Herederos de Drakul
Déjame entrar
Director: Tomas Alfredson
Interpretes: Kåre Hedebrant, Lina Leandersson
Los ángeles y demonios entre los que se codea el trío Howard, Hanks, Mc Gregor pierden el poco fuelle que tuvieron a pasos agigantados. Si embargo, se resisten a abandonar la cartelera, y después de una segunda semana, no es improbable que se avecine una tercera de más suplicio.
Director: Tomas Alfredson
Interpretes: Kåre Hedebrant, Lina Leandersson
Los ángeles y demonios entre los que se codea el trío Howard, Hanks, Mc Gregor pierden el poco fuelle que tuvieron a pasos agigantados. Si embargo, se resisten a abandonar la cartelera, y después de una segunda semana, no es improbable que se avecine una tercera de más suplicio.
Terrorífico. Las tinieblas están de moda, ya se sabe. Siempre lo estarán. Pero si lo que queremos de verdad es ver ángeles caídos, veámoslos, pero de calidad. De esos que lucen colmillos afilados, que se combaten con ajo y crucifijo y que están siempre sedientos de sangre. Evidentemente, tratamos de vampiros, y ya van dos veces en este 2009. Pero, frente a la descafeinada especie diamantada y de folleto de la adolescente Crepúsculo, los ejemplares de hoy hacen honor a la raza oscura de la que proceden y a las tinieblas de las que se retroalimentan. La propuesta es Déjame entrar. Una película tan helada como la estación invernal en la que se desarrolla la trama y que habla de la amistad entre un humano y un vampiro. El tema no es nuevo. La alemana Angela Sommer-Bodenburg ya abordó el tema en El pequeño vampiro. Lo original es presentar el vampirismo con absoluta naturalidad. Entremezcla ficción con problemas como el mobbing escolar. Y todo sin dramatismos. La película derrocha sangre, que se desparrama en magníficos planos y por la boca de una niña de 12 años, pero que engrandece el mito de Drakul, tan cruelmente denostado por la plañidera Stéphanie Meyer. Déjame entrar es desconcertante, apabullante, intrigante e inteligente. Cotidiana. Es el arte de la sutileza y es rompedora. Porque no sólo se oye y se ve. Se huele. Exuda la putrefacción de la que se nutre y en la que vive la pequeña vampiresa. Definitivamente, es una perla. Por Nuria López Priego