Hoy, once de mes

El próximo día 21, la Iglesia celebra la festividad de la Presentación de María en el templo. Según la tradición, la Virgen fue llevada al templo a la edad de tres años para cumplir la promesa que sus padres, Joaquín y Ana habían hecho. Los Evangelios apócrifos narran la escena en la que María, acompañada de otras niñas y llevando todas ellas lámparas, es llevada al templo sube las escaleras sin ayuda y es colocada en la “tercera grada”, lugar de privilegio, donde baila. El origen de esta festividad hay que buscarlo en la dedicación de la iglesia de Santa María la Nueva de Jerusalén en el año 534, según las referencias de una Constitución del emperador Comneno.

    11 nov 2015 / 12:16 H.

    Ya con posterioridad, un gentilhombre francés, canciller en la corte del rey de Chipre, habiendo sido enviado a Aviñón en el año 1372, como embajador ante el Papa Gregorio XI, narró a éste la magnificencia con que en Grecia celebraban el 21 de noviembre esta fiesta. El Santo Padre la introdujo en la ciudad papal y, posteriormente Sixto V la impuso en tofo Occidente. En un lateral del altar de la Santa Capilla de San Andrés se puede contemplar un hermoso cuadro que representa esta escena y que en su composición es muy semejante al de Tiziano que se expone en la Academia de Venecia.
    Otras advocaciones se celebran este mes con carácter local o particular tales como la Bienaventurada María del Sufragio, la Bienaventurada María Madre de la Divina Providencia, y el día 27 la Bienaventurada María Inmaculada de la Santa Medalla, festividad de la que nuestra familia es muy devota, pues nuestro padre nació ese día y siempre conservó en su casa una imagen de la Virgen Milagrosa. No podemos dejar de mencionar con motivo de esta última festividad a aquel gran sacerdote, don Cándido Carpio Ruiz, que recorría su feligresía de la Parroquia del Sagrario llevando a todas las casas aquellas hornacinas en las que se transportaba a la Virgen Milagrosa. En este mes, en el que los jiennenses conmemoramos a Santa Catalina, hemos de recapacitar que al igual que ella, que aceptó el martirio por amor a Jesucristo, nosotros debemos comportarnos como verdaderos cristianos, sin envidias, sin rencillas, sin odios. Hemos de dar ejemplo ante la sociedad sin miedo a que nos tilden de carcas, de retrógrados, de beatos o de cualquier otro adjetivo. Cierta vez contemplamos cómo en un comedor universitario, entre el bullicio de los estudiantes, un muchacho de raza negra se santiguó y con gran devoción rezó una breve oración. Pidamos, nuevamente, a la Santísima Virgen de la Capilla, porque esa fe, que pese a todos los avatares y ataques que sufra, no solo se mantenga, sino que aumente entre todos aquellos que se declaran indiferentes o ateos, retornen al camino de la fe.
    Ernesto Medina Cruz