Haz el bien, haciéndolo bien
Ángel Plaza Chillón desde LA IRUELA. En España, la filantropía sigue viviéndose con cierto pudor. Los grandes donantes prefieren mantenerse en un segundo plano y evitar las suspicacias. Nada que ver con la tradición anglosajona en la que la inversión en causas sociales no solo es moneda común entre las clases altas, sino un equivoco símbolo de estatus del que se presume y a mucha honra.
Desgraciadamente, en España no está bien visto ser empresario y, en ocasiones, ser filántropo tampoco, por eso se opta por la discreción. Si creas una fundación o una labor social, mucha gente piensa que lo haces porque desgrava o porque se obtiene algún otro beneficio oculto, cuando, en realidad, la mayoría simplemente buscamos ayudar a la sociedad. Se trata de devolver parte de lo que nos ha dado. No todos ven en el anonimato una ventaja. “Si puedo usar mi apellido para apoyar una buena causa, ¿por qué no hacerlo?” A la mayoría le preocupa cómo decidir, a qué causa dedicarse, de crear una fundación es la mejor opción y cómo involucrar a la familia, lo que siempre se recomienda es tener un consejero especialista en estos asuntos, que sea un profesional en filantropía y en quien se pueda confiar completamente. La ventaja de tener una tercera persona experta y ajena a la familia es que ayuda a ser más objetivo y eficiente. La filantropía es como si fuera una empresa: con disciplina, plan de negocio, enfoque sólido hacia los resultados para lograr un impacto sostenido. Bajo este nuevo prisma, dejaba de tener sentido esperar a morirse para donar una parte a la beneficencia, desentendiéndose del resto. Si uno es empresario, lo normal es querer gestionar la parte benéfica con similares criterios. La filosofía de este movimiento es que no se les hace ningún favor a los hijos regalándole una fortuna millonaria en la que no han puesto empeño alguno, y que es mejor asegurarse de que el dinero se emplee bien. Con ello, además, logra pasar a la posteridad. La filantropía tiene además ese gancho: cuando se hace bien, sus resultados permanecen y con ella el insigne apellido que la financió. Pero no hace falta tener una fortuna de millones de euros, reinventando en filántropo estrella, para poder dedicar una parte del patrimonio familiar a una buena causa. No basta con dar dinero, hay que hacerlo bien. Aunque se inviertan cantidades modestas, es igualmente recomendable ponerse en manos de expertos para elegir el cómo y el cuándo. Cada vez más sofisticada y profesionalizada, la nueva filantropía necesita aplicar criterios empresariales que midan la eficiencia y los resultados obtenidos con la misma ingeniería financiera que se aplica a las empresas, y no siempre uno tiene los medios o el tiempo que requiere la tarea. Para que un proyecto fundacional sea efectivo y tenga continuidad en el tiempo, hay que gestionarlo como una empresa, con corazón, pero con una estrategia muy clara y definida a medio y largo plazo. ¿Pude realmente cuantificarse una labor social? Por supuesto que sí, cualquier proyecto se puede medir. Es más, es conveniente que se haga. No siempre tiene por qué ser monetizable, pero siempre se necesitan baremos. Solo así se puede saber si se va o no por el buen camino. En campos como la salud, por ejemplo, se puede verificar el número de usuarios atendidos, los contagios prevenidos, etcétera; en proyectos educativos también puede medirse la disminución del fracaso escolar, la integración de determinados colectivos, la prevención de la drogadicción, etcétera. Como cualquier empresa, la labor filantrópica tiene que seguir de cerca sus resultados si quiere intentar mejorarlos. Estos instrumentos fuerzan a las ONG a ser responsables en la consecución de los objetivos para los que recibieron el dinero y también ayudan a los donantes a sentirse satisfechos y realizados con su aportación gracias a la mejora palpable en cualquiera que sea su causa. Se sorprendería de la cantidad de fundaciones y entidades no lucrativas de mucho nivel que hasta ahora no medían sus impactos en España, pero esto no está cambiando rápidamente en los últimos años hacia una mayor atención a los resultados. Lo que sí es importante, es que el voluntarismo no es suficiente. Se requiere una profesionalización para que las acciones sociales que se acometan sean útiles y eficaces. Lo primero es tener clara la visión de lo que se quiere lograr con el proyecto filantrópico, la causa que se quiere poner en marcha, si se pretende que los valores trasciendan a las siguientes generaciones, es importante que no se vea como el proyecto de papá, sino como una voluntad que comparte toda la familia y que puede mantenerla unida. Tal vez,—a mi juicio—, el más conocido sea el caso de Rosalía Mera, una de las mujeres más ricas del mundo, cofundadora de Zara junto a su exmarido Amancio Ortega, con el que tuvo un hijo discapacitado severo. Para ayudar a la integración de los jóvenes con este problema y generar la igualdad de oportunidades, Mera creó hace 25 años la Fundación Paideia Galiza, que se ha convertido en un referente del sector. Con la crisis y los recortes en gasto público destinados a causas sociales, va a hacer más falta que nunca la iniciativa privada para apoyar causas sociales. En España, las donaciones individuales desgravan un 25% del IRPF y un 35% del Impuesto de Sociedades, lejos de las ventajas que ofrecen países vecinos como Francia, donde la desgravación es casi el doble, por no hablar de EE UU, que aplica el 100%. ¿Tiene sentido entonces dejarle todo el dinero a la familia? Prefiero dejarles de herencia una buena causa.