Hogueras para la convivencia
Inmaculada Espinilla / Jaén
Miles de personas recuperaron, ayer, la tradición de reunirse en torno a una lumbre, la de quemar lo viejo y bailar alrededor del fuego. La celebración de la víspera de San Antón volvió a brillar por el buen ambiente y por el olor a carne a la brasa en cada una de las 35 hogueras que iluminaron la noche.

Miles de personas recuperaron, ayer, la tradición de reunirse en torno a una lumbre, la de quemar lo viejo y bailar alrededor del fuego. La celebración de la víspera de San Antón volvió a brillar por el buen ambiente y por el olor a carne a la brasa en cada una de las 35 hogueras que iluminaron la noche.
“Anda diciendo tu madre que la reina te merece, y yo como no soy reina, no quiero que me desprecies”. Es una de las letras de melenchón que se entonaron, ayer, en cualquiera de las hogueras de la ciudad. No fue el único, pues este tipo de coplillas fueron la banda sonora de una noche en la que Jaén entera se echó a la calle para celebrar la víspera de San Antón, el patrón de los animales.
Dice el refrán “hasta San Antón, Pascuas son” y los jiennenses se lo tomaron al pie de la letra. La coincidencia de la celebración con el viernes contribuyó a que la ciudad entera bullese en torno al fuego. Hace miles de años, los ancestros encendían las hogueras para expulsar a los “malos espíritus”; hoy, la tradición no ha cambiado mucho en su esencia, pues la cercanía de San Antón con el Año Nuevo convirtió la fiesta en la mejor excusa para deshacerse de lo viejo para dejar paso a lo nuevo. Entre ellos, los buenos sentimientos.
De hecho, la convivencia entre los vecinos de cada barrio es la esencia de San Atón. Todos
reunidos alrededor del fuego, cantando, bailando y compartiendo rosetas, viandas y, cómo no, un buen trago de vino. “Es una fiesta familiar. Nos juntamos los amigos y los vecinos, es una buena forma de estar juntos”, comenta Charo Ortega, que disfrutó de la fiesta en la lumbre de La Alcantarilla.
En la misma línea se expresó Antonio Ortega, que pasó la víspera de San Antón en la lumbre cercana al Seminario. “Lo estamos pasando muy bien. Hemos traído de todo: jamón, queso, rosetas y vino”, detalló. La celebración también es eso: comer, beber, disfrutar de una buena conversación y, por qué no, dejarse embaucar por el embrujo del fuego de las 35 hogueras vecinales.
Y es que las lumbres tiñeron de un color diferente el cielo de la noche jiennense. Tenía un cierto matiz rojizo. “Esta noche me gusta mucho porque te lo pasas fenomenal, conoces a mucha gente y, también, te encuentras con amigos del colegio que no vemos normalmente. Somos todos del mismo barrio y lo pasamos muy buen”, explica la joven Verónica Sánchez.
Alegría. Hacía frío, pero nadie lo notaba. El calor proveniente del fuego se acrecentaba con las risas y el buen ambiente que predominó durante la noche. Niños, mayores y jóvenes se olvidaron, por un rato, de su diferencia de edad y todos, con la misma ilusión, arrojaban las ramas de olivos y muebles viejos a las hogueras.
Saludos y risas fueron constantes, al igual que los bailes y canciones. Y es que, si por algo se caracteriza San Antón, es por ser una noche en la que se olvidan las penas y se deja paso a la alegría, a la confraternización y al olor de la carne asada y de las rosetas.
La música es uno de los ingredientes estrella. Además de los melenchones que entonaban los aficionados, grupos como Panaceite deleitaron a los jiennenses con su buen hacer.
Esa noche, también, se vuelven a ver en las calles las botas de vino y, por un momento, se llega a pensar que se está en otro tiempo, en una época en que las prisas y la rapidez eran un concepto lejano para la mayoría de las personas.
En la víspera de San Antón se recupera la vecindad, el detenerse a hablar con todo el tiempo del mundo con el vecino de toda la vida. Ahí reside su encanto y, quizá, tal vez por eso, los jiennenses ven la fiesta como una de las veladas más representativas del año.
En casa. Pero no todos pudieron disfrutar de la fiesta en las calles, ya que algunos mayores y personas enfermas no pudieron salir de sus residencias. No por ello se quedaron sin disfrutar de la celebración, ya que en muchos centros la víspera de San Antón se desarrolló con la misma magia y el mismo encanto que en la calle. Ejemplo de esto fue la residencia José López Barneo. Sus usuarios configuraron, durante la semana, un muñeco de materiales reciclados para quemarlo.
Así ocurrió y no sólo contaron con la tradición de la lumbre, sino que la panceta, las morcillas y el chorizo también hicieron las delicias de más de cien personas. Esto pasó por la mañana y, por la tarde, la fiesta continuó con un taller de melenchones. El vicepresidente de Diputación, Manuel Fernández, les acompañó. En la residencia Siloé el fuego también se encendió y, en el patio del centro, se preparó una barbacoa, que contó con la presencia de la delegada provincial de Educación, Angustias María Rodríguez. La celebración se desarrolló sin incidentes y, hoy, sólo quedan las cenizas del fuego.