Hasta siempre

Antonio Chamocho Moreno  de Andújar
“Un amante de la caza que nunca pegó un tiro”

Hace un año que se nos fue Antonio Chamocho. Fue en septiembre, un mes muy querido por él, pues la berrea del venado y los colores otoñales marcan el inicio de las monterías, una cinegética que llega hasta los tiempos medievales de Alfonso X. Fue pionero en su organización. Nacido en junio de 1919. Por lo tanto fue de aquella generación que vivió de niño con la dictadura de Primo de Rivera; la adolescencia, con la República, y la juventud, con la Guerra Civil.

    10 oct 2010 / 10:37 H.

    Las necesidades de la posguerra le impidieron realizar estudios superiores. Me contó muchas veces que, con 7 años, lo llevó su padre a La finca La Paniza y ya, cuando España se despojó de las penurias económicas, ir a los pagos serranos para llevar la fonda a los monteros y comprar las reses para su posterior comercialización. En los años sesenta, la organización de las monterías era perfecta. Andújar era el centro, con el impresionante salón de monteros de su casa. Curiosamente, nunca pegó un tiro. También me contó el acto de inauguración del monumento al jabalí “Solitario” en la carretera de la Virgen, una obra que inmortaliza a Jaime de Foxá, gran amigo suyo. En 1974, fue hermano mayor de la Virgen de la Cabeza. Estaba muy orgulloso de su familia, de su mujer Lola y de sus hijos Carmen, Paula, Antonio, Bernardino y Luis Miguel.
    Era muy amante de sus cosas y de su tierra. Para él, los paisajes de Jaén eran únicos y, en especial, la Sierra de Andújar con su santuario de la Virgen de la Cabeza, pintados por su gran amigo Luis Aldehuela. La amistad  y el amor a su familia fueron siempre su bandera. En 2002, dijo en una entrevista en JAEN,  que su sueño era morir de forma tranquila, sin ver sufrir a su mujer y a sus hijos. Así fue. Por Juan Vicente Córcoles.

    FRANCISCO ROSALES PÉREZ de Alcalá la Real
    Hortelano de tradición y un antiguo cofrade

    Hay personajes que imprimen su huella de los barrios de las ciudades o pueblos de nuestra provincia. Este fue el caso de Francisco Rosales Pérez, un hortelano de tradición, podador de esmero sin par y campesino leal que murió por el año 2005. Por sus atrevimientos musicales, su voz canariera le marcó durante toda su vida cuando la compartía con los amigos. Francisco Rosales era un sencillo labrador, religioso de principios básicos, y, nacido en Alcalá la Real, no podía faltarle en su agenda ser uno de los hermanos más antiguos de la Hermandad del Cristo sanjuanero.
    Muchas anécdotas podían resaltar su vida en relación con esta cofradía y con la imagen por la que sentía una especial devoción y cariño. De esta manera, hizo de demandante, en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, con su mulo recogiendo todas las aldeas y cortijos de la parte meridional de la provincia de Jaén con el objetivo de recaudar fondos para la hermandad que llevaba en su corazón, trayendo el trigo donado en los cortijos a la casa de los depositarios de antaño, Frasquito Huertes y Antonio Martín.
    En este lugar, contaba las anécdotas que le habían acontecido a lo largo del día de limosneo, además lo hacía con otro devoto, amigo y labriego, Gregorio Gámez, recientemente fallecido. Recordamos, en concreto, aquella en la que se acercó por un cortijo de Ermita Nueva y, en medio del periodo estival, no hacía viento para levantar la parva hasta tal punto que los campesinos estaban parados sin poder trabajar. Les pidió trigo para el Cristo y, cuál fue la sorpresa, que empezó a aventar y surgió un airazo en medio de la calina de agosto. Los campesinos, agradecidos, le recompensaron con un saco de trigo para la hermandad.
    Este hombre era el vocero de la cultura en la calle de los pueblos andaluces y el delirio de los niños que hoy encanecen y tienen entradas en su frentes, gracias a su versátil verbo y espíritu jovial. No en vano, se acercaban a su casa para que les contara sus aventuras en la conquista de la Cabeza del Molino, en el 1938; su paso por capataz de los campesinos del cortijo del Zapillo, y otras experiencias vividas en su intensa vida y, sobre todo, las numerosas vivencias que había compartido con muchos asociados de la hermandad.
    Estoy seguro de que el Cristo de la Salud le recogió la agenda que tanto nos prometió legar y donde recogía la vida cotidiana de la posguerra de Alcalá la Real y nunca nos entregó. Era una enciclopedia viviente. En ella, le habrá escrito el ficticio partido de Atlético de Aviación, en la que jugaba como portero inventado.
    Por Francisco Martín
    Difícil lo tengo al recordaros para mantener el sosiego sin que el cariño me nuble los sentidos. De ahí que tema no haceros una justicia acorde con vuestros méritos, que son muchos y en grado superlativo. Fuisteis y seguís siendo compañeros, amigos y, además y sobre todo, maestros, sí, maestros en lo nuestro, en eso tan difícil que es ser policía y, por qué no decirlo, un buen policía para lo que se requiere en principio un buen hombre o mujer. Sin esa materia como base nunca se podrá ser buen policía.
    Quizá, desde la óptica del que está fuera, no vea la dificultad porque el problema no radica en realizar la función o el cometido que cualquiera entiende que tiene un policía, que también, pero a ello hay que añadirle que se realice de forma correcta. Hasta tal punto que cada acción tienda a que sea una obra de arte en múltiples disciplinas y aplicada a las diferentes circunstancias concurrentes de cada momento.
    Y, cuando digo correcta, no me refiero a lo que, por supuesto, es indudable y condición sine qua non, sino a esas otras facetas: la eficacia, eficiencia e, incluso, la elegancia de resolver un conflicto de esa forma que cualquiera que la presencia hace una exclamación de manera que la expresa instintivamente imitando a lo que con el argot taurino, “Así se hace maestro”, o ese, “olé” que se regala sólo a los que lo bordan y rematan con el pase de pecho después de la tanda de naturales, a lo que sigue el silencio como preámbulo, a un “olé” rotundo y de euforia desatada, que, al gritarlo, rompe las gargantas.
    Estoy seguro de que ahí arriba seréis recibidos con ese cariño con el que se recibe a los colegas. No puede ser de otra manera. Así os recibirán los Ángeles Custodios para escoltaros en las presentaciones y estoy seguro de que al decir: “José María” y oír tu timbre de voz, todos dirán para sus adentros: “¡Hala!”, si es José María Barranco, el policía de Jaén. Cuántos amigos y compañeros lo quieren allá abajo, en Jaén, en Granada y por todos los lugares por donde pasó. Simultáneamente, la otra presentación, y al oírse “Marcos”, pasará lo mismo, claro. Marcos Martínez, el policía de Málaga y Fuengirola. En ese momento, alguien dirá en voz baja, dos buenos hombres, dos grandes inspectores de Policía, dos caballeros cabales, dos hidalgos, dos señores, dos policías, dos hombres con mayúscula, que dedicaron su vida a servir a los demás, al punto de elegir una profesión, en la que quien la elige se compromete a dar su vida en la defensa de los demás. Marcos y José María, José María y Marcos, Policías, custodios en la tierra y maestros en esos menesteres, porque se comprometieron y fueron siempre fieles a su juramento, cumplieron con el trabajo del día a día como sabían y procurando mejorarse. Maestros, eso lo sabemos bien los que estuvimos al lado de ambos, gozamos de su presencia a la par de su enseñanza callada, esa que es la mejor, la del ejemplo, yendo al frente.
    Ejercieron ese magisterio siendo consecuentes con los principios a los que hay que ser fiel, para poder ser eso, “policía”. Fieles a la verdad, a lo justo, a lo equitativo, a lo ecuánime y, sobre todo, al concepto de libertad en su más pura expresión, ser libre de todo y de cualquier perjuicio, incluido y principalmente de los propios, ignorando los miedos, las hipotecas y/o de las mediatizaciones convenientes o interesadas que pueden ser una tentación.
    Me viene a la memoria otro célebre policía subcomisario, que ya, desde inspector, cuando detenía a alguien y su familia quedaba desasistida, se preocupaba de su atención con su peculio personal. Su sepelio fue una procesión en Sevilla: gitanos, ex convictos junto con ganaderos y aristócratas, Sevilla entera estaba allí, había muerto “Castillo” un, sobre todo, hombre bueno, un policía. Ahora en la galería hay dos más, José María y Marcos y en el cielo dos custodios más.
    Gracias, maestros, por vuestro ejemplo y enseñanza, por enseñarme que lo correcto es decir a cualquier precio un no rotundo a la injusticia; y utilizar palabras mágicas como por favor, disculpe, perdón y gracias siempre que haya lugar.
    Hasta siempre, compañeros, un abrazo. Vuestro recuerdo siempre os mantendrá con los que os apreciábamos, gracias por el recado que de seguro haréis de mil agrados.
    Por José Mariano Olivares

    juana martínez catena y antonio gila amezcua de Albanchez
    “La familia fue su mayor sustento y valor”

    Hace años que se marcharon. Primero fue ella, Juana Martínez Catena. Muchos años después, la siguió su marido, Antonio Gila Amezcua. Su hija Anita cuenta que fueron buenas personas y que para los dos, la familia era uno de los grandes pilares y el sustento de sus vidas.
    Por eso, trabajaron con tesón. Ella, en la casa y ayudando en la tienda de sus padres. Él, en los campos de Sierra Mágina. Se quisieron mucho y ese amor supieron trasladarlo a todos los que los rodeaban.
    Por eso, tiempo después, cuando los dos se encuentran en paz y en el Reino del Señor, sus familiares quieren saldar una deuda pendiente. Por un lado, dejar patente que su recuerdo sigue vivo entre todos los que los quisieron y, después, mostrar su más sincero agradecimiento, aquella persona que supo ayudar sin pedir nada a cambio en los momentos de mayor dificultad.
    Se trata del doctor Domingo Cáceres. Conocía a la perfección la enfermedad de Juana y era consciente de que sus cuatro hijos eran menores de edad. La cuidó y trató su mal sin esperar una compensación. Se desplazaba al municipio serrano y corría con todos los gastos y no era un amigo de la familia.
    Nuestro padre nos relató estos hechos. Entonces, no podía afrontar gasto alguno, buscar lo necesario para la comida ya era difícil. Queremos transmitir nuestro más sincero agradecimiento. Nunca podremos olvidar su generosidad y mucho menos a nuestros padres. Por tus hijos Juan, Juan Ramón, Ana y Joaquín Gila Martínez.

    José maría barranco y marcos martínez
    de Sidi Ifni  y Puerta Lumbrera

    Fuisteis y seguís siendo compañeros
    Hay personajes que imprimen su huella de los barrios de las ciudades o pueblos de nuestra provincia. Este fue el caso de Francisco Rosales Pérez, un hortelano de tradición, podador de esmero sin par y campesino leal que murió por el año 2005. Por sus atrevimientos musicales, su voz canariera le marcó durante toda su vida cuando la compartía con los amigos. Francisco Rosales era un sencillo labrador, religioso de principios básicos, y, nacido en Alcalá la Real, no podía faltarle en su agenda ser uno de los hermanos más antiguos de la Hermandad del Cristo sanjuanero.
    Muchas anécdotas podían resaltar su vida en relación con esta cofradía y con la imagen por la que sentía una especial devoción y cariño. De esta manera, hizo de demandante, en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, con su mulo recogiendo todas las aldeas y cortijos de la parte meridional de la provincia de Jaén con el objetivo de recaudar fondos para la hermandad que llevaba en su corazón, trayendo el trigo donado en los cortijos a la casa de los depositarios de antaño, Frasquito Huertes y Antonio Martín.
    En este lugar, contaba las anécdotas que le habían acontecido a lo largo del día de limosneo, además lo hacía con otro devoto, amigo y labriego, Gregorio Gámez, recientemente fallecido. Recordamos, en concreto, aquella en la que se acercó por un cortijo de Ermita Nueva y, en medio del periodo estival, no hacía viento para levantar la parva hasta tal punto que los campesinos estaban parados sin poder trabajar. Les pidió trigo para el Cristo y, cuál fue la sorpresa, que empezó a aventar y surgió un airazo en medio de la calina de agosto. Los campesinos, agradecidos, le recompensaron con un saco de trigo para la hermandad.
    Este hombre era el vocero de la cultura en la calle de los pueblos andaluces y el delirio de los niños que hoy encanecen y tienen entradas en su frentes, gracias a su versátil verbo y espíritu jovial. No en vano, se acercaban a su casa para que les contara sus aventuras en la conquista de la Cabeza del Molino, en el 1938; su paso por capataz de los campesinos del cortijo del Zapillo, y otras experiencias vividas en su intensa vida y, sobre todo, las numerosas vivencias que había compartido con muchos asociados de la hermandad.
    Estoy seguro de que el Cristo de la Salud le recogió la agenda que tanto nos prometió legar y donde recogía la vida cotidiana de la posguerra de Alcalá la Real y nunca nos entregó. Era una enciclopedia viviente. En ella, le habrá escrito el ficticio partido de Atlético de Aviación, en la que jugaba como portero inventado.
    Por Francisco Martín
    Difícil lo tengo al recordaros para mantener el sosiego sin que el cariño me nuble los sentidos. De ahí que tema no haceros una justicia acorde con vuestros méritos, que son muchos y en grado superlativo. Fuisteis y seguís siendo compañeros, amigos y, además y sobre todo, maestros, sí, maestros en lo nuestro, en eso tan difícil que es ser policía y, por qué no decirlo, un buen policía para lo que se requiere en principio un buen hombre o mujer. Sin esa materia como base nunca se podrá ser buen policía.
    Quizá, desde la óptica del que está fuera, no vea la dificultad porque el problema no radica en realizar la función o el cometido que cualquiera entiende que tiene un policía, que también, pero a ello hay que añadirle que se realice de forma correcta. Hasta tal punto que cada acción tienda a que sea una obra de arte en múltiples disciplinas y aplicada a las diferentes circunstancias concurrentes de cada momento.
    Y, cuando digo correcta, no me refiero a lo que, por supuesto, es indudable y condición sine qua non, sino a esas otras facetas: la eficacia, eficiencia e, incluso, la elegancia de resolver un conflicto de esa forma que cualquiera que la presencia hace una exclamación de manera que la expresa instintivamente imitando a lo que con el argot taurino, “Así se hace maestro”, o ese, “olé” que se regala sólo a los que lo bordan y rematan con el pase de pecho después de la tanda de naturales, a lo que sigue el silencio como preámbulo, a un “olé” rotundo y de euforia desatada, que, al gritarlo, rompe las gargantas.
    Estoy seguro de que ahí arriba seréis recibidos con ese cariño con el que se recibe a los colegas. No puede ser de otra manera. Así os recibirán los Ángeles Custodios para escoltaros en las presentaciones y estoy seguro de que al decir: “José María” y oír tu timbre de voz, todos dirán para sus adentros: “¡Hala!”, si es José María Barranco, el policía de Jaén. Cuántos amigos y compañeros lo quieren allá abajo, en Jaén, en Granada y por todos los lugares por donde pasó. Simultáneamente, la otra presentación, y al oírse “Marcos”, pasará lo mismo, claro. Marcos Martínez, el policía de Málaga y Fuengirola. En ese momento, alguien dirá en voz baja, dos buenos hombres, dos grandes inspectores de Policía, dos caballeros cabales, dos hidalgos, dos señores, dos policías, dos hombres con mayúscula, que dedicaron su vida a servir a los demás, al punto de elegir una profesión, en la que quien la elige se compromete a dar su vida en la defensa de los demás. Marcos y José María, José María y Marcos, Policías, custodios en la tierra y maestros en esos menesteres, porque se comprometieron y fueron siempre fieles a su juramento, cumplieron con el trabajo del día a día como sabían y procurando mejorarse. Maestros, eso lo sabemos bien los que estuvimos al lado de ambos, gozamos de su presencia a la par de su enseñanza callada, esa que es la mejor, la del ejemplo, yendo al frente.
    Ejercieron ese magisterio siendo consecuentes con los principios a los que hay que ser fiel, para poder ser eso, “policía”. Fieles a la verdad, a lo justo, a lo equitativo, a lo ecuánime y, sobre todo, al concepto de libertad en su más pura expresión, ser libre de todo y de cualquier perjuicio, incluido y principalmente de los propios, ignorando los miedos, las hipotecas y/o de las mediatizaciones convenientes o interesadas que pueden ser una tentación.
    Me viene a la memoria otro célebre policía subcomisario, que ya, desde inspector, cuando detenía a alguien y su familia quedaba desasistida, se preocupaba de su atención con su peculio personal. Su sepelio fue una procesión en Sevilla: gitanos, ex convictos junto con ganaderos y aristócratas, Sevilla entera estaba allí, había muerto “Castillo” un, sobre todo, hombre bueno, un policía. Ahora en la galería hay dos más, José María y Marcos y en el cielo dos custodios más.
    Gracias, maestros, por vuestro ejemplo y enseñanza, por enseñarme que lo correcto es decir a cualquier precio un no rotundo a la injusticia; y utilizar palabras mágicas como por favor, disculpe, perdón y gracias siempre que haya lugar.
    Hasta siempre, compañeros, un abrazo. Vuestro recuerdo siempre os mantendrá con los que os apreciábamos, gracias por el recado que de seguro haréis de mil agrados.
    Por José Mariano Olivares

    José martínez santa-bárbara de Jaén
    “Sólo puedo hablar desde el corazón”

    El pasado 27 de septiembre falleció el que durante cuarenta y dos años fuera el oficial mayor del Colegio Oficial de Abogados de Jaén, José Martínez Santa-Bárbara. El director de la revista colegial “Bajo Estrados” me pide que escriba una semblanza sobre él, algo difícil para mí, porque sólo puedo hablar desde el corazón. Mis recuerdos de Pepe se remontan al año 1976, cuando yo empiezo a trabajar en esta institución, y cuando me ve tan pequeña, me arropa, me ayuda, me enseña. Sí, él fue mi maestro en el ámbito profesional, me enseñó todo lo que ahora profesionalmente soy. Era responsable, metódico en el trabajo —le gustaba todo bien hecho— y si no era así, te lo hacía repetir mil veces hasta que estaba como él decía: “perfecto”. Su profesionalidad no ha pasado inadvertida a nadie, eso me consta, pues para él, el Colegio era su vida, ¡Cuánto le costó jubilarse! Si por él hubiese sido, habría trabajado aún sin cobrar. ¡Cuánto echaba de menos esta casa!
    Tanto confió en mí que, de su mano, empecé a trabajar en el Instituto de Estudios Giennenses. Esto también se lo debo.
    Los compañeros que compartimos tantas y tantas horas con él (Vicente, Arturo, Juanma y Alicia), acogimos sus consejos, tanto a nivel profesional como personal, pues era una persona muy cercana a nosotros. Tan bien nos conocíamos que, cuando llegaba con el ceño fruncido, intentábamos no hacerle enojar, pues Pepe, enfadado, era temible.
    Recuerdo las celebraciones el día de su onomástica en la Taberna “Pepón”, donde nos llevaba a tomar unas tapas y unos vinos y departíamos sobre lo humano y lo divino. Después, antes de entrar a trabajar, nos tomábamos un café, o lo que fuera, en la cafetería “California”. ¡Qué buenos tiempos aquellos! La unión que existía entre los compañeros de trabajo también fue obra de él. Éramos una familia. Pepe vivió para su trabajo y su familia, su esposa Capi, a la que adoraba, y sus hijos, Mariluz, José, Esther y Javi. Su “otra” familia éramos nosotros, sus compañeros de trabajo.
    Desde aquí, en mi nombre y en el de mis compañeros, nos unimos al dolor de su esposa e hijos, en un fuerte abrazo que, sin duda, desde el cielo estará viendo, pues siempre permanecerá en nuestros corazones y en nuestros recuerdos. Descanse en paz.
    Texto extraído del próximo número de la revista Bajo Estrados.
    Por Encarnación Sutil Romero