiplicarse por centenas  de miles de personas  en tan solo cinco meses.

    18 oct 2011 / 10:22 H.

    Y  menos aún, que esa voz sin grito haya retumbado en los cinco continentes dándole la vuelta al mundo. Esto, da que pensar,  y entendemos la fuerza sublime que contiene la verdad. Me suena a Hito semejante manifestación. Denuncian unidos la sujeción de la política a la economía y reivindican una democracia real. No más corrupción y han  dicho basta a una política sometida a la elite financiera. El 2008, con la primera crisis bancaria que todo lo tambaleó, nunca se llegó a sospechar el cariz que tomaría la economía ni el calibre y la ruina que nos rozaba a todos. Zapatero nos predicaba que en España nada ocurría y lo tildaba de cosa pasajera. Los indignados piden casa, un trabajo, un futuro, un cambio global. Algo a lo que todo ser humano es muy lícito que aspire. Máxime cuando se es joven y se está preparado para ello. De momento no hay un líder, ni tienen colores políticos. Su protesta la libran ocupando las plazas y calles de forma pacífica, pero prolongada y tenaz, como buenos centinelas, sin abandonar el cuartel. Estos chicos indignados, hastiados o desarbolados, como queramos llamarle, con sus asambleas y esta forma tan original de protestar, están señalando con el dedo muchas injusticias que todos vemos. Buen momento para los políticos. Tienen ante los ojos la clave de su éxito. Si son honestos y saben mirar, claro.
    María Dolores Rodríguez Infante es escritora