Hay que reaccionar para evitar males

Juan Molina Prieto desde Jaén. En estos días se está volviendo a desarrollar una serie de campañas publicitarias contra la mal llamada 'violencia de género', reforzadas por el proyecto de no cobrar 'tasas' por los procesos judiciales que se inicien por esta razón. Una vez más, ponemos 'parches' para atacar un mal que en mi opinión, tiene su raíz la mayoría de las veces en su mismo inicio.

    17 dic 2012 / 17:14 H.

    Y es que hay muchos matrimonios que jamás se debieron celebrar. Todos conocemos alguno. Las personas que gracias a Dios llevamos casadas muchos años, sabemos por experiencia, que a lo largo de la vida puede haber dificultades en la convivencia conyugal, pero también sabemos, que esas situaciones se resuelven siempre sabiendo pedirse perdón mutuamente, e intentando hacer feliz a nuestro esposo o esposa, teniendo claro que cualquiera de nosotros somos capaces de los errores más torpes. Y a “esas salidas de una dificultad”, ayudan de manera decisiva en mi opinión, tres factores: haber recibido en su día el sacramento del matrimonio bien preparados, “sabiendo lo que hacíamos y conociendo bien a la persona con la que nos casábamos”; si somos cristianos, continuar frecuentando los sacramentos que Dios Nuestro Señor pone a nuestro alcance y que nos dan fuerzas para superar las tentaciones que nos puedan venir; y crecer personalmente día a día en la convicción íntima de que nos casamos para hacer feliz al otro con olvido de uno mismo. Ahora se está produciendo una violencia enorme en los hogares porque muchos “no son hogares” en sentido propio. En mi opinión están ocurriendo en este momento tres grandes males relativos al matrimonio: el primero es que se “ha banalizado” hasta tal extremo que las personas se “casan sin conocerse bien durante un tiempo prudente”; y sin conocer la importancia del “compromiso que adquieren”. Les da igual, ¡si nos va bien seguimos y si no, cortamos! En segundo lugar, influye mucho en ello la amplia descristianización de nuestra sociedad porque ¡ahora, las cosas no son como antes, dicen muchos! Así por las buenas. De hecho, mucha gente vive como si Dios no existiera y olvida que Dios nos creó hombre y mujer para ayudarnos en el matrimonio durante toda la vida y así poder criar, educar y hacer hombres o mujeres de una pieza a los hijos que Él nos conceda. Esto ya no lo enseña nada más que la Iglesia católica. Y en tercer lugar, las leyes tan permisivas que en este terreno están vigentes en España. Son una invitación a “romper” aunque no haya el menor problema, solamente porque un día llegamos a la conclusión de que “estamos cansados” o “nos entra por los ojos otro u otra”. Y si hay hijos en esa unión, ¡pues no pasa nada, ya veremos cómo lo resolvemos! ¡Pobres criaturas, pues son enormes las tragedias que de esas actitudes se derivan! ¿Qué podemos hacer para evitar esta situación? A mí se me ocurren algunas soluciones: en vez de gastar dinero en campañas que no dan resultados —esa violencia aumenta constantemente— se debería gastar en “formar a la gente para el matrimonio”, porque es la célula básica de la sociedad y hay que cuidarla. Si las familias marchan bien, la sociedad está cohesionada y además se evitan miles de problemas de toda índole. Por ello, en mi opinión, esas campañas deberían tener un sentido totalmente positivo, resaltando los valores familiares de la entrega sin pedir nada a cambio, del servicio mutuo, del respeto entre todos los que la forman, de la comprensión ante los errores, del necesario perdón mutuo, de la generosidad sin límites, y del inmenso cariño entre padres e hijos. Hoy día, quien únicamente celebra cursos para la formación humana y lógicamente cristiana en la vida matrimonial es la Iglesia católica. Pero aunque no se sea cristiano —el matrimonio es de derecho natural—, es necesario tener una formación esencial sobre lo que es el matrimonio y sus exigencias “naturales”. Hay que explicar a los jóvenes que casarse no es unirse a otra persona sólo porque me “gusta mucho”, —que obviamente se supone— sino que hay que conocer cómo pensamos en los temas esenciales de la vida; hay que ver si tiene un trabajo que les permita vivir; cuáles son sus caracteres y cómo asumen las situaciones que la vida les va presentando; si son egoístas o generosos; si son personas de virtudes humanas; si son celosos; si desean tener hijos y educarlos a fondo; si en la vida ordinaria saben pedir perdón y perdonar y si tienen o no, el necesario sentido religioso de la vida. Aun así, después podrá haber algún problema, pero se superará si hay verdadero amor, que es “desear hacer feliz al otro olvidándome de mi mismo”. ¿Parece exagerado? Mi experiencia y la de tantos, nos dice que es el mejor camino para que la convivencia matrimonial y familiar sea feliz. Naturalmente, esto hemos de hacerlo previamente los padres, con el ejemplo de nuestras vidas y procurando dar esa formación en el hogar, y si somos cristianos, intentando que nuestros hijos y nietos hagan los Cursos pre-matrimoniales en la Iglesia, donde además les explicarán que con la ayuda de los sacramentos y una vida cristiana seriamente vivida, los problemas de violencia nunca se presentarán, porque la Gracia de Dios la cortará antes de que aflore. Así mismo, les aconsejaremos buenos libros que les permitan formarse bien en lo que es el matrimonio y cómo ir educando a los hijos. Así que, amigos, esa “violencia doméstica” que hoy nos invade, de la que la propaganda oficial —sin duda con buenos deseos— dice que “hay salida”, la podemos cortar si atacamos la raíz del problema no “dándole entrada”.