Ilusos padres o ávidos jóvenes
Después de dedicarle numerosos espacios televisivos, infinidad de horas de programas radiofónicos y abundantes páginas de prensa. Después de ocupar gran parte de nuestras tertulias con amigos y familiares, de intercambiar opiniones al respecto y de defender, cada cual, su postura a favor o en contra.
Por fin, se ha ido. Su Santidad, el Papa Benedicto XVI, ha puesto punto final a las Jornadas Mundiales de la Juventud de 2011, y se ha ido. De Jaén, muchos son los jóvenes que durante la pasada semana se desplazaron a Madrid para vivirlas. Dejando al margen tanta moralidad aireada a diestro y siniestro, defensores y detractores, dos son las cuestiones que, principalmente, me han suscitado la masiva respuesta ofrecida al indicado evento. Teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de esos jóvenes no acude a la celebración de la eucaristía, ni de ningún otro acto católico, ¿cómo es que sus padres han creído, a pies juntillas, el alegado juvenil de la llamada espiritual del Santo Padre? No es necesario ser clarividente para imaginar que el derroche de alcohol, el descontrol de los horarios, la innecesariedad de rendir explicaciones y el asalto a la noche madrileña son aliciente, para muchos de ellos, más que suficiente, para convertir, incluso, al que no ha pisado una iglesia desde que tomara la primera comunión. La otra cuestión que me suscita, y que realmente me perturba, es la enorme necesidad que tiene la juventud de encontrar un referente, de carne y hueso, en quien proyectar sus expectativas y que no termine por romperle las ilusiones. Ardua tarea en los tiempos que corren.
Manuela Ruiz es abogada