Hasta siempre
Rosario Ramírez Mora siempre estará en nuestra memoria
Fue Beltor Brecht quien escribió aquello de “hay quien lucha un día y eso es bueno, hay quien lucha un año y es mejor. Pero hay quien lucha toda su vida, y estas son las personas imprescindibles”. Brecht murió hace ya más de cincuenta años, y tú Rosario, acabas de marcharte, apenas hace ocho días, en este duro mes de enero tan fieramente despiadado.

Fue Beltor Brecht quien escribió aquello de “hay quien lucha un día y eso es bueno, hay quien lucha un año y es mejor. Pero hay quien lucha toda su vida, y estas son las personas imprescindibles”. Brecht murió hace ya más de cincuenta años, y tú Rosario, acabas de marcharte, apenas hace ocho días, en este duro mes de enero tan fieramente despiadado.
Me contaba Cayetano (tu Cayetano, Rosario) que le pediste agua después de la última sesión de diálisis, que tomaste la botella en tus manos y se derramó sobre tu pecho antes de que pudieras llevarla hasta los labios. Así fue el momento de la muerte de Rosario, tan serena, tan sencillamente segura, tan callando. Como era ella misma y como lo hacía todo: Las grandes cosas, las más pequeñas de su diario vivir, sus momentos más solemnes, sus peligrosos riesgos tan comprometidos y solidarios. Rosario Ramírez fue como el junco de las riberas, que se dobla fácilmente en su elegante y sencilla firmeza, pero que ni los más duros azotes del viento logran doblegarle.
No estamos tristes, Rosario, aunque el dolor se haya apoderado de nuestros adentros y una especie de molesta nubecilla amenace con empañar los ojos de tanto amigo, tanta amiga, tanto camarada dolido frente a tu cuerpo ya sin vida al otro lado del cristal del tanatorio. Es dolor, aunque no tristeza porque, después de compartir la vida que nos has dado, algo de lo más hermoso que nos ha ocurrido es haber vivido a tu lado, donde tanto aprendimos de Rosario.
Y quiero aprovechar este artículo en su memoria para dar a conocer alguna de las enseñanzas de Rosario, su forma tan digna con que llevó sus ansias todas de justicia, su defensa de la democracia y las libertades como la parte más limpia de su ser humano. Rosario fue concejal del Ayuntamiento de Jaén en la primera Corporación Democrática. De su legado pueden hablar desde el entonces alcalde, Emilio Arroyo, hasta Pilar Palazón, Luis Miguel Payá, Felipe Oya, José Luis Vázquez (que también se nos murió) y yo mismo, que fui su candidato a la Alcaldía.
Los ciudadanos pueden hacer la prueba y preguntar a los funcionarios de entonces y a los políticos ya nombrados, representantes cada uno de las más diversas ideologías, algunas tan alejadas a los ideales de Rosario, que volcaba todas las fuerzas de su vida con las razones de sus ansias de justicia y el respeto ante quien las contempla desde otra parte. Y si cito estos nombres es porque pueden confirmar lo que mi corazón y el recuerdo de Rosario me están dictando. Por todo ello no podemos estar tristes, aunque echamos de menos a Rosario que supo hacer de la política un menester para engrandecer la vida y defender las libertades por encima de cualquier otra razón que no fuera el bienestar de los ciudadanos.
Así fue el legado de Rosario, toda una mujer de la que nos queda su enseñanza y su semilla, que bebimos de su propia vida. Rosario, la mujer fuerte, como el tronco del olivo; aparentemente débil, como la amapola que colorea sementeras; suavemente balsámica, como el aceite de nuestros campos. Miguel Hernández diría de ella: “Para la libertad tus ojos y tus manos como árbol carnal generoso y cautivo”.
Manuel Anguita Peragón.Cristóbal Mingorance, un padre bondadoso y ejemplar
Cristóbal Mingorance Espinosa nació en Jaén, el 12 de julio de 1926. Vino al mundo en el seno de una familia humilde. Fue el cuarto de ocho hermanos, con los que se crió por los barrios de Ejido Belén, Los caños y la calle Buenavista. En su juventud, vivió con sus padres, Luisa, ama de casa, y Juan Antonio, de oficio panadero. De hecho, en su primer trabajo, heredó el saber de su padre. Siendo aún joven y recién casado, se marchó a la casa de postas, desde donde repartía el pan hasta Andújar con un borrico. Al poco tiempo, volvió con su familia a Jaén. Se casó con Ana, su esposa, con la que tuvo cinco hijos: Juan Antonio, María del Carmen, Luis, Cristóbal y Antonio Jesús. Trabajó como albañil para conseguir lo que más deseaba, una vivienda. La consiguió a cambio de ahorro, sacrificio y trabajo duro todos los fines de semana y festivos durante años. Corría el año 1970 cuando nos mudamos de la casa de su padre hasta lo que fue su hogar hasta mayo de 2003, fecha en la que, poco antes de la muerte de su esposa (15-6-2003), se trasladaron a vivir con su única hija. Allí permaneció hasta el día de su fallecimiento, el 17 de diciembre de 2008. Tenía 82 años.
Aunque en los sus últimos años de vida su estado de salud hacía que viviese con muchas limitaciones —agravadas día a día desde la muerte de su esposa— siempre nos contaba anécdotas de cuando los hijos éramos pequeños y de sus años de trabajo. Recuerdo cómo después de trabajar llegaba a casa y se tiraba al suelo a jugar con nosotros a las canicas y a montarnos a borriquito sobre su espalda. Otro maravilloso recuerdo es la cena de Nochebuena, todos reunidos alrededor de la mesa, cantando y bebiendo tras la cena. No puede quedar atrás su amor por los animales. Tenía un jilguero que salía de la jaula y bebía de su boca y, a pesar de tener las ventanas abiertas, nunca se escapó. También estaban sus tortugas, a las que cuidaba a diario cambiándoles el agua y se la calentaba en invierno para que no hibernasen, pero, aun así, el más querido de sus animales, sin duda, era Curro, un loro algo revoltoso que, cuando había unas enormes fuentes de palomitas de maíz, quería participar de la fiesta y, desde su jaula, volaba hasta pararse en el centro de la mesa y comer palomitas de la mano de mi padre. Del trabajo, siempre me contaba una anécdota de La Carolina. Era pleno verano y quiso refrescarse con un trago de agua de un botijo de los que antaño se usaban en todas partes. En el mismo momento de bajar el botijo, coincidió que un amigo suyo (Vicente de la Chica) se levantó y, sin querer, le golpeó en la cabeza. De hecho, se cayó al suelo. Esta anécdota no tendría la mayor importancia de no ser porque mi esposa Puri es hija de Vicente; como ven el mundo es un pañuelo.
En los años en que los hijos nos casamos, nombraba a los nietos por meses, ya que iban naciendo en diferentes meses (enero, febrero, ….). Sus nietos han llegado al numero de 11, siendo los mayores de ellos los que lo velaron de forma ininterrumpida con cariño y respeto en su último día entre nosotros. Permítaseme no hablar de las penurias, sino de sus mejores momentos, ya que es así como quiero recordarlo y quiero que lo recuerden sus nietos y amistades. No en vano, Cristóbal Mingorance Espinosa, mi padre, ha sido un hombre honrado y trabajador, virtudes que ha querido transmitir a su descendencia con su ejemplo y dichos: “Ves si es bueno rezar, mejor callar”, “la mejor lotería es el ahorro y la economía”, “si quieres dinero y que no te falte, el primero que tengas no lo gastes”. Por último, quisiera pasar por esta vida tal y como el pasó, sin molestar a nadie, y ayudando a quien pueda según mis posibilidades. Espero que este pequeño homenaje a mi padre no moleste a nadie. Si así fuese, ruego me disculpe. Quizá, alguien piense que no es así la realidad, pero acepte que la cuento con la mirada en los recuerdos de un hijo.
Cristóbal Mingorance.Juan Antonio Lumbreras Bullón de Beas
Afable y cariñoso, fue un gran luchador por la vida
Hace poco más de un año que Juan Antonio Lumbreras Bullón se marchó y, en Arroyo del Ojanco, todavía se le recuerda. Es casi imposible olvidar a un hombre que lo dio todo por su “patria chica”, como él llamaba al municipio serrano. Y es que, aunque nacido en Beas, cuando era un niño de apenas 6 años, se desplazó con toda su familia a Arroyo, lugar en el que creció y que sintió como suyo. No en vano, fue uno de los que más luchó y más se implicó en el proceso de segregación de Beas.
La misma pasión que puso en esta “empresa”, se dejó ver en todos los ámbitos de su vida. No en vano, Juan Antonio era un hombre pasional, y la ilusión embaucaba a todos los que le rodeaban. De su persona, son demasiadas las cosas que se pueden contar, lo difícil es tener que resumir, en sólo unas líneas, aquellas características que lo convirtieron en ese hombre tan entrañable, afable y cariñoso con todos.
Virtudes Gilabert fue su primera novia y, también, el gran amor de su vida. Después de muchísimos años juntos, seguían pareciendo novios. Juan Antonio no dejó de escribirle nunca canciones y poemas. En su hogar, ese cariño que se sentían se palpaba en todos los rincones. Nunca se separaron y sus hijos (Mari Luz, José Luis y Anabel) conocieron lo que era tener una relación verdadera, especial y única.
Tenía un gran amor por la vida. Su pasión se dejaba notar en todas las tareas que comenzaba. Nunca hizo nada “a medio gas”, más bien todo lo contrario. En cualquier acto, ponía toda la ilusión. Fue capaz de transmitir su inmensa alegría a todos los que lo rodeaban y nunca se olvidó de regalar una sonrisa. Nunca le olvidaremos. Fue un gran hombre. Sus hijos.Leandro Toledo Fernández de Torredelcampo
Amante de la enseñanza y de la caridad cristiana
El pasado mes de diciembre, falleció el maestro Leandro Toledo Fernández, quien, durante más de treinta años, se dedicó a la enseñanza en Torredelcampo. De hecho, ocupó la dirección del colegio público San Miguel, al que amó y defendió por encima de todo. En el barrio donde se ubicaba el centro educativo, Leandro se integró a la perfección y se convirtió, junto a su familia, en un vecino más de la zona. En la zona, “don Leandro” vio crecer a muchos niños de los que después atendió en el colegio. Se le notaba su vocación y nunca se dejó llevar por el cansancio o la desilusión.
Aunque “don Leandro” no había nacido en Torredelcampo, se sintió durante toda su vida torrecampeño. Por su manera de ser, supo ganarse el reconocimiento, cariño y admiración de todo el pueblo. Formó parte de diferentes colectivos religiosos en la parroquia de San Bartolomé e impulsó la creación de la asociación de vecinos San Miguel, de la que era presidente de honor.
Fue director de Cáritas y también formó parte del equipo de la Pastoral Familiar, en la que realizó cursillos prematrimoniales y otras actividades.
“Don Leandro” fue un hombre bueno que dedicó su vida a su familia, a la enseñanza y, especialmente, al pueblo que desde siempre le acogió.
Fueron numerosas las personas que acudieron al funeral de entierro de Leandro Toledo, que se celebró en la parroquia de San Bartolomé. Después fue incinerado en el crematorio “Ciudad de Jaén”. Toda la comunidad educativa lamentó el fallecimiento de “don Leandro”, que estaba considerado como “toda una institución” entre el sector educativo del municipio.
José Bueno.Francisco Galán Vera de Lopera
Su alegría y buen humor se contagiaban
El recuerdo vivo de Francisco Galán Vera, conocido por todos como “El Churrascao”, sigue muy presente en sus familiares, amigos y vecinos de Lopera, a pesar de que su fallecimiento tuvo lugar ya hace algunos años. No en vano, era mucho el cariño que se le tenía en el pueblo, gracias a su bondad, honestidad y manera de afrontar su vida.
Francisco Galán Vera fue el segundo de una familia de tres hijos: Brígida, el propio Francisco y Juan.
Sus padres fueron José Galán Arenas e Isabel Vera Castro. En el año 1929, se casó con Leonor Salas García, el gran amor de su vida. Daba gusto verlos juntos. El cariño que se tenían fue inmenso, y lo bueno es que supieron cuidar ese amor, año tras año, con el mimo y cuidado que se merece. Respeto y sinceridad fueron las dos características que siempre siguieron en su relación. Fruto de su unión nacieron sus cinco hijos: Isabel, José, María, Rafael y Eduardo, que, hoy, todavía sienten la ausencia de su padre como si se hubiese marchado ayer.
Francisco Galán Vera fue una de las personas que conocieron bien los horrores de la Guerra Civil española. Y es que, parte de la contienda, la pasó junto a su familia en la ciudad renacentista de Úbeda. Pero, además, durante un año, estuvo combatiendo en el frente y, allí, comprendió el verdadero significado de esta etapa. Cuando, por fin, terminó la Guerra Civil, volvió su municipio de Lopera.
En su querido pueblo comenzó a trabajar en las tareas agrícolas de la recogida de la aceituna, cultivo mayoritario en la provincia. Concretamente, se empleó en el pago de Las Matillas de Torres y también fue el capataz, durante cuarenta años, de Antonio Rodríguez Muñoz Cobo.
Como complemento económico para el sustento, la familia se trasladaba, durante los meses de verano, a los típicos melonares que se plantaban en las afueras de Lopera, en los pagos de Lanzarino, Las Huérfanas, La Vega, etcétera. Allí, todos juntos, pasaban la temporada en torno a una choza que Francisco hacía, con sus propias manos, con varetas de olivo y rastrojos. De hecho, se quedaban allí hasta que recogían la cosecha de melones que, después, eran vendidos en los municipios de los alrededores. Francisco llevaba su cargamento a lomos de su “borrico”, llamado “Rayao”. Francisco compró este animal a Paquillo “el Habanero” por 900 de las antiguas pesetas. También había costumbre de vender parte de la cosecha a unos corredores que había en el pueblo. Como Antonio Herrero y Rosendo Gracia, los cuales, a su vez, contactaban con mayoristas que llegaban al pueblo con camiones para llevarse las frutas.
Pero, además de su trabajo, si había algo que realmente importaba a Francisco Galán Vera esto era su familia, sus amigos y sus seres queridos, que no eran pocos. Sus ratos libres, además de dedicárselos a su familia, también los empleaba en escuchar cante flamenco y saetas de Semana Santa. De hecho, eran melodías que él mismo llegaba a tararear en más de una ocasión.
También pasaba buenos ratos con otra de sus aficiones: la agricultura. Le encantaba cultivar patatas, tomates y pimientos, entre otras hortalizas, en su huerto familiar. Le gustaba mucho echar uvas en aguardiente procedentes de su parra que, luego, eran degustadas por sus hijos y nietos en las navidades.
Francisco fue muy devoto de la Virgen de la Cabeza y hermano de la Soldadesca del Cristo del Humilladero. Fue un hombre muy afable y dicharachero. Todos recuerdan cómo le encantaba pararse con cualquiera que se encontrase por la calle y echar buenas partidas de cartas con sus amigos del Hogar del Pensionista, lugar al que acudía todas las tardes. Era una cita diaria que no le gustaba perderse.
No era un hombre de estar sólo, necesitaba de sus amigos. Francisco Galán Vera siempre hizo alarde de su buen carácter, ese que le hizo ganarse el cariño de todos. En este sentido, hasta el final de sus días, le encantaba pasar buenos ratos de tertulias con sus amigos Manuel Gil, Andrés Salas, Francisco Palomo y Manuel Partera.
Son muchas las cualidades y anécdotas que se pueden escribir sobre Francisco “El Churrascao”, pero siempre se quedará algo en el tintero. Una vida da para mucho, más todavía cuando se cuenta con el cariño de sus vecinos y familia. Por eso, su memoria permanecerá siempre viva en el recuerdo más íntimo de todos sus descendientes, que lo añoran y lo siguen echando de menos. Nunca lo olvidarán. José Luis Pantoja.