Hasta siempre

PETRA PEÑA ARMENTEROS de Jaén
Sentidas palabras como regalo

¡Felicidades, mamá! En este día, y como cada año, quiero darte mi regalo. Hoy no te tengo a mi lado y por eso quiero decirle al mundo entero que ¡te quiero!
Ya nunca más te podré dar regalos materiales. Por eso, este año quiero compartir con el resto del mundo mi admiración hacia la mujer que ha sido la mejor madre del mundo, la mejor esposa, la mejor amiga, la mejor consejera, la mejor abuela, la mejor hija, la mejor hermana, la mejor vecina. Ya hace casi un año que te fuiste y la verdad es que no lo llevamos muy bien, en especial Pedro, Kuki y Juanillo, que son los que más notan tu ausencia porque se acuestan todas las noches solos. Nosotras también, pero el trabajo y nuestras casas hacen que vayamos tirando de otra manera.

    26 ago 2012 / 09:20 H.

    Estás a diario en la mente y el corazón de cada uno de nosotros, de tus hijos, nietos y todos tus hermanos. Mi Rubén sigue como antes, haciendo todas las manualidades y todos los dibujos de dos en dos: uno para su mami (o sea, yo) y otro para su mamá (tú). Se acuerda mucho de ti y llora de vez en cuando, pero yo intento que lo vaya asumiendo poco a poco. El Alejandrillo dice que te has ido al cielo y que te va a esperar a que bajes y siempre te tiene presente.
    Mamá, quiero pedirte perdón en nombre de los seis hijos que has tenido y delante del mundo entero: si alguna vez te hemos fallado en algo, que yo sé que sí, si algún día te hemos hablado algo alteradas a causa del cansancio y si has necesitado algo y no te lo hemos concedido al instante por el trabajo, por la falta de trabajo, etcétera. 
    Tu muerte ha sido la injusticia más grande del mundo. Porque no era tu hora de irte, porque tú no te querías ir y dejarnos solos y porque nosotros te necesitamos mucho todavía. En especial, los tres varones que te pido por ellos todas las noches para que los encamines y los centres, que se lleven bien los tres, que les salgan algunos trabajillos y se terminen de hacer hombres de provecho.
    Espero que los últimos días que estuviste ingresada en el Neveral no sintieras dolor, pero que sí me oyeras a mí todo lo que te decía cuando nos quedábamos solas en la habitación porque todo eso era verdadero y salía de mi corazón.
    Nadie puede saber lo que se siente cuando tienes a tu madre en una cama esperando a que se muera, y la miras         a la cara, a esa cara tan preciosa como la que mi madre tenía con ese color tan sonrosado y esa paz que tenía, eso     no tiene explicación. Es de locos.
    Por eso quiero pedirles a todos lo que por suerte tienen madre, que la cuiden, la quieran, la valoren y la hagan la más feliz del mundo porque madre no hay más que una y nos damos cuenta tarde, cuando ya se ha ido y no tiene remedio la cosa. Desde aquí quiero también públicamente agradecerles todo lo que han hecho por mi madre a mi tío Toto y su mujer, Antonia, que son unos fenómenos; a mi tía Carmen, por el apoyo y el consuelo que mi madre encontraba en ella, y ella lo sabe porque antes de entrar en coma, la     llamaba continuamente; a sus hermanas Loli, Mari y Juani, por todo el cariño y la atención que le han ofrecido; el cariño de     sus hermanos Paco, Juan, Carlos, Pepe y Toto,     que han estado pendientes de ella en todo lo que ha necesitado; sus cuñadas Mari, Luisi y, en especial, Manoli, Conchi y Antonia. Gracias también a todas sus vecinas     cercanas que siempre han estado a su lado.
    Donde estés queremos que sepas que te queremos un montón, que te mandamos todos los besos del mundo y     que no queremos que nos dejes, que te quedes siempre con nosotros en nuestras mentes y en nuestros corazones. Y     que ya son 59. ¡Muchas felicidades!
    Te quiere, tu hija.

    Por María del Carmen Ruiz Peña
    Jaén


    María Esther Peñalver Gila, “Plácida” de Monte Lope Álvarez
    Una carta dirigida al cielo

    ¿A dónde podría dirigirte mis recuerdos, mis saludos, después de tu muerte? ¿A donde enfocar mis miradas con una sonrisa cargada de afecto y de una historia tan larga como nuestras vidas, ahora que has desaparecido de entre nosotros?... Querida Plácida, María Esther, ¿a dónde podría mandarte mi último beso de alumno a maestra y recibir el tuyo, disfrazado de cierta ironía inocente, como sabías hacerlo siempre que nos veíamos? No encuentro otra dirección que merezcas más que el Cielo. Allí estarás con Dios, con Jesús y con María; es el misterio que nos enseñaste a tantos niños de aquel lugar cuyo nombre jamás quisiera olvidar; allí, estoy seguro, te encontrarán cargada de paz y de gozo. Disfruta para siempre de la bondad de Jesucristo, quien dio la vida por nosotros, y de su Madre María Santísima, llena de ternura y esperanza nuestra. Sabemos que aquí en la tierra has sufrido hasta perder lo que más querías, todos los más directamente tuyos: padres, esposo, hermanos, pero allí te esperan con un Padre lleno de Amor.
    ¡Qué buen escenario tienes ahora para disfrutar mirando a este mundo y entendiendo mejor, hasta el fondo, todo lo limitado del mismo, sus puntos débiles, sus mentiras, sus vanaglorias, lo que vale cada cual se ponga donde se ponga! Tú tenías una visión de la vida que en parte yo admiraba: desde tu franqueza, cargada de humorismo, sabías definir y catalogar a las personas y personajes, los hechos y acontecimientos de nuestro entorno, con frecuencia dejabas tu juicio en suspenso, dando a entender que de seguir adelante alguien podría molestarse; a veces utilizabas la ingeniosidad cargada de humor, pero exenta de desdén o desprecio; valorabas, sobre todo, a los sencillos de corazón. Me gustaba escucharte, porque en tus palabras y gestos aparecían datos que se ocultaban a toda investigación acerca de la vida del Monte… y yo aprendía de ti; ya había aprendido mucho cuando niño; me preparaste para Ingreso… y aquello era mucho; recordarás lo que dije en tu entierro: “Aún me sé de memoria los ríos de España que aprendí con Plácida” y las reglas de ortografía…, “los quebrados y la regla de tres” y el interés simple y compuesto…, aunque poca falta nos haga ahora. Pocas veces tuve tiempo, pero en alguna ocasión disfruté en larga y sosegada conversación contigo.
    Maestra en la escuela, cercana a la gente en la tienda, creyente en Dios y desde Él cercana a la parroquia, en servicio de todos. Buenos títulos para poder tener tu domicilio definitivo en el Cielo…, que si tuviste fallos, como cada cual los tenemos, el Dios bueno, el Buen Padre, te los habrá perdonado. ¡Ojalá suceda lo mismo con nosotros!
    Hablé contigo por última vez el día 8 de agosto; nos habíamos reunido para celebrar el Aniversario del Martirio del Siervo de Dios Seminarista Manuel Aranda. Tú le tenías una especial admiración y devoción; me consta que en tu época de maestra llevabas a tus alumnos a rezar en la Cruz, creo que también ahora como catequista, sé que te encomendabas a él y deseabas su pronta beatificación… y hablabas de él; lógicamente esto nos unía mucho. Aquel día, salías de la Capilla del Santísimo y me dijiste: “Me he venido con tiempo y llevo un rato rezando ante el Señor”. Asististe a los actos en recuerdo de Manuel, te di la comunión. ¡Qué buena preparación para el último viaje! Fue nuestra despedida.
    Espero que desde el Cielo asistas a la beatificación de Manuel e intercedas ante Dios para que se realice en las próximas beatificaciones que prepara la Conferencia Episcopal Española para octubre de 2013; ese día yo te tendré muy presente y mirando al cielo te echaré una sonrisa cómplice y muy cariñosa, porque tú has apostado siempre por Manuel y le has llevado en tu corazón.
    Te mando un abrazo al Cielo, seguro que te encontrarán. Tú intercede por nosotros.
    Por Antonio Aranda Calvo
    Canónigo de la Santa Iglesia
    Catedral de Jaén


    JUAN MARTÍNEZ MARTÍNEZ de Jaén
    A nuestro padre

    Me piden que escriba unas notas sobre Juan Martínez. ¿Cómo expresar en unas líneas la vida, la personalidad, la fuerza de una persona como Juan Martínez?
    Todo el mundo, que lo haya conocido, coincidirá conmigo en que era una personalidad excepcional. Hecho a sí mismo, sin estudios, consiguió llegar a lo más alto de su profesión, profesión a la que se entregó en cuerpo y alma. En las dos entidades en las que trabajó, Caja de Ahorros de Granada y Caja de Ahorros de Jaén (siendo uno de sus fundadores),  se convirtió en un referente, creó un estilo y marcó el camino. Fue el número uno. Era el primero que llegaba y el último que se iba. No tomaba vacaciones, y su verano se reducía a los fines de semana en Almuñécar con su familia. Captaba clientes, pero no era eso, es que se entregaba a ellos: era amigo, consejero, resolvía problemas, siempre cercano estaba a las duras y a las maduras. Y eso la gente lo sabía. Por eso no había otro como él.
    Como marido, siempre decía que pudo llegar adonde llegó gracias a su mujer, Valentina, detrás de él. Todo lo hacían juntos. Tuvieron cinco hijos, los criaron y educaron, haciéndolos personas de provecho. Cuando Valentina se fue, se quedó vacío, solo a pesar de que tenía a sus hijos, pero nadie podía llenar ese hueco, y ahí empezó su enfermedad.
    Como padre, ¿qué puedo decir? Para mí no ha habido otro. Es que era mi padre y no puedo expresar con palabras lo que significó para mí. En nuestra educación, probablemente el peso lo llevó mi madre. El nos malcriaba, no nos negaba nada, era comprensivo pero recto, se desvivía por nosotros, pero sobre todo nos formó con el ejemplo: trabajador incansable, entregado a su profesión, honrado, bueno…, sí, sobre todo bueno, y amable, fuerte, enérgico, cariñoso, amante de la vida, y muy amigo de sus amigos.
    Quiero recordarlo con su sonrisa amplia, oír su risa contagiosa, verlo correr, desvivirse porque todo el mundo esté “a gusto”, disfrutando de todo y con todos, y enseñándonos a vivir.
    No se ha ido. Ha cambiado de sitio     y sé que ahora está mejor, con su Valentina del alma, pero siguen cuidándonos, y enseñándonos.
    Ahora por fin los dos estáis juntos. Descansad en paz y velad por vuestros hijos. Nosotros no os olvidaremos.

    Por María José Martínez Ramírez
    Jaén



    Ascensión Ortega García de Torredonjimeno
    Una mujer apacible y luchadora
    Lunes 9 de julio, comienza la vida.

    Se inventa cada mañana, y esta en especial. El mundo empieza de nuevo desde la habitación 208, un nervio a 83 latidos por minuto con imposible escapatoria.
    Tiempo, que no perdona corre como sangre, la misma savia de sus venas, el paso del día merma las hojas y nos miramos con aire desalentador. De repente un silencio incómodo hace que el momento se detenga; las diapositivas comienzan a deslizarse: primera etapa, kilómetro 7, la niña cruza corriendo de un extremo a otro de la calle mientras escucha balazos, se huele el miedo, una Guerra Civil se ha desencadenado; la sed infinita de la germinación se refugia debajo de las piedras. Sin optar a la oportunidad de una formación académica ha aprendido más de la vida que cualquiera, modelo ejemplar, guarda el saber estar de la sapiencia. Recupera las constantes, simbólico reflejo de su vida: lucha, paciencia y trabajo, energía, optimismo y modestia en una época que no siempre ha sido favorable y al que ella ha regalado una sonrisa incondicional a cambio por cada instante.
    Chasquea, segunda viñeta, tres niñas cierran el marco de una bonita foto familiar. A los 29 kilómetros decide compartir el camino con el joven Francisco, quien siempre la quiso y la supo valorar, un hombre sin comparativa que la ayuda a crecer en una sociedad que no concedía demasiadas libertades a la mujer. Ella participa en la propia construcción de su fortaleza colocando ladrillos, se hace y se rehace a sí misma, traslada valores de trabajo llevando un bazar, entretejiendo la tela de la realidad sus finos dedos. Se hizo mujer bebiendo guerra y hambre y ha regalado flores bordadas de amor.
    Su respiración se va menguando mientras los azules se oscurecen, cada vez queda menos luz y comienza el sudor frío.  Avalancha de recuerdos, tercera etapa que siembra la estabilidad. La creación, la pintura nace desde las líneas de sus manos y se plasma en los lienzos, de su boca salen las notas silbadas, los tarareos capaces de cerrar heridas, con sus pasos, “poquito a poco”, amplía las fronteras y viaja a Inglaterra, a Francia, Venecia, a Canena, llevando dentro de sí el espíritu de las cosas sencillas de las que se ha empapado en Torredonjimeno, sin miedo por corregir con gusto     de hacerlo. Un mundo demasiado pequeño para alguien que no ha sido     consciente de haber sido un pilar tan enorme.
    Vuelve a inspirar, con esfuerzo, a un ritmo más normal. Tierra que da la vida y a la que vuelven todas las cosas. Tiempo que arrasa impasible, y a la vez madura las hojas. Crecer sería imposible sin que hubiera sembrado la primera semilla. Vida que vuelve, vida imparable, vida, vida, vida. Toma otra diapositiva, aquí está su último nieto, con este somos siete los que hemos tenido la suerte de sentirla tan cerca. Kilómetro 81 y sus macetas de colores siguen oliendo a alegría. La línea naranja del atardecer se ha confundido con la noche, respira. Apretamos las manos. Respira, no sin trabajo. Respira. Chirrían los dientes, se escuchan lamentaciones. Última vez, tranquila…, y apacible, suave, va soltando.
    Alguien con tanta luz no se podía quedar aquí abajo. Eterna guía, inmortal, te siento viva a cada luz que brilla.
    Por tu nieta,
    Leticia Ureña Rodríguez


    Juan José Cobo Fernández de Jaén
    Seis años sin verte

    Como cada aniversario de su muerte, dejo escrito mi recuerdo hacia mi hermano Juanjo, queriendo decirle a todo el mundo y a cada persona que lo conocía y cómo no, que lo quería, que no hay un solo día de mi vida que no lo tenga presente en mi mente y en mi alma.
    Pienso que me lo voy a encontrar por su querido barrio de Peñamefécit, pero, sobre todo, noto que está conmigo, en mis risas ahí está él riéndose, en mis llantos…, también él y en mi andar por la vida siempre estoy acompañada de él.
    La muerte no es una cosa que se supera, es una cosa que se acepta y nosotros, con el tiempo, nos acostumbramos a su ausencia física porque, como digo, su alma está entre nosotros.
    Con tu timidez sufrías si nos veías sufrir y con la misma timidez te alegrabas de nuestros logros y buenos momentos.
    Me duele pensar que no acabaste como te merecías tu vida, pero sé que donde estás nos sigues a nosotros la nuestra. Estás mirándonos, cuidándonos y protegiéndonos. Gracias por ser mi hermano, mi mejor amigo, mi confidente, el que sabe tantas cosas de mí. Siempre serás nuestro ángel del cielo, junto a papá, que te acompaña. Alegrarás a Dios con tu sonrisa y le pedirás a cambio bienestar para nosotros.
    Ya son seis años sin verte, pero no sin tenerte ni quererte. Hasta el año que viene, guapo. Tu hermana.
    Por María del Carmen
    Cobo Fernández
    Jaén