Hasta siempre

José Luis Ruiz Armenteros de Los Villares
“Nuestras reuniones ya no son igual”

¡Papi! No entendemos que no estés aquí con nosotros. El destino nos ha jugado una mala pasada. Te seguimos sintiendo con nosotros. Todavía no podemos comprender, los que te queríamos, que no estés en nuestras reuniones que nadie como tú sabía animar, con tu desenfado, con tu energía, con tu buen humor, con tu fuerza ante las adversidades de esta vida y donde nos transmitías alegría, risas, tranquilidad. “¡Paz y amor!”, nos decías. ¡Qué razón llevabas! pues los malos momentos vienen solos y nadie como tú para buscar los buenos.

    28 oct 2012 / 10:47 H.

    Edu, los Mochuelos, el Ruso, los Moínos, Juanito Ariel y muchos amigos más nos acordamos de ti, pero las reuniones ya nunca serán las mismas, aunque todos sentimos que estás con nosotros. ¡Papi! (Fugi), nunca te olvidaremos.

    Por tu amigo
    Juanito Ariel de Los Villares


    Luis Gómez Freijóode Alcalá la Real
    Mi tío don Luis, un maestro de pueblo

    Cuentan que en los núcleos rurales, durante muchos años, el cura, el maestro y la autoridad civil o militar (un guarda, un guardia civil o un pedáneo) eran los ejes que estructuraban y conformaban la vida social de muchas sociedades. Todos obedecían a sus órdenes, seguían sus consejos y cumplían sus deseos, como si se tratara de las manillas del reloj. Por cierto, no se ha escrito mucho de los curas de la comarca; algo más de las autoridades, (algunos se extendieron en la influencia de los zahoríes, precedente de los alcaldes pedáneos). Hoy nos vamos a detener en uno de estos personajes más influyentes de las aldeas: los maestros.   
    Se trata del docente Luis Gómez Freijóo. Nació, a principios del siglo XIX, en una casa solariega de la Fuente del Rey. Su padre, José María, era un labrador devoto de la Virgen de la Cabeza, a cuya fiesta del monte del Cabezo acudía siempre todos los últimos domingos de abril. Lo hacía con su acémila y su numerosa familia; incluso hubo años que ostentó el cargo de hermano mayor de la cofradía. Su madre, Adelaida, mujer prolífica y religiosa como la que más, representaba la bondad humana y la santidad de los seguidores de Jesús en la tierra.
    En su hogar, la familia rezaba al alba, en el ángelus, en las ánimas y al acostarse. Por tradición, sus hermanos se dedicaron al campo y acompañaron al padre en la venta de la leche y los más jóvenes ingresaron en el Cuerpo de la Guardia Civil. Luis, el más pequeño, como era frecuente, por aquellos años, marchó a tierras extremeñas, a un seminario de la ciudad de Don Benito, atraído por los aires de santidad de un misionero que le había cautivado en las frecuentes misiones religiosas que se celebraban en la comarca alcalaína para formar cristianamente a la población. Sin embargo, por los años treinta corrían aires no muy propensos a los estudios del sacerdocio y Luis regresó a su tierra, imbuido en una fuerte formación religiosa que lo iba definir en toda su vida. Su familia, labradora y ganadera, debió mantener buenas relaciones con el alcalde pedáneo de Santa Ana y, durante los años del bienio radical-cedista, el joven Luis cooperó en la elaboración del censo de aquel partido de campo. Esto le ocasionó más de un disgusto y sufrir los desgarramientos de la lucha fratricida.
    Tras la guerra, ejerció de maestro. Primero lo hizo en Ermita Nueva (también llegó a ejercer oficio de simbólico mancebo de farmacia atendiendo a un hombre con fuertes dolores) y, posteriormente, desde finales de los años cuarenta, en la aldea de Santa Ana, en los bajos de un gran caserón que miraba a las espaldas del presbiterio de la iglesia. Todavía lo recordamos con su bata oscura dirigir el corifeo infantil sentado en los bancos de madera instruyéndole en las primeras letras y en el cálculo de los números. Placentero como el que más, ejercía su autoridad y transmitía su bondad a sus discípulos a los que lograba darles ese instrumento fundamental que los introducía en el mundo de la formación y la cultura para librarlos de la ignorancia. Su fama de buen maestro se extendía a todas las aldeas, núcleos rurales y a la misma Alcalá la Real, desde donde acudían jovenzuelos para perfeccionarse en sus estudios básicos. Son muchas las anécdotas que recuerdan hoy de la etapa escolar y de una enseñanza en la que todavía no se había extendido su obligatoriedad  ni se cuestionaban los métodos y disciplina del maestro. Don Luis siempre marcó el ejercicio de la docencia con la transmisión de valores y la huella del humanismo cristianismo era latente a la hora de impregnar su comportamiento ético e intelectual.
    Preparaba a los niños para el día de la Primera Comunión con un gran entusiasmo, ya que era un gran militante de la Iglesia Católica: frecuentaba los encuentros diocesanos de la Acción Católica, se imbuía del espíritu de los Cursillos de Cristiandad y practicaba la piedad  a lo largo del día sin olvidar diariamente la visita al Sagrario de la iglesia de Santa Ana.
    Aun más, ofrecía su hospitalidad y la de su familia, heredando esta costumbre de su madre Adelaida, a todos los sacerdotes, como Francisco Callejas, don Esteban, don Francisco… Estaban en su casa. Siempre había un rincón para paliar las necesidades de los excluidos y sus manos rotas derrochaban generosidad a muchas personas carentes de las necesidades básicas. No cobraba las horas extraordinarias a muchos hijos de familias rotas y que necesitaban los estudios para avanzar en su currículo. Fue, además, un hombre de amplia cultura, entusiasta bibliófilo, recogió algunos restos de bibliotecas de sacerdotes y personas cultas, al mismo tiempo que no había novedad bibliográfica que no adquiriera para las baldas de su biblioteca particular. Generalmente, se desplazaba a Alcalá la Real y en la librería del maestro don Pascual Baca compraba todo tipo de novedades. Don Luis, que era una institución en Santa Ana, dejó su huella en muchas personas que ya han fallecido. Tuvo alumnos a los que enseñar hasta los años sesenta del siglo XX. Luego, cambió de aires, se vino a Alcalá y ejerció la docencia en las Escuelas de la Sagrada Familia.
    No llegó a cumplir los sesenta cuando le alcanzó la muerte y murió con la misma paz que compartió con todos los que estaban a su alrededor.

    Por Francisco Martín
    de Alcalá la Real


    Luis Aldehuela Gómez de Andújar
    Primer aniversario

    “Yo sigo pintando los hermosos rincones de mi Sierra Morena, con sus otoños, sus frondas, su fauna, sus silencios… Y sus hierbas. Esa maravillosa pequeña selva que contemplaba, fascinado, en mi infancia y que al mirarla de pie, me parecía estar en el cielo”. Leo esto en una estampa en la que figura Cristo Resucitado que pintó Luis Aldehuela para la iglesia de San Bartolomé, una de sus últimas obras de carácter religioso. Un año sin Luis Aldehuela, y en este tiempo de otoño es bueno para recordarlo. Siempre estará en mi memoria por tener muchos episodios de niñez y juventud unidos a mi padre. Aquellos tiempos que les tocó vivir en la época de Primo de Rivera y de la II República, viendo nacer el Instituto de Segunda Enseñanza. Y una guerra. Luis la pasó en Andújar y en el frente de Granada, dejándonos escrito “Los últimos que fuimos a la guerra”, una magnífica visión de aquellos meses hasta que terminó la misma. Luis estudió Bellas Artes en Madrid; sus profesores de facultad y las obras del Prado —Velázquez en especial— fueron sus maestros. Luis Aldehuela no quiso saber nada de las vanguardias y sí de lo figurativo que bebe del Barroco, para llegar a ser uno de los mejores pintores naturalistas del siglo XX. Magnífico dibujante y caricaturista, tocará temas como el retrato, el bodegón, las naturalezas muertas, el paisaje y la temática cinegética, el tema taurino.
    El otoño ha llegado a nuestras sierras, a la sierra de Andújar, el Fontanarejo, Lugar Nuevo, Contadero, Navalasno, Puerto Alto, Cereceda se está llenando de verde y los álamos del Jándula o Yeguas se están poniendo dorados.
    Los fines de semana se oyen los ladridos de las rehalas y el sonido de la caracola del podenquero; monteros y ciervos con jabalíes protagonizan la montería, esa forma de caza que Luis Aldehuela pintó como nadie. Pintó el alma de nuestra sierra, como dice Juan Rubio.
    No solamente nos dejó pintura. Nos dejó muchísimos ratos de conversación y de anécdotas por ser un buen observador. Anécdotas de caza, de su familia, de sus amigos, de su niñez.
    Luis Aldehuela estuvo vinculado a la Archicofradía de la Oración en el Huerto, pues su titular era obra suya; también estuvo vinculado a la Cofradía Matriz de la Virgen de la Cabeza, y participó en muchos carteles teniendo una magnífica obra el estandarte de la misma. Y estuvo vinculado a su parroquia, a la de San Bartolomé y a la de Santa María, cuyo mural “Las Campanas de la Virgen” fue una de sus últimas obras.    

    Por Juan Vicente Córcoles
    de Andújar


    Juan Manuel Castillo fernández de Santisteban del Puerto
    Una gran vida

    Este escrito fue publicado en la revista editada el pasado Pascuamayo, cuando Juan Manuel Castillo, aún vivía:
    “No sé si será el momento adecuado de rendir este pequeño homenaje a una gran persona, ni de ser yo la persona adecuada para ello. Pero creo que es bueno hacerlo cuando están entre nosotros, para que se den cuenta de lo queridos que son. Quizás sea, en estas fechas, cuando todo el mundo vuelve a su pueblo para recordar su niñez, sus tierras, sus gentes, sus fiestas, cuando más cuenta me doy de poder conocer a alguien tan querido por el pueblo, ya que son muchas las personas que pasan a saludarle, unos aprovechan para tomar una copa y recordar esos buenos ratos vividos con sus amigos, entre charlas y tertulias, otros solo por el hecho de saludar a alguien que conocieron y, ¡cómo no!, decir los que llegan porque sus padres o abuelos le hablaron de él. Hablamos de Juan Manuel Castillo, que llegó a este pueblo en 1947, con tan solo 23 años, procedente de Torrenueva (Ciudad Real), así, seguro que muchos no sabéis de quién hablamos, pero si decimos “El Mancheguillo” no hay ninguna duda, además comprenderán este sobrenombre. Empezaba su andadura por el mundo del vino en una bodega con sus famosas cubas de madera, las que luego sirvieron de mesas cuando, en 1949, abrió la taberna (donde sigue estando hoy) con su estilo de “ligaílla” muy peculiar, el cuartillo de vino con el tomate, el pepino, la morcilla... que traían de sus casas en los bolsillos. Todo esto rodeado de tertulia e historias de la vida misma, unas veces con certeza y otras, ¿por qué no?, superando un poco la realidad, que a veces es lo que a todos nos gusta, olvidarnos un poco de ella.
    La pena de todo esto es que, al parecer, no se sabe reconocer los méritos nada más que a la gente que sale por la pantalla por su larga vida dedicada a tal o cual cosa, pero no sabemos apreciar a alguien que dedicó toda su vida a hacer pasar buenos ratos sirviendo vasos de vino y, aunque ya no pueda hacerlo, tenemos la suerte de poder tenerle entre nosotros a sus casi 88 años de edad, y aunque sigue siendo “El Mancheguillo” creo que se puede y lo podemos considerar andaluz porque lleva con todos nosotros toda una vida. Hace más de medio siglo que abrió las puertas de su taberna  y por este lugar han pasado gentes de todo tipo, quiero hacer referencia a un paisano en especial, el dramaturgo y director de teatro Modesto Higueras que en 1973 le hizo una dedicatoria en la misma pizarra de la lista de precios, la cual decía lo siguiente: “A Juan Manuel ( El Mancheguillo ) que es una de las pocas personas honradas de este aperreado mundo, que sabe alegrarlo con vino auténtico, que ya es valor”. Y creo que con esta frase queda bien definido todo lo que quiero decir en este pequeño homenaje”.
    Por tu hija, Loli Castillo
    de Santisteban del Puerto


    Fernando Zaldúa Muñoz de Sevilla
    El espíritu Zaldúa 

    Estas letras que escribo, son solo palabras, escritas además contra mi voluntad, porque no quisiera haberlas escrito nunca. He dejado pasar unos días. Ya se sabe y se conoce la reacción social tras una muerte tan sorpresiva como la de Fernando Zaldúa, un hombre joven en la plenitud de su vida. De Fernando se dice ahora que era un hombre simpático, sonriente, amable, etcétera, etcétera. Pero yo tengo el deber y el derecho de hablar del Fernando de antes de morir, del que yo he conocido, del que ha imprimido carácter a los que le rodeábamos y frecuentábamos. Efectivamente, todo lo que se ha dicho de él es verdad. Pero yo que lo conocía bien creo, quiero dejar constancia escrita también, de su bondad, de su amabilidad, de su buena educación recibida de sus elegantes padres, de su caballerosidad, de su honestidad, de su actitud siempre dialogante, de su saber y capacidad de adaptación a este Jaén. De su dignidad y elegancia para saber haber sido yerno de Felipe y marido de María Jesús, “su Mariaje”, a quien rendía amorosa pleitesía, pero siempre con dignidad y elegancia; de su responsable, ocupada y preocupada paternidad de sus muy queridos hijos Dito y Jaime; de su maestría y cariño en la relación yerno-suegra Lola; de su habilidad para relajar tensiones en su familia, entre sus amigos, en sus actividades municipales; de su capacidad de iniciativa para procurar buenos y alegres momentos a los que le rodeaban, algo tan necesario en los tiempos que vivimos. De su amenidad como conversador y tertuliano; de su humildad para entrar y salir de la política, que siempre consideró como un deber y servicio para la que consideraba su Jaén, y no como un “modus vivendi” a costa de ella. De donde se fue, o lo fueron, sin aspavientos, ni rencores, más allá de las humanas decepciones.
    Ese es el espíritu Zaldúa. Ese es el espíritu que perdurará en su familia y sus amigos y que debiera impregnar las relaciones humanas, sociales, políticas que nos rodean. La buena educación, la capacidad para evitar disputas, su disponibilidad para aceptar las propuestas válidas o útiles de los demás, aunque no fuesen suyas. Su dignidad para trascender de sus limitaciones, y ser siempre útil y necesario contar con él. Su saber acordarse siempre del amigo en momentos más o menos difíciles… la llamada… el café… la palabra afectuosa...
    Todas las idas de los seres queridos son dolorosas. Pero si, como en mi caso, se producen inmediatamente después de haber estado con Fernando de viaje, siete de los quince últimos días de su vida, os aseguro que el dolor y sensación de pesadilla increíble se agudiza. Sin embargo, esta circunstancia me hace sentir privilegiado por haber estado con él en esos últimos días, donde he disfrutado de su compañía intensa, de toda su bonhomía. Y ello me obliga y me da derecho a escribir estas letras, solo palabras escritas contra mi voluntad, y en su recuerdo…
    A su familia, a sus amigos, a los que le queríamos, y a los que quieran recordarle… Que su espíritu, que “el espíritu Zaldúa” no decaiga.
    Por Agustín Quílez Rico
    de Jaén


    Tomás Quesada Quesada de Huelma
    Un gran historiador y amante de su pueblo

    Tomás Quesada recibirá, el próximo 10 de noviembre, un homenaje póstumo en el Ayuntamiento de Huelma por su aportación al conocimiento de la historia del municipio y de la comarca. El acto, que se celebrará a las siete y media de la tarde, empezará con una ponencia de Manuel Quesada sobre la trayectoria humana y profesional de su hermano. Posteriormente, Juan Martos Quesada hablará de la Huelma medieval musulmana, temática que estudió en profundidad el homenajeado.
    Tomás Quesada era el menor de cuatro hermanos. Vivió en la Plaza de la Calesera. Cursó sus estudios primarios en Huelma, en el Colegio Virgen de la Fuensanta, principalmente con el maestro Antonio Carrasco. Según cuenta su hermano Manuel, siempre fue “muy buen estudiante y muy inteligente”. Cursó el Bachillerato en el Colegio de los Salesianos de Úbeda y el COU en el Instituto Padre Manjón de Granada. Estudió Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada, y se licenció en 1980 con premio extraordinario. Se doctoró en 1985 en Historia Medieval con la tesis “La Serranía de Mágina en la baja Edad Media”, que poco después convirtió en su primer libro. A los 28 años ya era profesor titular de Historia Medieval de la Universidad de Granada por concurso-oposición. Fue un escritor prolífico. En 1979 escribió su primer artículo en la revista de Estudios Medievales, “Datos para el estudio de un señorío laico andaluz” referido a Huelma, donde fue el primero en utilizar los archivos municipales. Tomás Quesada fue también un buen arqueólogo. Con Huelma siempre tuvo una relación especial, y aquí pasaba todos los veranos con su mujer Milagros y sus dos hijos, Tomás y José Manuel. Le gustaba hablar con todo el mundo y conocer todo sobre los rincones de Huelma, sus costumbres, los quehaceres de sus habitantes. A los pocos años de morir, el Ayuntamiento puso su nombre a una calle y, ahora, se le va a hacer un homenaje. Dos detalles que la familia agradece a todos los alcaldes que ha tenido Huelma en los últimos años.
    Por Teresa Guzmán
    de Huelma