Hasta siempre

José García Padilla de Jaén
“En memoria de un gran hombre, mi padre”

Nos dejaste un día de marzo, sin hacer ruido, como tú querías; sin sufrir, como queríamos todos. Toda tu familia y amigos nos hemos quedado muy tristes porque eras una persona muy querida por todos, muy servicial. Siempre estabas ahí para lo que fuese, para quien necesitara de tu ayuda.

    15 abr 2012 / 10:21 H.

    Todo el mundo te conocía como Pepe “el Mosquito”. Te recuerdan de tus días en la gimnasia, de la bicicleta en el Club Cicloturista Jaén, cuando todos te pasaban cuesta abajo y cuesta arriba decían: “Ya viene el mosquito”, de cuando bajabas al Puente Tablas, al campo como tú le llamabas, que, como quien dice, lo has hecho tú todo. ¡Anda que no has trabajado nada allí!
    Y después subías con tu motillo, dándole a los pedales para no perder la costumbre de la bici de toda tu vida.
    Trabajaste en el Banco Popular y de tantas cosas que no las puedo decir todas porque estaríamos una eternidad.
    Fuiste buen marido, buen padre, buen suegro y buen amigo, pero, sobre todo, muy buen abuelito. Tus nietos lo eran todo para ti y tú, todo para tus nietos. Lo demostraron en tu último adiós.
    Luchaste cuatro años contra el dichoso cáncer, siempre con buena cara para que no nos preocupáramos, pero, al final, pudo contigo.
    Estés donde estés, —seguro que en el cielo haciendo alguna chapucilla— te echamos mucho de menos. Gracias por todo. En memoria de José García Padilla, un gran hombre.
    Por tu hijo, Francisco Javier García Paulano

    JOSÉ VALENZUELA CANO de Alcalá la Real
    Lo recordarán con semblante de paz

    Hay matrimonios que marcan huella a la vista de todos los que lo rodean. A mí me causó un impacto especial el matrimonio de María y José: tan integrado, tan propenso a la actitud de servicio, tan derrochador de serenidad y de paz en el trato social. Qué más podríamos decir. Nos contentamos con estas palabras de Teresa de Calcuta: “El que no sirve para servir, no sirve para vivir”. A mí me lo sugería este matrimonio que se asimilaba al matrimonio sagrado de los padres de Jesús, por su nombre y por su comportamiento social. Por eso, se le viene a uno la moral a las plantas de los pies cuando la muerte imparte su golpe repentino con su guadaña traicionera. Y esto aconteció, este lunes, con motivo de la muerte repentina de José. Nunca esperaba escribirle este obituario porque me parecía un matrimonio eterno gracias a la paz que respiraba en el trato con todas las personas a la que han prestado su dedicación y su trabajo.
    Sé que muchos lo recordarán en su servicio de diaconía a la iglesia del Salvador, como sacristán desde hace más de treinta años. Desde los primeros momentos de la fundación de la parroquia, cuando se celebraban las ceremonias religiosas en el bajo de su propiedad o en el salón de actos de la Casa de la Juventud. Sé que lo recordarán con el mismo semblante de paz, de generosidad compartida y de imperturbabilidad amable ante la adversidad ofreciendo lo mejor de su persona a todo feligrés que se le acercara. Sé que los párrocos con los que compartió liturgia y culto —Francisco Zafra, Enrique Malo, Francisco Anguita, Luis Beltrán, Enrique Cabezudo y Andrés Nájera— lo recordarán como un hombre cristiano que perfectamente entendía que “el sentido más profundo de la eucaristía es el de reunir a los hombres animados de este espíritu: servir”.  No lo había aprendido, lo había compartido y realizado, desde todos los rincones, con su esposa María, desde que iniciaron su nueva etapa de convivencia y en todos los lugares donde habían trabajado: en nuestra tierra y en la emigración europea.
    Y no se manifestaba solamente esta actitud de servicio en el templo donde tantas veces rezó. Lo hizo en el mundo del trabajo, en el Centro Municipal que albergaba la docencia de adultos. Fue el conserje ideal. Siempre presto a todas las órdenes de superiores, cumplidor en demasía, nunca puso reparos en las horas de su trabajo —y hay que tener en cuenta que aquel edificio alberga y ha albergado un gran número tan amplio y diverso de actividades que sobrepasa cualquier horario reglado—. Nunca puso malas caras para obstaculizar una actividad municipal, cultural o educativa. Nunca exigió nada que sobrepasara sus derechos básicos. Siempre mantuvo aquellas dependencias con una pulcritud y limpieza que podían pasar revista en cualquier hora del día. No he conocido persona tan respetuosa, sin adular a nadie, llena de sinceridad y plena de fidelidad como José Valenzuela en el mundo de la Administración pública. Se le podía confiar cualquier empresa. La respuesta era la obra bien hecha, sin manifestar estridencias, ni exigir nada a cambio. Su emblema era la prudencia en el sentido etimológico de la palabra (provideo). No te sentías defraudado porque nunca te traicionaría. José sabía que cumplir con el deber era más importante que cualquier triunfo efímero de una conquista baladí. Era generoso ante las necesidades y ayudaba a muchas personas, sobre todo, a aquellas que comenzaban a decaer en la última etapa de su vida y acudían a quitarse del analfabetismo de su infancia.
    Podrían contarse muchas anécdotas de una vida entregada a la comunidad, él las había presenciado con el infante que acompañó al bautizo, con el niño que recibió la primera comunión o el adulto al confirmarse. Y no digamos de su disponibilidad con los nuevos matrimonios a la hora de la preparación de su boda, con los familiares que daban una despedida imprevista... Mucho podríamos contar sobre su buen hacer. De su modélica familia, tan apenada, de sus hijas —Alicia y María José—, también podríamos escribir porque su huella es patente y notoria. Al caer la tarde, me quedo con su sincera mirada y con el respetuoso saludo que siempre me otorgaba en los lugares que compartimos. La paz sea contigo.
    Por Francisco Martín Rosales.

    María Asunción García Ucle de Jaén
    “Te quiero mucho”

    Hace 15 años que nos dejaste y se quedó un gran vacío en nuestros corazones. Fuiste tan honrada y sencilla para despedirte de todos los que te querían que, aun con tu fuerte dolor, con tan solo dos lágrimas, nos dijiste adiós para siempre a todos los que te rodeábamos.
    Desde que enfermaste, tus cuatro hijos, tus hermanos y papá éramos todos una piña para darte el cariño y apoyo que tanto te merecías, pues fuiste una madre ejemplar. Desde que te marchaste de nuestras vidas, no hay ni un solo minuto en el que no te echemos de menos. Fuiste una madre sensacional. Nos dejaste a todos un vacío muy grande. Nos acordamos tanto de tus risas, de tus abrazos, de tus besos, de tu forma de cantar...  La manera de ayudarnos a todos sin pedir nada a cambio. En definitiva, fuiste una ejemplar madre y una gran persona.
    Tu enfermedad la sufriste en silencio para no hacer daño a tus seres queridos. Derrochabas mucha valentía con tu actitud.
    Sabes, mamá, han pasado muchas cosas desde que te fuiste. Tienes cinco nietas preciosas. Siempre tuviste ganas de niñas. También cuatro nietos maravillosos. De uno de ellos pudiste disfrutar tres años. A él no se le olvidan las riquísimas torrijas que le hacías. Él decía: “Como las torrijas de la abuela, ningunas”. Por todo ello y por tu cariño, te echa mucho de menos. En general, todos tus nietos te recuerdan mucho dado que sus papás les hablan mucho de ti. Sabes que tus nueras te cuidaron mucho. Silvia te hacía que merendaras antes de irse a trabajar, Paloma hablaba mucho contigo y te cogió mucho cariño y Mamen no tuvo la suerte de conocerte, pero le hubiera encantado.
    Antonio, José y Paco están bien, aunque la vida ha sido un poco injusta con todos nosotros, pero estamos unidos y así es más fácil afrontar los obstáculos que nos pone la vida. Lo aprendimos de ti y de tus hermanos.
    Mamá, te quiero mucho y cada día que pasa es más difícil vivir sin ti. Estés donde estés, siempre estarás en nuestros corazones. A veces, miro hacia el cielo y veo una estrella relucir y pienso que eres tú, que nos estás protegiendo. Bueno, se despide de ti “tu Mari”, que te quiere con locura. Que sepas que, el día que te marchaste, un trocito de mi corazón se quedó huérfano. Es muy difícil vivir el día a día sin tu presencia. No te olvidaré jamás. Hasta pronto, mami.
    Por tu hija, María Asunción Chamorro García.

    Ángel Castillo Delgado de Jaén
    “Sigue ayudándome”

    Querido Ángel, ya son tres años sin ti. Cómo pasa el tiempo. Después de 29 años en el mesón Alameda, trabajando muy duro, he tenido que dejar el local. Fueron muchas las dificultades que pasamos, con todos los impedimentos del mundo y, al final, me he tenido que ir. Nos hemos trasladado muy cerquita. Estamos en Adarves Bajos número 20. Allí estamos muy bien, con unas instalaciones nuevas. Este verano, estuve muy malita con los problemas del local. Me parecía imposible tener que irnos de allí con tantos recuerdos, tantas horas de trabajo y empezar otra vez en otro lugar. Me ha costado muchas lágrimas, pero esa es la vida.
    Tus nietos son lo máximo. Álvaro ya tiene siete años y es un primor. Te nombra mucho. Cuando me ve triste, me dice: “¿Te acuerdas del abu? Yo también”. Azahara tiene tres añitos y es muy linda. Es guapísima. Y Lucía tiene 2 y es una muñeca. No se puede ser más preciosa. Cómo disfrutarías si estuvieras aquí de verlos, con lo que te gustaban los niños.
    Este año, se fue tu madre al cielo. Ya está contigo. Ella no sabía que tú no estabas. Era muy mayor y para qué hacerle pasar ese dolor. Ahora sí estáis juntos ya. Aquí seguimos en crisis, pero, bueno, no nos queda otra. En la inauguración del mesón cómo te echamos de menos. Estabas en nuestro corazón. Te puedes sentir orgulloso, pues nuestra obra sigue adelante y mejorada. Me sentí muy arropada por tus hijos y mi familia. Fue muy entrañable. Tus hijos son lo mejor de nuestra vida. Me cuidan. Se preocupan mucho de mí. Me siento muy querida. Te echamos mucho de menos ahora que, después de tantos años luchando, te vas y me dejas sola. Qué faena nos dio la vida. Ángel, sigue ayudándome desde allí arriba porque lo necesitamos mucho. Sigue guiándonos y cuidándonos. Te quiere, Rosa.
    Por Rosa Ruiz.

    MANUELA GALLARDO ANGULO de Jaén
    Se fue una gran luchadora

    Tu vida fue normal, como la de cualquier persona con tu edad. Fuiste la tercera de doce hermanos. Viviste tiempos duros. Poco a poco, tu vida fue mejorando. Te casaste y tuviste cinco hijos. A todos los has sacado adelante, los has visto casados y con hijos y esa gran felicidad de poder ir a sus bodas. Llegaron tus nietos, una gran alegría, pues te gustaban muchos los niños. Disfrutaste mucho con ellos y, también, con tus dos biznietos.
    Hace ocho años comenzó tu larga enfermedad. Los primeros años sufriste mucho con el cáncer de colon. Fue una larga operación y esos tratamientos que te ponían tan mala.
    Te quedaste muy delgada, tanto que no parecías tú. Poco a poco, te fuiste recuperando, pero solo fue una tregua que te dio la vida.
    Cuando mejor estabas, una fístula —que para cualquier persona no es nada— para ti fue muy dura, pues la infección se convirtió en un sepsis. Te volvieron a operar. Esta vez fue peor, pues tu vida corría bastante peligro. Tuvimos que firmar a vida o a muerte una decisión muy dura, pero tenías tantas ganas de vivir que había que luchar. Después de una semana en la UCI, y cuando no teníamos muchas esperanzas, abriste los ojos y de nuevo volviste a la vida. Todo parecía un sueño. Los médicos no se lo creían. Decían que tenías un corazón muy fuerte y muchas ganas de vivir y, pronto, volviste a tu casa.
    Pero todo seguía siendo el principio. Comenzaron las neumonías, una detrás de otra. Los ingresos eran constantes. Pasabas unos días en tu casa y unos meses en el hospital. Así, durante tres años seguidos. En medio de tanto sufrimiento, no perdías tu sonrisa y la alegría que te caracterizaba. Así te conocíamos todos, con tus bromas y esos chistes, siempre tan contenta, nunca te quejabas de nada, aunque rabiaras de dolor y sin poder andar. Sufrías en silencio. Eras feliz en medio de tu dura enfermedad.
    El día 5 de marzo te volvieron a ingresar. Creíamos que era un ingreso de tantos, pero no fue así. Fue el último y el más duro. Luchaste hasta el último momento y el último minuto. Tenías 74 años, muy joven y mucho por vivir, pero la vida no depende de nosotros. Habías sufrido mucho y no merecías sufrir más. Te despediste de todos, no faltó nadie. Incluso, la última tarde, estabas tan espabilada que te reías con tus sobrinas pensando que te iban a dar el alta y volverías a tu casa, pero no fue así. El 18 de marzo tu corazón dejó de latir y nos dejaste para siempre. Nos has dejado muy solos, pues tu ausencia es muy difícil de superar, sobre todo, para papá. Él es el que más solo se ha quedado, porque era parte de tu vida. Llevabais 51 años casados. Él vivía las 24 horas pendiente de ti.
    Nunca te faltó nada, te tenía como una reina, pues te lo merecías. Tu despedida en la iglesia fue impresionante. Dicen que lo que se siembra se recoge y tú, con tu larga enfermedad, sembraste mucho amor. Y el fruto fue tanta gente como fue a despedirte, a decirte el último adiós. Sé que estas en el cielo, gozando de la felicidad plena. Aquí seguimos recordándote con todo el cariño y el amor que se puede tener hacia una madre. Un beso muy fuerte. Nunca te olvidaremos.
    Por tu hija María Ángeles Espinosa Gallardo.

    Mari carmen montoro montoro
    de Baeza

    Adiós a una persona cariñosa y ejemplar
    El viernes día 23 de marzo falleció Mari Carmen, mi entrañable y querida amiga. Fue un día muy triste para su familia, para mí y para todos los que tuvimos la suerte de conocerla y de estar con ella.
    Me gustaría hacer una descripción bonita y justa de cómo era esta persona que, a la edad de 45 años, ya nos ha dejado.
    Mari Carmen ha estado enferma diez años con el “maldito cáncer”, pero jamás dejó de luchar y de tener esperanza. Trabajamos juntas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) algo más de doce años. Parte de su enfermedad la pasó trabajando con nosotros y tanto mis compañeros como yo estoy segura de que jamás olvidaremos esa sonrisa que siempre tenía permanente en sus labios para todos.
    Era guapa de cara y de corazón. En las duras temporadas que se tenía que someter a la quimioterapia, se ponía algunas de sus variadas pelucas y las amigas salían donde se dijera: fiestas, comidas, viajes... El caso era pasarlo bien. Ella estaba convencida de que había que vivir y disfrutar del momento. Muy pocas veces la he visto triste. Era optimista y positiva cien por cien.
    Querida Mari Carmen, sé que donde estés será un sitio privilegiado y ayudarás a tu familia, padres y hermana a superar el dolor tan grande que sienten con tu pérdida.
    Tus amigas y compañeras te recordaremos siempre con cariño. Yo, por mi parte, te deseo que descanses en paz y te digo que siempre estarás entre mis recuerdos.

    Por Pepa Puerta.