Hasta siempre

Paco Mairena de Jimena

La Navidad de 2008 es una fecha que jamás podré olvidar. Me dijeron en primera persona que mi padre padecía una grave enfermedad, esa que es la lacra de estos tiempos, que con tantas personas ha terminado y que a tantas familias, como a la mía, ha dejado destrozadas. Mi padre, persona valiente como ninguna, sólo pensó en hacerle frente y luchar para curarse. Jamás perdió la sonrisa y la vitalidad que tanto le caracterizaban. Pasó por tratamientos que lo dejaban débil y sin ganas de nada, pero pronto se recuperaba y empezaba de nuevo su particular batalla; nunca tiró la toalla.

    20 sep 2009 / 11:25 H.

    Luchó hasta el último momento, pero, por desgracia, la maldita enfermedad terminó ganando. Mi padre se fue para siempre el 1 de agosto de 2009. Ese día no sólo perdí a mi padre, una parte de mí también murió y quedó vacía. Ahora, en el día a día ya sólo me quedan sus recuerdos. Cierro los ojos y lo veo leyendo el periódico, viendo el fútbol, preparando la comida de los domingos y, cómo no, lo veo en Cánava haciendo lo que más le gustaba hacer, dirigir sus bodas y banquetes para que todo saliera perfecto y todo el mundo quedara contento con su trabajo. A pesar de mi tristeza, me gustaría que toda la gente que quería a mi padre, que era mucha, lo recuerde con una sonrisa, porque eso es lo que a él más le gustaría. Era una persona muy amiga de sus amigos, quienes siempre pudieron contar con él cuando más lo necesitaban. Para mí, la vida sin mi padre me resulta dura, pero, como él siempre decía: “Hay que seguir funcionando”. Seguiremos funcionando como él quería, pero su ausencia siempre nos acompañará. Por último, me gustaría dejar claro que mi padre era, ante todo, un gran hombre, quizás no en estatura, pero sí de corazón. Por Ana Belén Roldán López.

    Celia Sánchez Castillo de Jaén

    De todas las ramificaciones que tiene la Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Piedad, en su Sagrada presentación al Pueblo, María Santísima de la Estrella, Nuestra Señora del Rosario y Santo Domingo de Guzmán, una de las más arraigadas, es la de sus camareras, compuesta por un grupo de distinguidas cofrades jiennenses (Rafaela Hernández, Carmen Garrido, María Peragón, Dolores Peragón, Celia Sánchez, Catalina García, María Rosa Rico y Pilar Úbeda), que en un día más o menos lejano recibieron tan sublime distinción, y que, año tras año y culto tras culto, ellas han expuesto a los cofrades el trabajo confortante, en una misión que se les encomendó, donde el amor y el mimo hacia las queridas y sagradas imágenes de Nuestro Padre Jesús de la Piedad y María Santísima de la Estrella era lo que imperaba. 
    La hermandad, en estos últimos años, ha vivido embargada por el gozo, ya que al Año Jubilar y la Coronación de la Virgen de la Estrella se ha unido la conmemoración del 25 Aniversario. Pero todo no iba a ser felicidad, pues una vez que se habían dejado atrás estas celebraciones, nos aguardaban días de tristeza y congojo, ya que, en el ocaso de la primavera pasada, concretamente el 17 de junio (festividad de Santa Elena), se nos comunicaba a la hermandad el fallecimiento de Celia. Ella era una cofrade que, desde los inicios, estaba aferrada al conjunto que forma el “Cuerpo de Camareras”. Sin embargo, la muerte es así, y por ello la sorpresa nos invadió, y como si de una hoja se tratase, Celia se desprendió de la rama, para así emprender un plácido vuelo, posándose finalmente con lentitud sobre el acolchado terreno de la eternidad.
    Su esposo, Miguel Garrido Manuel, tan ligado a la hermandad, componente en diversas etapas a su junta de gobierno, y sus hijos, Miguel, Manuel, Javi y Celia, incluso sus nietos, a los que hemos visto crecer en la familia cofrade, siempre la tendrán en su corazón, y de seguro, que cuando tengan de frente a la Virgen de la Estrella, también recordarán lo que su esposa, madre y abuela la quería a Ella, y nosotros, cuando lleguen esos momentos en que el mayordomo requiere a las camareras para vestir a la imagen, podremos sentir la cercanía de Celia, ofreciendo con su modesta sonrisa alfileres de cristal que brillarán con más fulgor en el tocado de la Estrella, de esa Estrella que es Luz del Alba. Porque Celia dio siempre lo más preciado que tenía, su cariño, su trabajo y su tiempo, de manera desinteresada, acompañando su labor con una sonrisa y con la amabilidad que le caracterizaba. Una persona entrañable a la que sus compañeras en estas labores de la cofradía echarán de menos en esos momentos íntimos, que salpican todo el calendario litúrgico, en los que se procede a mudar la ropa que viste la Virgen de la Estrella.
    ¡Celia! —como dije recientemente en el pregón a la Divina Pastora— pasaste de puntillas por el Purgatorio, y subida sobre las grandes alas de arcángeles, ellos te llevaron junto a la Madre que es la Reina de la Alcantarilla, por lo tanto, ¡qué suerte tienes Celia!, tú ya has recibido el galardón de los elegidos.  Por Joaquín Sánchez Estrella, secretario de la Hermandad de La Estrella Jaén

    Antonio José marchal Chica “El tábarros” de Valdepeñas

    El día 31 de agosto, en la parroquia de Santiago Apóstol de Valdepeñas, se celebró la misa de primer aniversario por su alma. Era un hombre difícil de olvidar. Todos lo recordamos en su silla de ruedas y con aquella ilusión por vivir el día a día, de cuidar sus colmenas en medio del monte como un verdadero maestro que era. Las abejas, con toda seguridad, como sus familiares y amigos, lo echan de menos. Antonio José, que nació en el Parrizoso, en el campo, en plena naturaleza, nos contaba que desde que era un niño ayudaba a sus padres en las faenas agrícolas, hacía de cabrero y, sobre todo, junto a su padre que era un maestro con las colmenas. De él aprendió un oficio precioso, la apicultura, por lo que sabía todos los secretos de las abejas, las conocía como los dedos de sus manos. También se experimentó, junto a sus progenitores, en la agricultura, el cuidado de la huerta y del olivo, lo que le llevó a trabajar en grandes haciendas de labor como encargado, pero los bajos sueldos de los años sesenta no eran suficientes para un hombre como Antonio José, que soñaba con triunfar en la vida. Se casó con Dolores Milla Marchal. Nunca tuvieron hijos. juntos emigraron a Francia y Alemania. En estos dos países trabajaban de luz a luz, en la agricultura y la industria. Esto les hizo ahorrar un dinerillo muy decente para aquellos años y volvieron a España. Antonio José falleció a los 71 años de los cuales pasó los últimos 35 en una silla de ruedas (debido a un terrible accidente de tráfico que a punto estuvo de costarle la vida). Dando ejemplo de humildad y ganas de vivir, tenía un gran amor a su Cristo de Chircales, devoción a la que se aferró cuando también perdió a su mujer tras una corta, pero grave enfermedad. Fue un gran devoto y a buen seguro este le habrá recompensado por la cruz que con tanta resignación llevó en vida. Descansa en paz, buen amigo. Por Juan A. Cabrera

    Jacinto Carpio Castillo de Jaén

    Jacinto Carpio falleció el pasado 15 de septiembre. A lo largo de su vida, desarrolló una intensa labor en favor de los más necesitados. Durante años presidió la asamblea local de Unicef y, posteriormente, ofreció su buen hacer como colaborador de la Asociación de Síndrome de Down. Dejó un legado que su compañera y amiga, María Dolores Gómez, presidenta de Síndrome de Down, recuerda en estas líneas: “El 15 de septiembre se nos iba Jacinto Carpio. Tres o cuatro días antes habíamos estado hablando con él para que, como durante estos últimos seis años, nos ayudara a organizar nuestra gala. Esto le daba “vidilla” a Jacinto, esta gala era la suya.
    En primavera de 2003 apareció en la asociación un señor mayor dispuesto a ayudarnos a conseguir dinero para desarrollar nuestro trabajo, concretamente para la construcción de nuestro centro, que para esa época era sólo un proyecto. Me sorprendió que lo llevara todo tan pensado, tan organizado, con todo un “dossier” hecho con recortes, con informes, con programación, menús, regalos, rifas... Todo lo traía preparado. Venía además acompañado de Ana, su mujer, que iba siempre a su lado apoyándolo, colaborando estrechamente con todo.
    Teníamos mucho miedo de que no saliera bien, de no ser capaces de convocar a tanta gente como él decía, pero Jacinto, con su eterna sonrisa me decía: “Ya verás como todo saldrá bien, será un éxito”, y lo fue. Cada año desde entonces, ocurrió tal y como Jacinto pensaba. Nos dejábamos llevar, él era el peso fuerte de toda la gala. Todos los pasos, todos los contactos, todas las actuaciones las llevaba Jacinto. ¿Qué vamos a hacer ahora sin él?
    A primeros de septiembre, María José lo llamó, se puso muy contento y empezó a trabajar. Se le han quedado los folios encima de la mesa de trabajo y en su máquina de escribir haciendo sus borradores, guiones, ideas nuevas que siempre traía preparadas.
    Así era Jacinto, bueno, sonriente, socarrón, con ese buen humor que nos inspiraba confianza, trabajador incansable y solidario, muy solidario. Nunca nos ha defraudado, siempre tenía esa palabra de ánimo que nos tranquilizaba en todo momento. Ana, su mujer, me comentaba el otro día que él creía que iba a ser esta su última gala. Jacinto, no has llegado hasta noviembre, pero estarás presente en todas cuantas hagamos porque a partir de ahora se llamará “Gala Jacinto Carpio a beneficio de la Asociación Sindrome de Down de Jaén y provincia”, y siempre vivirás en nuestros corazones. Nunca te olvidaremos Jacinto”. Por María Dolores Gómez, presidenta de la Asociación Provincial de Síndrome de Down.

    Cristóbal Cueva Ruiz de Jaén

    Hace unos meses, el doctor Cristóbal Cueva nos abandonó tan pronto y tan súbitamente que las lágrimas se mezclaron con la sorpresa y la indignación. A los dos años de una jubilación anticipada decidida voluntariamente, tras más de cuarenta en la sanidad pública y privada, acompañó a la muerte en su último viaje como fiel compañero que siempre fue; sin dudarlo, con la serenidad que fluye de la conciencia felizmente tranquila, arraigada en pilares éticos sólidos, aquellos que se forjaron en la Dictadura y florecieron en la Democracia. Hombre de espíritu inquieto, fue monaguillo antes que fraile y mientras trabajaba de mancebo en una farmacia de la capital de España, cursó los estudios de Enfermería y comenzó su carrera profesional como técnico especialista en el Servicio de Anatomía Patológica del Hospital Puerta de Hierro.
    Principios humildes que formarían su carácter tranquilo, afable y conversador como su gran don de gentes que tan buenos frutos ha dado. Gracias al ímpetu de superación y a su demostrada capacidad intelectual comenzó los estudios de Medicina. Con la sencillez que lo impregnaba, los cursó en silencio, hasta el punto de que cuando empezó la residencia en el mismo hospital, sus ahora ya compañeros quedaron sorprendidos. Pero Cristóbal nunca abandonaría su aire rural y la añoranza del campo que le hicieron retornar a su querida tierra. Nos consta que una gran parte de su amor se vació en el olivar. Y estamos convencidos de que su historia no podría ser contada sin el olor a aceite, arenque y pan de las diáfanas mañanas primaverales y otoñales del campo de Jaén. Aquí, en esta cálida tierra de viento y calor, pero, sobre todo, de gentes de gran corazón y sonrisa franca, donde la amistad tiene ese barniz dorado suave del interior, Cristóbal fundó su familia, los vio crecer y dedicó más de treinta años de su vida profesional al estudio y diagnóstico de la Patología.
    Pero, ¿qué nos queda a nosotros tras su partida?... El duelo. Ese peregrinar interior, penoso y lúcido hacia el recuerdo. Un final del camino que surge como un oasis imperecedero, integrado por innumerables retazos de vida representados en imágenes, músicas, sonidos, ideas y sentimientos. Un caleidoscopio cuyas caprichosas formas se nos manifiestan de diferentes maneras en función de nuestras vivencias con la persona querida. Y así, nosotros, tus compañeros, construimos tu figura al albur de nuestras experiencias compartidas: la forma cuadrada de tu cabeza de pobladas cejas, la sonrisa amplia, el gesto limpio bañado por los aires rurales de tus antepasados, la mirada con olor a oliva y tierra y ese cuerpo grácil y fibroso como recio tronco de anudadas pasiones; las locuciones verbales que desparramabas sobre nuestros quehaceres diarios una vez encendida la chispa del ingenio; el incondicional ofrecimiento de tu sabiduría a las necesidades y requerimientos de los compañeros; la peculiar manera de pellizcar la tostada en el desayuno, que ha hecho de algunos tus discípulos; el ruido ronroneante de aquella vieja radio, siempre encendida, en tu despacho...
    Somos conscientes que esta forma surgida del crisol caleidoscópico es sólo una de sus múltiples manifestaciones, pero es la nuestra, aquella que dibuja nuestro recuerdo y perdurará sólida en nuestra memoria mientras vivamos, contribuyendo así, con la humildad de la amistad, a tu “inmortalidad”.
    Sirvan estas palabras suscritas por todos tus compañeros, personal del Servicio de Anatomía Patológica y del resto de los Servicios del Complejo Hospitalario de Jaén donde tan profundo recuerdo has dejado, de homenaje hacia ti, aun a sabiendas de que eras muy reacio a los mismos.  Espero que nos perdones. Por el personal del Servicio de Anatomía Patológica del Complejo Hospitalario de Jaén