29 abr 2014 / 22:00 H.
Desde Ibros. El pasado 23 de abril fui testigo de una concentración de ciudadanos indignados por la presencia en Jaén de un diputado batasuno, que está realizando una turné por España con un libro debajo del brazo, bajo la invitación de colectivos simpatizantes del independentismo borroca tales como el SAT. Pienso que es como poco de mal gusto dar cobertura a ese tipo de personajes, que como él han sido colaboradores necesarios, cuanto menos, para que en las provincias vascas sólo se permita vivir u opinar de una manera, la suya. El problema es que hay quienes pretenden que sea así en toda nuestra Nación. Jaén se ha convertido en un lugar en el que no puedes aparecer en una manifestación, ya sea del primero de mayo o una protesta por los recortes sociales, portando la bandera española, porque te pueden agredir, o en el mejor de los casos llamarte hijo de tal. No me cabe en la cabeza que por pensar diferente en la España del siglo XXI te puedan penalizar socialmente. En el artículo de este diario que relataba los hechos, Diana Sánchez Perabá subrayaba la presencia de “representantes de colectivos como Democracia Nacional”. Los que allí protestaban, eran ciudadanos de lo más variopinto que acudían a título personal, de hecho, la convocatoria fue totalmente espontánea y no provenía de ningún tipo de organización. Si alguna persona llevaba el emblema de algún partido, es cosa aparte, también podría haberse dicho de mí que era un representante socialista porque llevaba en la mano un díptico del PSOE. Lo que no se dice en el artículo es que entre las personas que se concentraban allí había víctimas del terrorismo de nuestra ciudad, acribilladas a balazos o con heridas de metralla de las bombas accionadas por “hombres de paz”. Todos los españoles somos víctimas potenciales de ETA, yo he sufrido en varias ocasiones la angustia del que llama a un familiar que vive en el lugar donde se ha producido un atentado. Sin ir más lejos, a mi mujer, que por motivos laborales se encontraba en Palma de Mallorca, hablo para los desmemoriados del año 2009 y no de la guerra civil o el franquismo, víctimas que me refería uno de los asistentes a la conferencia durante una conversación que mantuvimos. La única experiencia que he tenido de la vida diaria en las tierras vascas fue en Vizcaya, solamente de visita, que además coincidió con una campaña electoral, y en solo un fin de semana pude sentir aquella presión de sociedad dictatorial que nunca antes había vivido de aquel modo. Las calles estaban plagadas de Policía, gente que miraba los bajos del coche antes de subirse, carteles de todos los partidos arrancados (excepto los batasunos que estaban pegados con celofán e impolutos), un coche de propaganda de un partido no nacionalista abollado y con los cristales rotos al que no dejaban salir de una rotonda, sentir cómo te clavan los ojos todos los clientes de un bar al hacerle a un amigo una observación sobre una noticia de política de Andalucía leyendo un diario. Lo que más me sorprendió fue la lobotomía practicada en los ciudadanos cuando al preguntar a un grupo de adolescentes por una dirección, una de las chicas nos indicó que fuéramos recto hasta la plaza de España, una amiga le dio un codazo haciéndole rectificar, rebautizándonos la plaza como Circular. Este personaje dice que vive muy a gusto en la zona vieja de Pamplona, pero habrá muchos de sus conciudadanos que no puedan ni pasear por ella. No sé si en aquella conferencia se habló de todo esto, y de las miles de personas que han tenido que irse de su tierra forzosamente por no ser independentistas, pero de lo que sí me percaté fue de que la mayoría de las personas que acudieron a la conferencia (probablemente requeridas como escudo humano ante los avisos hechos desde las redes sociales de CSA en pie), era gente demasiado joven para haber tenido los recuerdos de infancia y adolescencia que he podido tener yo, y sentí lástima por ello. El frío y la impotencia que ha sentido mi familia cuando nos sentábamos a comer y en el telediario, día sí, día también, aparecían las imágenes del resultado nefasto del estallido de una bomba colocada en mitad de la calle, en un supermercado, una casa cuartel, en el Cerro de Santa Catalina, o las del atentado personal a cualquiera que les molestara a estos que hoy se presentan como sindicalistas u “hombres de paz”. El hecho de definir a alguien como sindicalista, no significa que por serlo no pueda ser también un chivato, un sectario, un acosador o un intransigente. La dignidad de la persona no va implícita en el oficio o el cargo. También Diario JAEN recogía las declaraciones de este personaje en cuanto a lo sucedido: “son los residuos del franquismo que venimos aguantando desde hace 40 años y que se niegan a que se pueda expresar la voluntad de la izquierda y la voluntad soberanista”. Uno de los pocos residuos del franquismo que quedan es precisamente ETA y sus organizaciones paralelas, que creyeron los españoles que desaparecerían una vez inaugurada esta democracia. El franquismo se hizo el harakiri, el ejército hizo una transición, los españoles hicieron una transición, y ETA quedó, quedó igual pero más vil, más cruel y más asesina que en el franquismo, ahora queda dando bocanadas y transmutados sus componentes para los cortos de memoria como “hombres de paz”. Antes hablé del sentimiento que tuve al ver gente tan joven junto al personaje, pero lo que más pena me dio de la jornada fue el empujón, que sin venir a cuento, me propinó un antiguo compañero de aula portando una bandera de la CNT. Es una persona por la que siempre he sentido aprecio, pensé que dicho sentimiento era mutuo, pues en varias ocasiones me lo ha demostrado, hasta aquella tarde. Y sentí tristeza porque en el Jaén del siglo XXI el pensar distinto te pueda penalizar socialmente, no obstante, seguiré saludándote donde te vea, un mal día lo puede tener cualquiera.