Hasta siempre
David Muñoz: “En el cielo con diamantes”
Llegados a este punto es inevitable hacer inventario. De haber vivido me queda un puñado de amigos, de los buenos, grandes compañeros de travesía, amigos de esos que cuento con los puños sin cerrar y que han sido parte de mí, de mi historia.
Llegados a este punto es inevitable hacer inventario. De haber vivido me queda un puñado de amigos, de los buenos, grandes compañeros de travesía, amigos de esos que cuento con los puños sin cerrar y que han sido parte de mí, de mi historia.
Una vida casi sin estrenar, a la mitad, mira qué oportuna la muerte esa mañana, llegarme así, sin previo aviso, sin motivo, sin más, justo cuando comenzaba a tratar a la vida de “tú”.
De haber vivido me queda, dejo y me llevo, una mujer a la que quiero por encima de todas las cosas y una hija a la que adoro aún más. La cantidad de cosas que les he dicho a las dos y las que aún les voy a decir.
Las que están escritas y las que les iré dejando colgadas de las estrellas como luz y camino. Mis buenos deseos, mis caricias, mis noches en vela. De todo, me queda su amor y mi amor, sus corazones y mi corazón y eso no lo borra nadie. Me llevo unas cuantas experiencias en el bolsillo de atrás: tantas como me han sobrevenido a lo largo de mis días y que no han sido pocas.
Tan positivas y tan negativas, tan extrañas, tan dispares en definitiva, que me dan para alguna que otra historia. Las buenas las he compartido casi siempre y las no tan buenas, ya sabéis, me han pillado demasiado bajo de fuerzas como para contar y tampoco han merecido la pena. De todo esto que he sido, me queda la familia: los que ya no están, los que están, los que vendrán. A los que quiero, a los que me quieren. Con los que he contado más o menos.
Toda esa gente buena que me ha enseñado a ser lo que soy y a querer como quiero. Me dejo todos los besos que aún tenía por repartir. Algún que otro abrazo más para mis amigos. La guitarra a medio tocar. Un lugar abierto para la reflexión en “El Escondite”. Todos los “te quiero” que te debo, que os debo. Notas escritas en mi libreta, en servilletas, en cualquier sitio. Algún café, cerveza, o cena o comida de esas que siempre se dejan para luego y que al final nunca llegan a término.
Dejo una obra por publicar a medias con mi socia y a un Eddi Vansi sin su cincuenta por ciento necesario con la persiana del bar a medio bajar por si vuelve Susana La Bohemia. Las horas de trabajo por hacer en el maletero del coche y un móvil casi siempre sin batería. Me dejo toda la vida que iba a pasar contigo, madre de mi hija y mujer de mi vida. Me llevo todo lo que me habéis dado, que no es poco y gracias. Vuestro cariño, vuestra amistad. Las canciones de los Beatles y de Silvio Rodríguez. Un libro de Boris Vian para el viaje. A Cortázar en el corazón. Los versos de Neruda.
Me queda pensar que si existe Dios voy a verlo. Conmigo va todo. Me lo he llevado y también os lo dejo. Y nos vemos. Os quiero. Buen todo. Porque seguro que sería algo así lo que dirías a la gente que quieres: Salud, David.
Por Inés Ferreira.
Jesús Bueno Arquillo de Jaén
“Era la llegada de la inocencia y de la alegría”
La vida se le sesgó el mismo día en que cumplía los doce años. Fue en octubre de 2008 y la fatídica noticia corrió como la pólvora tanto en su colegio, el Santo Domingo, como entre sus vecinos del Polígono de El Valle. Pasan los días y los meses y Jesús sigue muy presente en la memoria de sus compañeros, profesores y miembros de la comunidad educativa. Tanto que, el miércoles pasado, le rindieron un homenaje y plantaron un árbol en su honor. Ahora, le escriben estas líneas para decirle que nunca le olvidarán aunque el tiempo pase:
“Desde hace unos meses nos falta un compañero, Jesús Bueno Arquillo, lo recordaremos siempre. Su entrada todas las mañanas junto a sus compañeros y compañeras de las aulas de Parálisis Cerebral era la llegada de la inocencia y, vestido de ella impartía sencillamente amor, tenía la alegría colocada en sus labios, para que, sin rozarlos, dibujasen una sonrisa. Respiramos con ellos su ternura contagiosa, sus ojos trasmitían tranquilidad, sosiego, nos dabas fuerzas para continuar nuestra labor.
Su paso por nuestro centro, compartiendo aulas desde los tres años, no ha pasado desapercibido para ninguno de nosotros.
En muchos momentos, no hemos entendido qué ha pasado, tus amigos y compañeros, tus maestros y maestras nos hemos preguntado cómo ha sido posible tenerte entre nosotros, vivir esta maravillosa vida que nos ha tocado vivir y no poder continuar compartiéndola contigo. Jesús no está, su recuerdo ha quedado en nuestra mente para siempre”. De Antonio Montilla García, director del colegio Santo Domingo, en nombre de la comunidad educativa.
Ildefonso Jiménez Jimeno de Mancha Real
“Por tu dedicación y esfuerzo”
Ildefonso Jiménez Jimeno, natural de Mancha Real con 84 años de edad, dedicó toda su vida a sus dos pasiones: el aceite de oliva y a su familia. Nacido en el seno de una familia de larga tradición olivarera, desde muy pequeño percibió y se impregnó del ambiente de trabajo y esfuerzo que suponía llevar hacia delante la fábrica de aceite de su padre y que, anteriormente, fue de su abuelo. En aquellos años, no existía tecnología por lo que el trabajo se realizaba a base de brazos y la fuerza de los animales de carga mulos, yeguas y caballos que accionaban la maquinaria de la molienda. Su trabajo en la fábrica lo compaginó con sus estudios de perito mercantil, que le ayudaron en la posterior tarea de dirigir la empresa familiar. Le tocó vivir años muy difíciles, en especial, durante la Guerra Civil española y los posteriores a la misma. Fueron tiempos de hambre y necesidad, donde colaboraba con todos los necesitados. En su afán por ayudar a los demás, incluidos sus trabajadores, y ante una avería de la maquinaria, se accidentó quedando inútil su mano izquierda, lo que no le impidió desarrollar plenamente su trabajo. Felizmente casado con una torrecampeña, Ana Zafra, ambos compartieron años de felicidad y de austeridad. Después, el matrimonio se volcó en mejorar y modernizar su explotación agrícola y se embarcó en la puesta de riego de todas sus olivas. Esto lo hicieron a base de sacrificio, esfuerzo y mucha dedicación con el total, desinteresado e incondicional apoyo de su hija y su marido, Juan José. Jamás se olvidó de su familia, a la que dedicó intensamente el poco tiempo que le sobraba en la fábrica de aceite. Amante de su esposa e hija, durante estos últimos años su mayor dedicación era contentar a sus dos nietos, Juan José y Alfonso, que le llenaban de plena satisfacción y orgullo. Su carácter de hombre bueno y generoso era conocido por su familia y todos sus paisanos, del que siempre guardarán un buen recuerdo en el fondo de su corazón. En nombre de toda su familia un cariñoso y gran abrazo que te llegará hasta el cielo. Tu familia.
Miguel Ángel Gutiérrez fernández de Jaén
La poesía está de luto, ha perdido a uno de sus mayores amantes y creadores. En sus planes estaba la publicación de varios ejemplares de sus poemas. A Miguel Ángel Gutiérrez Fernández le gustaba ser conocido como “el médico poeta”.
Miguel Ángel Gutiérrez Fernández nació en Jaén hace 53 años. Cursó sus estudios universitarios en la Facultad de Medicina de Córdoba. Fue hombre de gran humanidad, de carácter sencillo, luchador y generoso.
Después de ejercer, durante un tiempo, su profesión en la provincia de Jaén, se trasladó a Ceuta, lugar en el que puso en marcha Cemeco (el centro de médico de conductores).
En la ciudad autónoma, se rodeó de amigos y colaboradores y allí pasó la mayor parte de su vida profesional. En Ceuta se casó y tuvo un hijo al que quiso con toda su alma y a quien dedicó parte de su poesía, al igual que a sus padres, a quien admiraba profundamente. Ellos fueron los grandes amores de su vida. Ahora, Miguel Ángel, estarás con ella allí arriba felices los dos.
Miguel Ángel Gutiérrez Fernández fue capaz de compatibilizar su trabajo como médico con su permanente afición a la escritura y las letras. De hecho, pasó sus últimos días dedicándose de lleno a la poesía, “su alma”.
La enfermedad quiso que, el pasado día 6 de abril, nos dejara para siempre. Sin embargo, nos legó su recuerdo reconfortante y sus letras permanentes. Descanse en paz. Nunca te olvidaremos, te llevaremos en el corazón y te querremos siempre, Miguel Ángel. De tu familia.
Pedro Ayora Luna de Valdepeñas
Devoto y miembro de la Cofradía de La Expiración
Se fue sin avisar en una de sus épocas favoritas del año. Pedro Ayora Luna falleció, repentinamente, a primeras horas de la mañana del Domingo de Ramos. El destino no le permitió ver procesionar a las dos imágenes de su cofradía, la de La Expiración, Cristo y María Santísima de las Siete Palabras. Siempre estuvo muy ligado a su hermandad. Formó parte de su junta de gobierno en dos etapas. La primera fue desde finales de la década de los setenta hasta 1994 y, después, desde mayo de 2007 hasta que la vida se le apagó.
Siempre destacó por su especial vinculación sanjuanista de la hermandad, aunque ocupó cargos relacionados con la Virgen y con el Santísimo Cristo de La Expiración. De hecho, la imagen pertenece a la jura de cargos del pasado 21 de septiembre.
Su despedida, como no podía ser de otra manera para una persona como Pedro Ayora, se celebró, en la mañana de Lunes Santo, en la parroquia de San Bartolomé, que estaba abarrotada. El féretro fue cubierto con la bandera de la hermandad y su funeral se celebró ante los pasos de la Cofradía de La Expiración.
De hecho, el Jueves Santo estuvo fuertemente marcado por la ausencia de este antiguo cofrade y compañero de la junta de gobierno. No en vano, en su última etapa, formaba parte del grupo de Consiliarios. Sus familiares más cercanos, demostraron una entereza ejemplar y cumplieron, ese día, con el ritual de todo cofrade. Estuvieron junto a sus titulares desde primera hora de la mañana. Era enfermero. Casado con Paqui García Gómez, tuvo dos hijos: Pedro y Manuel. A ellos, les inculcó su fe cristiana y su devoción por Jesús. Nunca te olvidaremos. Cofradía de La Expiración.
Diego Fernández de Moya González de Lara
Con todo mi cariño, para ti, papá:
Volviendo años atrás, me ha llenado de felicidad verte queriendo a mamá y ella correspondiéndote también, con todo su cariño. Nosotros éramos muy felices viviendo con vosotros en esa linda vida que nos supisteis dar. Estas líneas, papá, eran para ti, pero he tenido que referirme también a mamá, en el Día de la Madre, para recordar que nos disteis todo el amor y cariño que hoy disfrutamos.
Por tu honradez y sencillez; porque en ti nunca existió la vejez, ya que siempre eras un joven corazón que daba ejemplo para enseñar y aprender. Has sido tan grande para mí, que sólo con verte, me hacías feliz. Muchas horas, muchos días pasé contigo y no me arrepentiré jamás. Ojalá hubieran sido muchos más. Quiero expresarte, a través de estas sentidas líneas, mi profunda gratitud del ejemplo que siempre, como hijo, recibí de ti, y de manera muy especial el magisterio que me diste sobre la vida y la familia.
Me gustaría que fueras recordado por todos por tu servicio a los demás, por tu integridad, por tu honestidad y generosidad. Siempre tuviste una palabra de aliento, de entrega, de servicio, de consideración hacia el conjunto de los ciudadanos, a los que también serviste, con gran espíritu de sacrificio. En estas breves líneas, he tratado de reflejar el sentimiento tan profundo que para un hijo representa la pérdida de su padre. Palabras que tratan de expresar el hondo dolor que ha significado tu fallecimiento. Sin embargo, es motivo de alegría para todos nosotros el estar convencidos de que estés contento y con mucha alegría, teniendo a mamá y a mi hermano Diego en tu compañía, como tú querías. ¡Que descanséis en paz! Os quiere, vuestro hijo. Por José María Fernández de Moya Ruiz de la Fuente.
La buena semilla de un hombre: Cristóbal Huertas Jaenes
Hoy quiero escribir, quiero desahogarme, se ha ido Cristóbal Huertas Jaenes y no le he podido agradecer lo que me enseñó, me has engañado amigo. Te escribo, no sé si bien o mal, a ti no te hubiera importado, tu verías la intención, estabas dentro de los privilegiados que ven y leen el significado de los actos.
Ya hace 24 horas, ahora vengo de decirte adiós, estoy tranquilo, oyendo al canario que no deja de cantar, ¿eres tú?, ¿me hablas por ese canto?, ¿qué dices? Que estás alegre, como siempre, que seguirás ayudando, como siempre, que tendrás el mismo buen humor de siempre, que no dejarás que te olvidemos; amigo yo no lo haré, y los míos tampoco, mi recuerdo es tu presencia. La semilla que plantaste hace quince años ha germinado, ha cuajado, se ha fortalecido profundamente; ¿sabes? Ninguna rama destaca, todas van con vigor, la bondad, la amistad, el trabajo, la familia, el sacrificio (lógico porque fuiste trabajador incansable), el humor… Canalla qué bien sembraste, lástima que existan tan pocos como tú, el mundo lo agradecería, ojalá fuéramos la mitad que tú. Me has dejado, ya no podré meterme contigo, pero lo que me queda está grabado y no habrá manera de borrarlo. Sólo me reprocho el no haber podido decírtelo a la cara. Gracias. El Caradura.