08 oct 2014 / 11:35 H.
Me entusiasma que el Jaén de mis penas y alegrías tenga dos hermanos de nombre repartidos en América y Filipinas. Es obvio. Sus nombres se deben a hijos de Jaén, que allá por la remota lejanía del tiempo dejaron su tierra, soñaron con ella y, en su nombre, se lo pusieron a nuevas realidades geográficas. Tiro la piedra, pero no escondo el brazo. Le sugiero al Ayuntamiento de Jaén que haga un esfuerzo económico para reunir en nuestra capital nodriza a representantes de estos dos Jaenes, separados por la distancia, pero no sentimentalmente. Visita propicia para conocer a este Jaén que le dio su nombre geográfico y poblacional. Unirlos en torno a nosotros significa, ni más ni menos, abrir las puertas del conocimiento idiosincrático, histórico y monumental con repercusiones sociales y vivenciales, más allá de nuestros limitados lares. Nuestro Ayuntamiento, ciertamente, no está para echar el dinero por la ventana. Sin embargo, bien vale la pena y el esfuerzo económico en hacer posible un hermanamiento duradero de aquellos hijos que viven bajo el nombre de Jaén.