Hipocresía, cerdos y diamantes

Al gobierno Rajoy se le podrían colgar diferentes títulos de películas, pero a todos le faltaría algo, aunque cualquiera los identificaría con la realidad, incluso muchos de los votantes del PP, a los que, sin duda, les afectan los recortes presupuestarios.

    11 abr 2012 / 11:02 H.

    Desde 'Mentiras arriesgadas' o 'Mentiras y traición' o 'Mentiras y gordas' hasta “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante” o “Snatch: cerdos y diamantes”. El penúltimo, a tenor del nombramiento de altos cargos públicos a familiares de altos cargos políticos (la sobrina, los hijos y las hijas, el cuñado, el concuñado, la exmujer, los hermanos y hermanas, los maridos y la compañera sentimental). ¿Aciertan a quién correspondería el último título? Robert Trivers, en su libro “Engaño y autodecepción. Relaciones entre comunicación y conciencia”, afirma que el ser humano tiende a pasar por alto cierta información que amenaza de manera directa su subsistencia, lo que explica el autoengaño y la hipocresía cuando enfrentamos dilemas morales. La clase política desarrolla (a mayor poder mayor ostentación) destrezas de dialéctica moral que la exoneran de posibles dilemas morales que paralicen la ejecución de las órdenes procedentes de arriba. La hipocresía, tal y como la entendemos desde aquí abajo, según Trivers, es un tipo de violencia interpersonal, ya que el hipócrita te impone lo que tú no puedes hacer y él o ella sí (echemos un vistazo a los tribunales de justicia en los recientes casos de corrupción). Los hipócritas —no sólo los políticos— pueden encontrar cierto alivio en el libro de Robert Kurzban, “¿Por qué todos (los demás) son hipócritas? Evolución y mente modular”, donde el psicólogo americano analiza la hipocresía como una forma de supervivencia del individuo frente a los otros, una selección natural egoísta frente a los intereses del grupo, pero que ha llegado a predominar e implantarse evolutivamente como modelo de sociedad competitiva. Kurzban se pregunta por qué los políticos parecen más hipócritas que los ciudadanos que los votan al cometer faltas (mentira, prevaricación, traición y nepotismo) que ellos mismos han condenado públicamente. Está claro: porque son faltas grabadas, difundidas, archivadas y redifundidas. Es verdad que los ciudadanos también cometemos a diario pequeñas hipocresías para sobrevivir, pero son discretas y efímeras, mientras que las de los políticos impactan gravemente y con mayor duración sobre grandes grupos humanos. Nuestras incoherencias privadas, cuyas consecuencias asumimos, no deben funcionar como excusa que nos impida denunciar la utilización de la hipocresía, por parte de los político, como patente de corso. Sería demasiado.  Guillermo Fernández Rojano es escritor