Hasta siempre

ANA GARCÍA CHECA de Jaén
“¡Te quiero, pero sé que tú más. Ole tú!”

Nunca podré agradecerte el amor que me has dado sin pedirme nada a cambio. 
Todavía no consigo hacerme a la idea de que ya nunca más te podré abrazar, ni besar, ni darte más coscorrones. “¡Al cielo con ella!”, como te decíamos y te protegías la cabeza, riéndote. Se nos hace muy duro pensar en todo ello, pero, la cabeza se nos inunda de momentos vividos junto a ti. “Martina, dale un masaje en las piernas a tu tía”, y tu te partías de risa).

    08 abr 2012 / 09:50 H.

    A la misma vez, comprendo que, aquella madrugada, tu corazón decidiese dejar de latir. ¿Cómo no ibas a tener el corazón débil si llevabas toda una vida regalando amor a todo el que se acercaba a ti? Lo tenías muy trabajado.
    Pero sabemos que, desde el cielo, nos protegerás y nos orientarás porque tú has sido nuestra guía, nuestro soporte, el faro que nos señalaba hacia la luz del camino para llegar a buen puerto en la vida.
    Siempre pendiente de tus hijos, de tus nietos, de tus nueras, hermana de tus cuñadas, has sido hasta la segunda madre de los amigos de tus hijos. ¡Pedazo de mujer! Si grande eras por fuera, mucho más lo eras por dentro.
    Siempre has sabido sacar la parte positiva de todo, incluso, en los peores momentos de tu vida. Qué escuela más buena has dejado. Te has marchado dejándonos un vacío inmenso, pero, cuando miremos al cielo, te reconoceremos, porque eres la estrella que mas reluce.
    Gracias a ti, principalmente, y a todos los tuyos por haberme dejado formar parte de vuestra gran familia. Solamente, me queda decirte una cosa muy importante para mi: “¡‘Chocho’, te quiero, pero sé que tú más! ¡Ole tú!”
    Por Verónica Ron Montoro.

    Cristino Gámez Martos (juan  “el ajero”) de Villargordo
    “Siempre estás en nuestra mente y recuerdos”

    Juan “El Ajero”, así te conocían en tu pueblo, aunque tu verdadero nombre era Cristino. ¡Qué gran trabajador! Incansable de sol a sol, aunque te pegaras tus “juergas”... Siempre con tus huertos y tu pasión desbordada por los animales.
    “El abuelito”, así te conocimos y te llamábamos nosotros en tu entorno, en tu hogar. Dejaste un gran vacío en esta casa, en tu mujer, Sebastiana, en tus seis hijos, en tus catorce nietos y tres biznietos.
    Cómo extrañamos tu figura sentada en tu sillón preferido, siempre asomando la cabeza cuando entrábamos a visitaros. Por cierto, siempre entra alguien porque, por suerte, tú y la abuelita formasteis una gran familia. Y lo mejor es que supisteis trasmitirnos esos valores a todos nosotros y siempre te lo agradeceremos.
    Te recordamos con tu gorra, tu garrote, tu rastrear de pies por el pasillo de la casa, tus grandes manos esculpidas por la labor diaria en el campo y, eso sí, siempre con tus dedos entrelazados apoyados en tu barriga.
    Cómo añoramos tus historias de antiguamente. Entre ellas, cuando nos contabas que eras manijero, cuando junto a tus amigos cazabais con los perros  o mil historias de Pamplona en la recogida de los espárragos... Todas ellas son historias que siempre nos harán recordar lo útiles y trabajadores que fuisteis.
    Aun así, tengo que reconocer que todo esto nos hubiera gustado expresártelo de viva voz directamente a ti, pero la verdad es que, al igual que tú, somos “pobres” en palabras.
    Casi han pasado dos años desde que, un  22 de mayo nos dejaste de noche. Nos quedamos desolados y un poco desorientados. En este tiempo en el que nos faltas han pasado muchas cosas, pero nunca olvides que tú siempre estás en nuestra mente, en nuestro recuerdo. No podemos dejar de pensar en ti.
    Sabemos que es ley de vida el irnos marchando pero, ¡cuesta tanto hacerse a la idea! Nuestro mayor consuelo es saber, casi con certeza, que en ese rincón del cielo donde te encuentras ahora, nos ayudarás y guiarás en todo momento.
    Esta carta es sólo una pequeña forma de homenajearte por todo lo que has sido, junto a tu mujer, en esta vida que os ha tocado lidiar.
    Nos quisiéramos despedir como todas las noches, después de rezar, lo hacen tus biznietos: “Abuelito, que seas muy feliz”.  Por toda una vida.
    Por tus nietos.

    SUSANA ALONSO LEÓN de Andújar
    “Un ejemplo de entrega y optimismo”

    Se nos ha ido, el día de San Francisco de Paula, Susana Alonso León. Viuda de José Luis Menéndez Caso, matrimonio que tuvo por hijos a Herminia, José Ramón, Alberto, Susana y Manuel.
    Susana había nacido en aquel año de 1928, cuando ya expiraba la España de Primo de Rivera y se avecinaba la España republicana. Tiempos difíciles para aquella niña que vivió y sintió una Guerra Civil. Sus padres fueron José Alonso, maestro de música que compuso el himno del VII Centenario de la Aparición de la Virgen de la Cabeza y, su madre, Encarnación León. Tras la guerra, había que recuperar el tiempo perdido y se formó en las Escolapias de Córdoba. Inquieta y alegre, estuvo muy unida a su hermana Pilar. Su cuñado, Luis Aldehuela, pintor recientemente desaparecido, decía que Susana era como unas castañuelas. Se vinculó al baile y al  teatro con Margarita Córcoles y Joaquín Colodrero. En  1959, año importante, es la hermana mayor de la Cofradía Matriz de la Virgen de la Cabeza, mujer que vivió de cerca todas las efemérides marianas de aquellos años como el Año Jubilar, la Recoronación y patronazgo sobre la diócesis.
    También escribió poesía y, en 2003, fue la pregonera de la Romería de la Virgen de la Cabeza, un pregón cargado de sencillez y de recuerdos de toda una vida vinculada a Andújar y a su Virgen de la Cabeza. Perteneció al coro “Laudate Dominum”. Se nos ha ido Susana y Juan Francisco Ortiz, párroco de San Bartolomé, en la misa de entierro, manifestó: “La conocí débil por el paso de los años, reflejando ya el dolor de Cristo en la Cruz; una mujer entregada a la parroquia y a su comunidad por sus rezos y sus obras de caridad, una mujer que ha dado ejemplo por su entrega y optimismo, siendo para la Iglesia un regalo de Dios”. 

    Por Juan Vicente Córcoles.

    Fernando Molina Zaragoza de Andújar
    “Dios, ¿por qué te llevas a los mejores?”

    Nacido en Andújar, el 19 de noviembre de 1946, este querido andujareño era hijo de Santiago Molina Garzón y Julia Zaragoza Molina. Fue el alma y fundador de la empresa “Construcciones Fernando Molina Zaragoza”, cuya espléndida obra se puede hallar por todo el territorio español, principalmente, en Andalucía y Melilla. Casado con María Antonia Amaro López, su gran amor, fue un padre excepcional que se caracterizó por su innato sentimiento protector hacia sus cuatro hijos, Cabe, Puri, María Jesús y Fernando.
    Sin embargo, aquello por lo que sus amigos y conciudadanos lo recuerdan,  es por su gran pasión, La Morenita, algo que le llevó a ser un peregrino de oro durante toda su vida. No en vano, fue miembro fundador de la Peña Los Peregrinos. Conocía el camino como su propio hogar, todos y cada uno de los parajes, cerros, arroyos, colinas, manantiales o senderos se mostraban sin misterio ante él.
    Sin duda alguna, el monte fue su refugio; lo entendía y conocía como nadie, no tenía secretos para él. Ya lo recorría  a tempranísima edad de manos de su padre, que le inculcó este profundo amor y respeto por la naturaleza que le acompañó toda su vida.
    Recuerdo que, siendo muy pequeña, me señalaba un azulejo pintado con técnica mayólica en el que se decía: “Montero, cazador de afición, furtivo de vocación”. También lo recuerdo limpiando sus escopetas, al cuidado de sus perdices o criando a sus perros de caza, en especial, a Rubio, su ojito derecho. ¡Dios, cuánto lo vamos a echar de menos! ¿Por qué te llevas a los mejores?

    Por Puri Molina.

    RAFAEL MORAGO QUESADA de Jaén
    “Era una persona sin recovecos, sin doblez”

    La línea roja es tan imperceptible que, a veces, sobrepasarla es un ejercicio de adoctrinamiento sentimental.  La capacidad humana para aceptar el dolor y la pérdida tienen, en algunos casos, un prefacio extraño e inesperado. La enfermedad lenta y progresiva de alguien de tu entorno ayuda a preparar el camino de la despedida, sin embargo, deja una secuela de falta de aliento y desesperanza que requiere de todos los recursos vitales para su superación. La marcha rauda impacta el corazón, desorienta y desequilibra más; se adorna de un halo de misterio que, cuando pasa el tiempo, muda en un cierto sosiego y reequilibrio interior.
    Rafael, mi amigo, mi segundo padre, me habló hasta unos momentos antes de partir. Su coherencia, el sentido común de su verbo y las explicaciones sobre algo tan banal como la falta de lluvia alumbraban en su faz la verdad incuestionable de la valentía de quien sabe que le espera el barquero y se niega a dar solemnidad al momento. Todo tan rápido, tan diáfano, que los pasillos del hospital parecían un borbotón de sin sentidos. ¿Qué hacemos aquí? ¿Acaso no parecía una molestia sin importancia? ¿Cómo un hombre que se está muriendo habla con tanta naturalidad de las pequeñas cosas de la vida?
    Cuando conocí a Rafael Morago me faltaba el entendimiento de los años. Sin embargo, desde el primer momento, aprecié que era una persona sin recovecos, no había ningún doblez en él. Era fácil adivinar que la vereda de su vida, había transcurrido diáfana y en línea recta. No porque el devenir de las cosas hubiera sido benevolente, antes el contrario, era porque atesoraba un secreto de misticismo callado, imperceptible a veces para el simple observador. Disfrutaba con lo elemental y rehusaba lo ampuloso. Ese dogma vital, le acompañó toda su existencia. Por ello, cuando se aproximaba a la inmensidad, a pesar de su edad, no perdía una sola oportunidad de asombrarse, de disfrutar como un niño de una puesta de sol, de la visita a una vieja iglesia románica o de perder la mirada en el serpenteo del humo de un cigarro puro.
    Rafael, mi amigo, mi segundo padre, me habló muchas veces de la vida y también de la muerte. Afrontaba cada jornada como un reto inaplazable para aprender  a no tener miedo. Se sentía orgulloso de todo cuanto le rodeaba, de su esposa, sus siete hijos, su trabajo en la administración de la fábrica de cerveza y, hasta cuando llegó, de su jubilación. Me mostraba, con ilusión, sus manufacturas en el pequeño taller doméstico y los progresos de esa aceituna, que machacaba una a una, con ese repiqueteo inconfundible que tanta paz le procuraba al espíritu. Sin saberlo, era un asceta. Tenía la capacidad de concentrarse en cada momento en lo que hacía. Cuando reía, reía. Cuando lloraba, lloraba y cuando rezaba, su plegaria era un libro abierto de bondad y agradecimiento.
    Alguna vez, mirando al cielo, quedaba absorto contemplando una formación de misteriosas aves que volaban en cuña. “¿Hacia dónde irán…?”, me preguntaba siempre.
    Seguro que la próxima bandada que cruce los espacios malvas del atardecer dejará caer una lágrima sobre los olivos y esa pequeña vírgula de agua hablará de él y de su viaje indómito por la eternidad.

    Por Juan Carlos García-Ojeda Lombardo.

    Ángel Aguilar Serrano de Jaén
    “La niña triste”

    Érase una vez una niña que estaba con su abuelo y su familia. Su abuelo, que tenía 58 años, estaba muy bien. La niña se llamaba Miryam. Tenía 10 años y, pronto cumpliría los 11. Iba a hacer la comunión el día 15 de mayo y se sentía muy nerviosa. 
    Cuando estaba con su abuelo, Miryam iba al campo, a las tiendas, a comprar... Y él le recogía para dar una vuelta. Pero, un día, él se puso malo. Tenía una enfermedad en el cuerpo y, entonces, lo operaron. Luego, se fue a casa con su nieta y ella estaba muy contenta. Después, se puso malo otra vez y se quedó ingresado. Ya no volvió a la casa, se quedó en el Hospital. A los dos meses, se murió. Pocos días después, hice la comunión. La familia estaba triste, pero quien más lloró fue Miryam y su abuela. Estas fueron las que estuvieron más con él. El abuelo quería mucho a Miryam y a su abuela. Todavía en estos días se acuerdan y lloran. A él le llamaban “el maño” y era muy conocido. Escribo esto porque el 11 de abril sería su cumpleaños.
    Por Miryam Aguilar.