Hasta siempre
Paula Palomo Torruz de Jaén
“Una mujer de bandera, guapa y cariñosa”
Querida tita Paulita: Ahora que se van a cumplir cuatro meses desde que te fuiste, te escribo estas palabras desde lo más profundo de mi corazón. Por circunstancias de la vida, no hemos tenido una relación tan estrecha como hubiéramos querido, pero lo que sí que tengo claro es que las veces que hemos estado juntas, ha merecido la pena por el maravilloso motivo de haber podido estar a tu lado.
“Una mujer de bandera, guapa y cariñosa”
Querida tita Paulita: Ahora que se van a cumplir cuatro meses desde que te fuiste, te escribo estas palabras desde lo más profundo de mi corazón. Por circunstancias de la vida, no hemos tenido una relación tan estrecha como hubiéramos querido, pero lo que sí que tengo claro es que las veces que hemos estado juntas, ha merecido la pena por el maravilloso motivo de haber podido estar a tu lado.
Si echo la vista atrás, tita Paulita, y analizo la trayectoria de tu vida, puedo decir que esta no fue fácil para ti, pero igual puedo afirmar que tuviste una infancia feliz, dentro de las circunstancias que podía ofrecer un país en posguerra. Sé que erais una familia alegre y unida a unos maravillosos padres —mis abuelos—, que hicieron todo lo posible para que tú y tus hermanos fueseis unas personas respetables y que, sobre todo, permanecieseis unidos ante las adversidades y tropiezos que la vida os puso.
¡Qué feliz fuiste con todos tus hermanos! Pero, sobre todo, con las titas Pepi, María e Isabelita. Siempre estuvisteis muy unidas y derrochabais felicidad. En este punto, siempre recuerdo aquellos adorables catorce años que pasaste en el Puerto de Santa María con tu hermana Pepi y el resto de su familia.
Tita Paulita, fuiste una mujer de bandera por dentro y por fuera. Tan guapa y cariñosa… Siempre intentaste hacer el bien a todas las personas que te necesitaban.
A mí, particularmente, desde que yo era pequeña, siempre que te veía, me quedaba hechizada por tus manos. Parecían de cera, tan bonitas y perfectas.
Fuiste una madre entregada. Incluso antes de parir a tus hijos, ya sabías que sacrificarías todo lo que hiciese falta por ellos. Les quisiste tanto y les diste todo el amor del mundo a cambio de nada. Sólo te preocupaba que fueran felices. También te sobraba amor para tus nietos.
Después, con el paso de los años, las enfermedades se cebaron contigo, una tras otra. Y tú, ahí, las soportabas con resignación y pensabas que algún día ese sufrimiento acabaría. Por desgracia para los que te queríamos, así fue.
Por último, te quería decir que allá donde estés te habrán recibido como te pereces. Me gustaría pedirte, si me puedes escuchar, que junto a mi padre
—al que tanto echo de menos y que sé que ya está contigo— nos ayudes a llevar con resignación tu partida. Jamás te olvidaré, qué suerte haberte conocido. Maribel Palomo Gallego.
Juan Moreno Moya de Jimena
“Gracias por querernos tanto a todos nosotros”
Juan Moreno Moya fue un hombre formal, bueno y sencillo. Abuelo querido, tan sólo hace tres meses desde que te marchaste. Fue tan rápido todo. Cuando saliste del hospital por primera vez parecía que lo ibas a superar. Sin embargo, después de pasar todos juntos las mejores fiestas navideñas, a finales del pasado mes de enero volviste a ingresar de nuevo. Entonces ya fue todo tan rápido. Recuerdo que, estando a tu lado, estrechaba tus manos con las mías con el objetivo de intentarte pasar mi energía.
Al mismo tiempo, interiormente, mis pensamientos eran todos de agradecimiento. Te daba las gracias por preocuparte por nosotros y por querernos tanto a todos.
Por todo esto y mucho más, te escribo abuelo. Estas cuatro letras son en reconocimiento a un hombre —tú, Juan Moreno Moya— cuya mayor virtud fue la de ser un gran marido, padre y abuelo.
Estoy segura de que si desde donde estés nos ves, ya sabrás el gran vacío que has dejado en nuestras vidas y lo mucho que te echamos de menos.
Abuelo, te queremos mucho. Nos ha sabido a poco tu estancia entre nosotros, pero sabemos que te fuiste tan rápido para estar al lado de la abuela María, el amor de tu vida. Tenemos muchísimas cosas más que decirte, pero creo que ya las sabes. Te queremos mucho y siempre estarás en nuestro corazón. Tu familia.
Rafael Reloba espinosa de Jaén
“Siempre estuvo a la altura de las circunstancias”
Días pasados nos ha dejado un buen amigo, buen trabajador, buen padre y sobre todo buen marido, Rafael Reloba Espinosa. Durante toda su vida, se dedicó, exclusivamente, a su familia, a su trabajo y, cómo no, a sus amigos y compañeros de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir.
Nacido en Jaén, el 20 de julio de 1953, comenzó su andadura laboral en los hoy desaparecidos Medios de Comunicación, en el año 1967. Allí desempeñó su labor hasta 1983, fecha en la que fue integrado en la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. Su trayectoria laboral la realizó en la Depuradora de Aguas de Jaén, donde supo integrarse de una forma manifiestamente afable y trabajadora.
Por su carácter emprendedor, logró ganarse a compañeros y superiores, pues era una persona que siempre estaba dispuesta a acudir a solucionar cualquier avería que se produjera en el abastecimiento, ya fuera durante el día o la noche, cosa que sucedía con bastante frecuencia. En estos casos, no le importaba el hecho de tener que renunciar, durante horas, a su familia, y eso que, para él, su mujer y sus hijas eran primordiales. Sin embargo, si tenía que hacer un favor a un compañero, allí estaba siempre él.
Rafael Reloba Espinosa fue una persona que supo estar siempre a la altura de las circunstancias, a pesar de que muchas veces estas eran adversas. Su enfermedad la supo afrontar con fe, entereza y valentía. Supo luchar hasta el final de la misma como él había sido toda su vida, con la sonrisa siempre en su rostro. Nos has dejado un buen legado. Sólo te queremos enviar un hasta siempre de tus amigos y compañeros de la Confederación.
A Manolo Bello: “Sólo él tenía esa mirada de genio que convertía a un perro asustado en arte”
Todavía no sabía qué hacer con mi vida después de realizar algunas exposiciones de fotografía y alguna que otra boda para costearme un equipo medianamente decente. Seguía haciendo fotos “artísticas”, creo que lo llaman así, cuando uno de los días que andaba inventando por la Escuela de Artes de Jaén, me avisaron de que alguien me andaba buscando. Salí a su encuentro y me encontré a un tipo un poco desaliñado, con pinta de artista, hablando bajito, con una sonrisa de niño travieso y un humor granadino difícil de olvidar. Decía llamarse Manolo Bello y me habló de que era reportero de prensa, que venía a trabajar a Diario JAEN, que empezaba una nueva etapa y que necesitaba un colaborador para el nuevo proyecto. Era mayo de 1984, hace 25 años. Hablamos durante largo rato inmersos en una conversación muy amena. Me contó mil batallitas (la mitad no podían ser verdad pero eran fantásticas) de la vida, la amistad, el amor, de fotografía en general, pero habló poco de su persona. Al principio, la verdad, desconfié un poco, pues me envolvió en su mundo maravilloso y no terminaba de creerme que era un reportero de los de verdad. El único dato que me dio es que trabajó en “Diario de Granada” y nada más. No me decía lo gran fotógrafo que era él, los grandes reportajes que había hecho, lo mucho que me enseñaría a cambio de un sueldo pequeñito, pues el colaborador sólo cobraba por foto publicada y, a cambio, tendría la oportunidad de aprender un oficio, pero por su innata modestia, me hacía pensar que no aprendería nada de él. No tenía nada que perder, sólo un trabajo por horas que estaba loco por dejar, así que, al día siguiente, me llevó a la Redacción de lo que sería el JAEN de la nueva época de los 80, donde conocí a una plantilla de trabajadores, todos muy jóvenes, y que resultarían mis mejores compañeros de mi ya larga vida profesional.
Desde ese primer día, tuve muy claro dos cosas: Una, que quería ser amigo de Manolo Bello y, otra, que quería ser fotoperiodista por todos los medios posibles. Quería ser como él, me entusiasmaron tanto sus fotos, su forma de trabajar, anárquica, pero con un toque de genialidad que se escapaba a la razón. No le suponía ningún esfuerzo realizar las fotos que hacía, le salían solas, lo suyo era innato, veía algo que los demás no veíamos. Disparaba por intuición y el resultado era maravilloso, algo mágico. Por eso quería ser como él. Corrían los años 80, pero sus fotos tenían un halo nostálgico como si estuviese trabajando mano a mano con Cartier Bresson para la mítica agencia Magnum; su obra era un adelanto a su época, pero en ella se podían ver unas sensibilidades de una vida pasada, cuando hacer una foto era algo mágico. Esa etapa que no vivió y que posiblemente añoró.
Tengo muchas fotos en mis recuerdos, pero sobre todo esa foto del perro asustado por una acera de Iznatoraf, esa a la que hacía mención Luis Cátedra en un reciente artículo en el Suplemento “Paisajes”. ¡Cuánto me hubiera gustado haber ido yo al viaje y hacer la foto del dichoso chucho que odié por un tiempo! Aunque sabía que hubiese sido inútil, nunca la habría hecho como Manolo Bello, nunca sería igual, solo él tenía esa mirada de genio que podía convertir un perro asustado en obra de arte. Yo también viajé a Iznatoraf y a muchos más sitios y nunca vi al perro.
No podemos decir que pasara por la vida de largo, ha dejado muchas huellas, en los corazones de muchos de nosotros y en un legado que espero que pronto se pueda recopilar y exponer debidamente. Si de alguien he aprendido, ha sido de Manolo Bello y no sólo de sus fotos, de esos reportajes que traía cuando volvía de viaje y que siempre esperaba impaciente, también de su persona, de cómo afrontaba la vida y los problemas, de cómo trataba a sus amigos, de cómo era capaz de tener a todo el mundo pendiente cuando contaba una historia absolutamente intrascendente, pero con una intensidad y un sentido del humor como nadie. Todavía, hoy, cuando en una reunión se pronuncia su nombre es inevitable que se nos iluminen los ojos.
Pasaba el tiempo y no me quedaba más remedio que fijarme mucho en su manera de trabajar y en los resultados que obtenía, tenía que darme prisa en aprender todo lo que pudiera, pues sabía que no aguantaría mucho en un trabajo donde se sentía atado y donde la rutina le asfixiaba. Él era mucho más libre y pronto se fue a su querida Granada para seguir creando a su ritmo, con sus paisajes y los personajes elegidos por él.
Fue uno de los grandes periodistas gráficos y no tardará en aparecer su nombre en la historia del fotoperiodismo de Andalucía.
Luis Cátedra, antes Diario JAEN y ahora en Canal Sur, fue su casi hermano, yo sólo fui un compañero durante algunos años y alguien que lo quiso siempre. Por todo eso estoy muy orgulloso y agradecido. Manolo, te sigo queriendo por todo lo que me has dado.
Por Julián Rojas, periodista gráfico de “El País” Andalucía.
Pedro Moreno Mas de Guarromán
“Siempre estarás en mi pensamiento, amigo”
El pasado 28 de abril, sin permiso de nadie y por tu cuenta, decides abandonarnos a nuestra suerte, sin pensar que tus amigos —cazadores y no cazadores— podrían estar esperando alguna de tus llamadas para juntarnos y disfrutar de alguno de los eventos que tú solías preparar.
Y, aún más, sabiendo que las llamadas eran casi siempre correspondidas por cada uno de tus amigos. Joaqui y yo hemos tenido la suerte y el gran placer de haber sido dos de las personas a las que solías llamar y, también, de ser con los que querías compartir siempre los buenos momentos. Ahora, ¿a quién corresponde hacer esa labor? No sé lo que tú pensarás desde donde estés, pero yo no veo a nadie capaz de hacerlo con esa voluntariedad, dedicación, generosidad y, sobre todo, garantías de que cualquiera que fuese la actividad que estabas organizando en la ocasión que fuera, siempre saldría bien.
¡Mala suerte la nuestra!
Pedro, como amigo te digo que no recuerdo un mal gesto por tu parte y, por supuesto, tampoco te vi nunca enfadado. Más bien fue todo lo contrario. Siempre tendré presente tu risa contagiosa, esa que siempre nos hacía reír con tanta fuerza que, ahora, será muy difícil que alguien lo vuelva a conseguir. Hemos sido, sin excepción, todos los que te conocimos, muy afortunados de haber podido compartir ratos contigo.
Serían interminables y, desde luego, serán inolvidables las anécdotas que podríamos contar sobre todo lo que ocurrió. Pero, desde aquí te confieso, querido amigo, que yo, personalmente, te echaré de menos y que pase el tiempo que pase, siempre estarás en mi pensamiento. Adiós amigo. Julio Ruiz.
José Camacho Beltrán: “Qué suerte haberte conocido y poder disfrutar a tu lado”
Los profesionales de la medicina se visten de luto. Su compañero José Camacho Beltrán falleció, en Linares, el último día de abril. Era ya un hombre mayor, pero no por eso, el dolor que sembró su pérdida entre familiares y amigos fue más pequeño. Cuando se quiere a una personas, pocos motivos pueden ayudar a consolar su fallecimiento.
José Luis Camacho Beltrán nació en Mengíbar el 4 de mayo de 1925. Su vida fue larga, 85 años que le sirvieron para aprender y dedicarse a lo que más le gustaba, curar a los demás. Para conseguirlo, se marchó a la ciudad de la Alhambra y se matriculó en la Facultad de Medicina. Fue allí donde cursó sus estudios universitarios. Por fin se licenció, cuando el pasado siglo había superado su mitad, concretamente, en el año 1952. Veinticuatro meses después, el facultativo obtuvo la especialidad en Otorrinolaringología. Con sus estudios concluidos, José Luis Camacho regresó a la provincia que le vio nacer, pues era el lugar donde quería desarrollarse profesionalmente. Y lo consiguió. Allí, en la Ciudad de las Minas, se quedó para siempre. Fue en Linares donde se volvió su profesión y, también, el lugar en el que se jubiló. Desde el Colegio de Médicos se asegura que siempre tuvo un ejercicio libre, es decir, que puso en marcha una consulta particular. Además, fue colegiado honorífico en octubre de 1995. Descanse en paz.