Hasta siempre
Sebastián Lorente Molina y Dolores Molina Sáez de Villargordo
A mis padres con cariño
Cuando te fuiste de nuestro lado, querido padre, me parecía que aquello no estaba pasando. Aparentemente, te sentías bien, alegre y no podemos olvidar aquella compañía tan grata que nos ofrecías a mí y a tus nietos.
A mis padres con cariño
Cuando te fuiste de nuestro lado, querido padre, me parecía que aquello no estaba pasando. Aparentemente, te sentías bien, alegre y no podemos olvidar aquella compañía tan grata que nos ofrecías a mí y a tus nietos.
Recuerdo entre sollozos y nostalgia los días previos a tu muerte. Como de costumbre, cada vez que moría alguien eras el primero en asistir a todos los entierros que había en el pueblo. No lo voy a olvidar. “La gente tiene que sentir que está acompañada por los vecinos de su pueblo”, citabas cada vez que alguien moría. Fue un día tras volver de un entierro cuando comenzaste a sentirte mal. No sabíamos qué te pasaba, pero todo quedó en un simple susto. Jamás se me pasaría por la cabeza que, a la mañana siguiente, me despertaría de un sobresalto de esta magnitud. Te pusiste malo y no tuvimos tiempo de reaccionar. Los médicos, a lo largo del día, intentaron salvarte la vida, pero, por causas del destino, tuviste que dejarnos aquel día de San Antón.
Tras tu marcha, quedó una familia totalmente desconcentrada e, incluso, un poco descolocada, ya que mamá entró en una profunda depresión. Perdió las ganas de vivir porque el padre de sus hijos ya no estaba con nosotros. Fueron quince años de sufrimiento en los que ni un solo día conseguí sacarle una sonrisa a mamá.
De mamá pude disfrutar un tiempo más. Pero aquella noche de marzo tuvo que marcharse, entre sueños, una muerte sencilla, simplemente, como era ella. Hace ya tres años que no estás entre nosotros. Madre mía, cuánto te echo de menos. No hay día que no se me escape alguna lágrima mientras te recuerdo. A decir verdad, me queda la tranquilidad de que ya estáis los dos juntos, que es lo que siempre querías.
A pesar de todo, siempre reinará en mi alma ese vacío que tras vuestra marcha siento. Siempre os echaré de menos.
Por vuestra única hija, María
CARMEN GUTIÉRREZ CALAHORRO Y RAFAEL CONEJO LUQUE de Jaén
“Mi querida amiga del alma”
Mi querida amiga del alma, mi Carmen, ha pasado ya un año de tu partida, y aún no tengo el ánimo suficiente para escribirte este adiós. Te fuiste de pronto, sin despedirte, tal vez para evitarme ese momento tan duro de tu partida, tan linda, tan joven, tan leal a esta amistad que nos ha unido toda la vida. Cada cual seguimos nuestro camino, pero nuestras almas seguían unidas y, aunque pasaran meses, años, cada vez que nos reencontrábamos era como si nos hubiéramos visto ayer. Tan solo un abrazo, un fuerte beso y un rato de charla nos ponían de nuevo al tanto de nuestras vidas. Siempre convencidas de que esta sincera amistad estaba por encima del tiempo o los cambios que te depara el destino.
Pero el duro golpe de tu marcha no vino solo, mi amiga, ya que Rafa, tu Rafa, no pudo aguantar el inmenso dolor de tu muerte, se le rompió el corazón, nunca mejor dicho, porque te amaba hasta el extremo de morir si tú no estabas junto a él como lo hacíais desde los 15 años, cuando os enamorasteis. Dicen que fue su corazón el que, a los tres meses de tu partida, no quiso seguir latiendo sin ti, y es normal porque su gran corazón, lleno de amor por ti, perdió su rumbo cuando te fuiste. Ahora volvéis a estar juntos para siempre, allí donde el tiempo ya no corre en nuestra contra, donde tendréis un lugar privilegiado para dar envidia con vuestro amor al mismísimo cielo.
Aun así, y creyéndolo, no es fácil resignarse a que no estéis, ni considerar lo injusta que es la vida, mi Carmen, que te llevó de golpe, en pocos días, y, luego, a Rafa, dejando a ese bebé que pregunta por su papis y a todos con el alma rota sin saber encontrar una explicación a vuestra partida tan pronta, tan repentina, tan cruel. ¿Por qué ahora? Me pregunto a diario, cuando tanto habéis superado luchando juntos, cuando, al fin, formasteis con la llegada del pequeño Rafa esa feliz familia que tanto ansiabais, os vais. Nunca tendrá una respuesta mi pregunta porque no puede haber una explicación razonable. Solo quiero creer que Dios quería unos ángeles como vosotros cerca para iluminar aún más el cielo, para que desde allí cuidéis de los que desde aquí no os olvidan. Mi Carmen, no pude despedirme de ti, pero sé que no hizo falta una despedida porque estás aquí conmigo en cada momento y porque sabes que te quiero como cuando éramos niñas y después esas adolescentes que empezaban a vivir y tenían tantos sueños. Me quedo con tantísimos recuerdos como aquellas noches en vela riéndonos cuando venías a dormir a casa, noches de confidencias y de llegar al cole sin haber pegado ojo, pero felices de tenernos la una a la otra. Siempre has estado ahí para mí. Por eso duele tanto no haber podido despedirme de ti y contarte que mi ausencia no era por ti, sino por mí, que temía tu sinceridad. Recuerdo, mi amiga, lo orgullosa que estabas de mí solo por terminar y ejercer una carrera. No olvido con qué orgullo decías a todo el mundo que era tu amiga “la mejor abogada”. Hoy lamento no haberte dicho que yo estaba más orgullosa de ti por ser tan franca como has sido, tan leal, tan amante de tus seres queridos, tan entregada que envidiaba limpiamente que, a tus 15 años, supiste elegir tu gran amor y mantenerlo contigo dando ejemplo de un sentimiento como solo Shakespeare escribiera. Así erais vosotros, no podíais vivir el uno sin el otro.
No te has ido, Carmen, estás en cada uno de los corazones que te queremos para siempre. Ni tú, mi Rafa, que seguro te fuiste tan pronto siguiéndola para cuidarla y seguir amándola. Dadle a Dios un buen tirón de orejas de nuestra parte por lo injusto e incompresible. Y descansa, mi niña, descansa junto a tu amor en paz, que aquí cuidaremos de tu niñito, a pesar de que la Justicia terrena pueda ser engañada, nosotros no lo estaremos. Mi querida amiga del alma, perdóname si alguna vez no supe quererte como merecías o, simplemente, no lo supe demostrar, pero te voy a querer como siempre, como tanto has merecido. Mi querida Carmen, mi querido Rafa, hasta siempre con todo el amor de mi corazón.
Por Mariam López.
FE FERNÁNDEZ DÍAZ de Ribas de Sil (Lugo)
“La sonrisa gallega”
Cuando me dieron la triste noticia de tu marcha, tras los primeros instantes de incredulidad, el primer recuerdo que vino a mi memoria fue tu rostro sonriente, con esa dulzura y candidez que te caracterizaban, seguro que porque tu viaje fue en paz, en calma, tranquila como tú eras, Fe. Tu barrio y tus vecinos detuvieron el tiempo también con tu último suspiro para rehacerse poco a poco de aquel 13 de diciembre en que se levantó sin tu presencia, sin ese cariño tan especial que brindabas a cada persona y que será insustituible.
En la cocina de tu pequeño bar, que todos en la ciudad conocemos como “El Gallego”, nunca pasabas desapercibida porque recibías a cada criatura que entrara en él con ese don y ese arte de gallega buena. Eras tan especial, Fe, como para compaginar cocina y relaciones sociales y alegrar nuestros paladares con tu exquisita comida, tapas o dulces. Te recuerdo con cariño, saliendo con tu delantal por la puerta de la cocina, para, ajena a los ojos de Manuel, a escondidas, ponernos las tapas que acababas de hacer, aunque él bien sabía cómo eras y de tu generosidad desmesurada. Siempre preguntabas por todo el mundo cuando llevaban tiempo sin visitarte. Por mí con frecuencia y me regañabas cariñosamente si no te iba a ver. El trabajo y la falta de tiempo hicieron que pasaran meses sin verte y sin poder darte un fuerte beso, pero, desde aquí, te lo mando, mi querida Fe, porque sigues en mi memoria con afecto.
Dejas un hueco irremplazable, no solo en tu familia, que bien sabemos te extraña tanto, sino en todo tu entorno, tu barrio, tus amigos, tus clientes que te añorarán siempre. A mí en particular me consuela pensar que Dios quiso otro ángel a su lado y te eligió a ti, para alegrar con tu simpatía, tu sabiduría y bondad ese cielo en el que no me cabe duda estás. Tenías magia, Fe, esa magia de hada buena que impregnabas en cuantos tuvimos la suerte de tratarte y que hace que sigas viva en nuestro recuerdo, hoy, mañana y siempre.
“Nadie desaparece del todo de la vida de uno si ha sabido imprimir buenas huellas en el recuerdo”. Descansa en paz, mi querida Fe.
Por Mariam López.
Esteban Tirado Ortega de Jaén
“Sacerdote de Jesucristo”
Conocí a don Esteban hace 20 años, en 1992. Ese año yo comencé a trabajar en el colegio Altocastillo y él era uno de los capellanes que había entonces en este centro educativo. Son muchas las anécdotas y sucedidos que me ocurrieron con don Esteban durante los casi diez años que compartimos. Recuerdo que, siempre que yo llegaba al colegio, al ir al oratorio para saludar al Señor, él siempre estaba en el confesionario, esperando a los penitentes. Eran muchos los chavales y profesores que se confesaban habitualmente con él.
Muchos días también oficiaba la misa en el colegio. Se veía que lo hacía con recogimiento y devoción. Recuerdo que, por entonces, don Esteban estaba en la antigua parroquia del Salvador, donde había misa de siete y media de la mañana.
En las pláticas que dirigía a los alumnos del colegio, siempre les hablaba de la figura de Jesucristo. Decía que era la persona a la que todos los cristianos tenían que imitar. Era normal o habitual verle con una vida de Jesucristo en la mano. Una de sus grandes pasiones eran las vocaciones sacerdotales. Siempre pedía por los futuros sacerdotes.
Cuando se hizo pública la fecha de beatificación de san Josemaría, porque don Esteban era socio de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz (Opus Dei), se le veía feliz. Incluso acudió a Roma a la beatificación.
Como persona culta que era, era un gran enamorado de la música clásica. Me comentaba que, todas las tardes, en su domicilio, dedicaba un rato a escuchar alguna pieza musical. Decía que eso le llevaba a Dios.
También practicaba la natación todos los días. Después del colegio, se iba a la piscina cubierta para hacer unos largos.
El día de su entierro hubo un grupo de antiguos alumnos del colegio en las Hermanitas de los Pobres, donde fue el funeral. Y han sido muchos los antiguos alumnos del colegio que, al enterarse de la muerte de don Esteban, se han interesado por su enfermedad y sus últimos días.
Por Gabriel Robledillo Amezcua.
Blas Campos Gabucio de Jaén
“Un amigo, compañero y jefe”
Alcanzar una sincera amistad con tu jefe no es algo que le esté dado a todo el mundo, mas este pequeño milagro yo lo he vivido con Blas. Y habiendo disfrutado tanto de ello ahora siento un triple hueco por la pérdida del amigo, el compañero y el jefe que, de un zarpazo injusto, me ha arrebatado el destino.
Nuestra empresa, FCC Medio Ambiente, bien puede estar satisfecha y orgullosa de sus aportaciones como técnico y, sobre todo, con su labor gerencial en Andalucía: parece que en su agenda vital tuviera anotado que “primero uno agota y entrega toda su vida laboral y, después, ya puedes morirte”. Y, con cariño, te lo reprochamos: “Pero no tan pronto, Blas”.
Después de terminar como técnico la Papelera de Mengíbar, vino Blas a gestionar la contrata de limpiezas de Jaén en l985, año en el que me puse a su lado y de su lado. La lealtad, la confianza mutua, la discrepancia civilizada, los problemas y sus soluciones, todo encadenado, forjaron nuestra amistad imperecedera. Cinco años después, consiguió sumar Córdoba y Granada (y él, generoso, valoraba a Paco Romero y Antonio Castilla como valedores de estos logros). Otros cinco años, ya corría 1995, y vino el Plan Director de Granada. Siempre ecuánime, una de sus muchas virtudes, me subrayaba la valía profesional de Javier Irigoyen, navarro de pro, y amigo de sus amigos. Y contrastada su capacidad de trabajo y su lealtad, su director y amigo, le encargó gestionar el mismo y heredar tras su jubilación la mitad de su delegación. Otra incorporación importante para la delegación fue la de Paco Cifuentes, que heredó la otra parte de la delegación Málaga, Sevilla, Cádiz y ciudades africanas, plazas difíciles en las que está dejando su impronta.
Pero si tuviera que elegir, para plasmarlo en el historial de nuestra empresa, un hito, un objetivo, una labor bien hecha —por la extrema dificultad que contraía el conseguirlo—, este sería la contrata de Melilla. Blas fue capaz, en silencio, con humildad y con inteligencia, de “reconquistar” para la empresa una plaza que, por un desgraciado siniestro de consecuencias fatales, nos estuvo vetada hasta que un día me profetizó: “Robles, Melilla es posible”. Y así fue.
Si su cabeza y su labor estaban repartidas por toda Andalucía, hubo algo que fue incapaz de conseguir: dividir su corazón, que —siendo muy grande— estuvo depositado todo él en su Jaén natal. Procuró, en esta su contrata de Jaén (hoy humildemente gestionada por mi persona), que todos sus recursos —los estructurales y de todo tipo— fueran Jaén mismo. Gozaba y, paradójicamente, sufría a la par todo el entorno municipal. Nos deben tanto que nos debemos a ellos. El alcalde que fue de Jaén, Alfonso Sánchez, hizo la mili de soldado junto con Blas que ejerció de cabo suyo y, en las muchas gestiones de cobro que hicimos juntos (y que ahora persevero en soledad), el citado alcalde en su despacho siempre le recibía con un: “¡A sus órdenes, Mi Primero!”. Y cuando le “ordenaba” bajar la mano, comenzaba la letanía de peticiones.
En la medida en que a nuestra FCC la colmó a satisfacción con todo su tiempo, quizá —buena parte de él— se lo restó a su querida Amalia, su mujer, a quien nadie ni nada podrá compensar su ausencia, tan temprana y tan injusta. Quizá se haya ido con esa congoja, ese deseo vehemente que tenemos todos los que trabajamos de devolver, una vez jubilados, parte de lo que debemos a los más queridos. No le dio tiempo a amar más a sus hijas, María y Sofía, pero solo cuantitativamente, pues en la intensidad de amarlas y en su desvelo por ellas le bastó y le sobró vida, tal era su perdido amor por sus niñas.
¡Ay!, qué distintas serán las tertulias sin ti: Monchi, Tomás, Juancho, los camareros... Todos te echaremos de menos y te confieso que los primeros chatos con tu ausencia acabaron semiaguados con alguna lagrimilla furtiva; pero fue un instante, te recordaremos siempre con alegría y tus chascarrillos y sabias sentencias alumbrarán nuestras rondas por las calles de tu Jaén.
Nuestro trabajo también se resentirá, pero, aunque no sea nada más que por emularte, trataremos de que no se note tu ausencia: Y ten mucho cuidado ahí arriba pues, sabiéndote acompañado de Juan Hernández, sois capaces de contratar algún servicio más entre los dos, y yo te ruego —por lo que más quieras— que atéis bien la forma de cobro, que aquí en Jaén no hay manera.
Qué ejercicio más difícil es este de seguir saboreando la hermosura de la vida impregnada de tanta melancolía. Lo sé porque lo he tenido que ejercitar en mi propia casa, pero, por ello, me siento con fuerzas para dar aliento a Amalia, y con todos (amigos y compañeros) fundirnos con ella, y con sus hijas y yerno, en un fuerte abrazo que nos haga mejores personas a la vista de Blas. No te preocupes por nada, descansa en paz.
Por José María Gómez Robles.
SEBASTIÁN CIUDAD FERNÁNDEZ de Andújar
“Un hombre que solo hizo el bien”
Antes de la llegada de estos días navideños que hacen de bisagra entre un año y otro, se nos fue inoportuna e inesperadamente Sebastián Ciudad “El Chico”, cuya vida estuvo unida al Mercado de Abastos de Andújar.
Nació en junio de 1941, un año de reflexión y de volver a empezar. Fueron, por lo tanto, tiempos muy difíciles para aquel niño que veía la luz muy pronto. Nació sietemesino, de ahí el apodo de “El Chico”. Con 9 años, dejó la escuela para ayudar en el trabajo del puesto de su madre, Juana Fernández, en el mercado de abastos. Aprendió a hacer los embutidos de una forma artesanal. Había vivido en la corredera de Capuchinos, muy cerca de la carbonería de su abuela, en la calle Pablillos, a la que ayudaba. Después se fue a vivir a la calle Corta. Pasado el tiempo, ya mozo, acudió a la escuela de Plácido Molina, por la noche, para aprender más. Se casó con Francisca España Mondéjar y tuvo tres hijos: Diego, Juan Francisco y Sebastián. Este último siguió la tradición familiar con el puesto de embutidos caseros “El Chico”.
Su vida estuvo marcada por el trabajo y por su compromiso religioso. Pertenecía a la Adoración Nocturna y a la Cofradía del Santísimo Sacramento y estaba muy vinculado a su parroquia de Santa María y a la iglesia de San Juan de Dios. Desde su trabajo, fue testigo del devenir de su pueblo, del sentir comercial. Luchó por regenerar la plaza. Recogió los restos del San Nicolás de Bari que presidía la fachada por ser patrón de los comerciantes minoristas y puso mucho empeño para que volviera a ocupar su lugar. Seguramente, San Nicolás le habrá dado la mano para entrar en la otra vida. Quede aquí el recuerdo para todos de un hombre que solo hizo el bien.
Por Juan Vicente Córcoles.