Historia de navegantes
El mar no es siempre el mismo mar ni tampoco el marinero que cada año lo navega. El océano alterna la calma chicha con marejadas y tormentas, los huracanes con la brisa, y el navegante es otro cada año, quizá más sabio o más escéptico, quizá menos dado a la excitación o a la aventura. Sentado esto, lo importante es saber adónde se va sin dejar de mirar la brújula ni que las manos titubeen al agarrar la rueda del timón.
Son estas las elementales lecciones de navegación que nos ha dejado el hombre que fumaba sin cesar. El hombre que decía que su cigarrillo era su bastón, su modo de estar en el mundo apoyado en nada, o en algo tan poco consistente como un cilindro de papel y las volutas del humo. Ese hombre se llamaba Santiago Carrillo y su vida se apoyó en sí mismo. O en poco más que en saber que las verdades enterizas son una tumba y que los dogmas matan. Se vive, se navega, con solo una verdad primaria que no es otra que la determinación de buscar el puerto lejano a través de maniobrar en un océano cambiante.
Afortunadamente, no perteneció Carrillo a esa categoría de personas de piñón fijo que presumen de congruentes, que creen vivir siempre en el mismo mar y tienen a gala la fidelidad a sus prejuicios, como si llevaran siempre las velas izadas a pesar de ciclones y galernas.
Según Paul Preston (“El holocausto español”), Carrillo tuvo una dudosa responsabilidad en la masacre de Paracuellos, aunque eso no lo libró de la acusación de los que prefieren simplificar la historia y puede que se pasara la vida huyendo de ese estigma. El hecho es que en Carrillo hubo varios Carrillos y, desde la Transición, navegó siempre con la seguridad de que el destino estaba en conseguir un país más justo, con más voz y menos dado al grito y a la sangre. En ese camino, echó por la borda al leninismo y a las viejas consignas de confrontación para ponerse a recoser el viejo mapa de España. Por eso, hubo un día en el que empezó a repetir una y otra vez que “la política ya no es la lucha de clase contra clase” y pudo tildar a Julio Anguita de “falangista de izquierdas”. El mapa de navegación que nos ha dejado Santiago Carrillo está hecho con nitidez de líneas y con pocos colores: hay pocas verdades, como la solidaridad, la concordia o la igualdad, y la tenacidad para conseguirlas. Son las únicas islas de destino porque lo demás es como el mar de Ulises, lleno de desvíos y espejismos.
Ahora, que el hombre que tenía un cigarrillo como único apoyo ha muerto, sabemos que no pudo llegar a las islas que buscaba, aunque hubo momentos en que las avistó y llegó a rozar sus costas. Hasta ahí, y no es poco, lo llevó su rechazo de los dogmas y su capacidad de resistencia y de renovación. Y es que, como dejó escrito Antonio Machado, si hasta la verdad se puede inventar cómo no va a ser posible que alguien como él inventara su propia verdad, la verdad de unas rutas de navegación que nos alejaran por siempre de la dictadura.
Salvador Compán es escritor