Hasta siempre

Manuel López Oya y manuel lópez garcía de Jaén

Es complicado redactar un obituario si el fallecido a los 86 años forma parte de una amistad. Manuel López Oya fue un trabajador inveterado del olivo, este árbol que lo mismo produce alegría que quebrantos y tristeza, pues no es todo aceite el que reluce como los chorros de oro. Una mala cosecha, ya se sabe, solo produce dolores económicos. Una supercosecha, también se sabe, te liquidan la aceituna a cuatro perragordas y como a perro flaco todo se le vuelven pulgas, pues a esperar tiempos mejores, aún por divisarse en el difumado horizonte inconcreto.

    07 jul 2013 / 15:08 H.

    Echó raíces profundas en su tierra jiennense como este otro gigante milenario con hojas verdi-plata de Fuenbuena de Arroyo del Ojanco. Su rostro denotaba los surcos del trabajo y del sudor, del viento y del frío. Los olivos eran su pan dulce o amargo de cada día. Gracias a él, supo modelar y sostener, con la ayuda incansable de su esposa Patro, un hogar compuesto por su mujer y sus hijos, Fernando, Patro, Paqui, Juan, Ana y Consuelo, esposa de Manuel, fallecido, a los 51 años, un año antes que su padre. Llevó las riendas de un olivar situado en La Imora, propiedad de la centenaria Fábrica de Cerveza El Alcázar, y, también, la finca olivarera del Patronato, esta ubicada en las alturas serranas de Puerto Alto. Un hombre como Manuel, tan apegado a la tierra y al amor de su numerosa familia, se nos fue, quién sabe si a otros parajes donde el olivo no es posible, pero sí el paraíso en el que descansan y gozan de la paz eterna, tanto familiar querido, tanto amigo, que nos dijeron su adiós definitivo con bocas cerradas porque se le apagaron la voz de la vida.
    Manuel, ya digo, olivarero celeste por méritos propios, nos estará mirando a toda pupila abierta desde arriba y animando, qué duda cabe, a su familia, pidiendo ante Dios poderoso que sus descendientes sigan cultivando este árbol tan bello para los pintores y poetas; tan generoso o tan parco, según venga el tiempo esquivo, porque si se cumple así el ruego de Manuel, él estará, más gozoso aún en la distancia eterna e inalcanzable a las manos, aunque sí del espíritu. Descansa en paz, Manuel y tu hijo. Si ahora no gozáis del olivo jiennense, sí estaréis gozando de las estrellas universales.
    Por José Sánchez del Moral.

    Francisco Cano Ordóñez de Alcaudete
    “Era un libro abierto”

    Ese sentimiento profundo de querer conversar y estar al lado de mi tío Francisco Cano Ordóñez me mantiene en contacto permanente con grandes recuerdos que él evocaba en bellas y descriptivas narraciones familiares. Se fue hace ahora unos años. Se marchó para siempre y nos dejó a todos miles de recuerdos y de historias para rememorar tiempos pasados.
    Su sencillez era franciscana; nunca lo escuché quejarse ni jactarse de algo. Fue ese gran amigo y tío. No fue padre, pero a sus sobrinos nos trató como tal. Nacido en el seno de una familia sencilla, hijo de Francisco Cano e Isidra Ordóñez, dedicó gran parte de su vida al cuidado de su huerta, a la cría de ganado y al cultivo de hortalizas. No tuvo interés en acumular riquezas; su afán siempre fue vivir tranquilo sin mayores sobresaltos al lado de su esposa, Araceli Cañada, a la que siempre cuidó y mimó durante los más de treinta años que permanecieron juntos. Recuerdo las tardes en las que nos llamaba a mi hermana y a mí para que viésemos los frutos carnosos que lograba recolectar con su cariño. Esa actitud vehemente que subrayaba su amor por la vida y el desinterés por las cosas materiales lo hacían un ser humano diferente, cuyos valores eran apreciados por quienes tuvimos la oportunidad de tratarlo. “Alcaudetense de pura cepa”, le gustaba pasear por su tierra, disfrutar de su paisaje y de sus olivos, a los que cuidaba con mucho esmero.
    Compartí con él ratos agradables, que repercutían de inmediato en mi estado de ánimo por sus innumerables apuntes de historia y su afectividad. Era un libro abierto, una persona humilde, pero llena de sabiduría y, sobre todo, llena de una gran alegría. Las adversidades de la posguerra le impidieron escolarizarse, como le ocurrió a otros muchos niños alcaudetenses de aquella época, pero sus carencias formativas supo suplirlas desarrollando una deslumbrante destreza para desenvolverse en la vida. Aprendió a leer solo y, como dice el dicho, “la experiencia es la madre de la ciencia”. Supo desarrollar su sabiduría y cultivar sus conocimientos con la lectura, algo que le encantaba.
    Los años pasaron y, con ellos, las enfermedades que le iban pereciendo el cuerpo poco a poco. La alegría que reinaba en su cuerpo se fue apagando. Verlo en silencio, sentado diariamente en la puerta de su casa, en una silla, acompañado siempre de una radio, ya no era suficiente aliciente para mantenerlo alegre. Cuando ahí lo encontraba, la melancolía impresionaba mis afectos. Por eso, yo también en silencio, me estremecía, me inundaba la tristeza, pero reaccionaba dándole gracias a Dios por haber tenido la oportunidad de conocer a un hombre tan especial. Comprendía entonces al ver esa realidad que mi tío, a quien tanto quería, también quería viajar y ya nadie podría detenerlo. Una larga y dolorosa enfermedad se lo llevó con 72 años. Hoy, pensando en él, entiendo que la muerte no se lleva a nuestros seres amados, por el contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo.
    Por Carmen López.

    Antonio Alcalá Vencesladade Andújar
    Afable y discreto

    El Ayuntamiento de Andújar, en mayo de 2005, homenajeó a Antonio Alcalá Venceslada en el 50 aniversario de su muerte. Se presentó un libro sobre su léxico y hubo una conferencia sobre su obra. Se inauguró el monumento con el soneto a Andújar y se le dio a título póstumo la Medalla de Oro de la ciudad. Todos los meses de julio son merecedores de recordar su figura. Nacido en la Andújar de 1883, murió en el Jaén de 1955. Escritor, poeta, archivero, profesor, ensayista y periodista. Su gran obra, “Vocabulario Andaluz”, fue editada por primera vez en “La Puritana”.
    Estudió Filosofía y Letras y Derecho en las Universidades de Granada y Sevilla. Ingresando, en 1915, en el Cuerpo Nacional de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. En Jaén se incorporó al instituto “Virgen del Carmen”.  Participó en la política local, en su sociedad, y en el Instituto de Estudios Giennenses. Escritor prolífico, escribió en varios medios de comunicación, entre ellos, Diario JAEN, Blanco y Negro y Diario de Galicia. “Tucho Castelo” era  su seudónimo para las crónicas taurinas que escribió en el ABC desde Galicia. “De la Solera fina”, “Cuentos de Maricastaña” y “La Flor de la Canela” son algunas de sus obras.
    Se volcó con el VII Centenario de la Aparición de la Virgen de la Cabeza y a él le debemos el Rosario Monumental que se erigió por las calzadas del Cabezo. Magnífico conservador, comunicador, afable, discreto y oportuno, así lo recordaban los de su generación, los tertulianos de los años 40.
    Por Juan Vicente Córcoles

    Andrés Pedroche Mira de La Carolina
    Adiós, amigo

    En apenas un par de semanas te fuiste prácticamente en silencio. Por ello, todos los días no falta alguien que me pregunte por ti. Pero la vida es así de dura y, en bastantes ocasiones, acaba con la alegría y el futuro de personas tan valiosas como tú para la sociedad en general. Mi mente todavía no ha asimilado tu ausencia porque éramos tal para cual, tomando las mejores decisiones que creíamos convenientes en todos los aspectos de la vida. Además, te convertiste en mi sombra y fuiste compañero de fatigas en infinidad de ocasiones.
    Tengo que agradecerte lo mucho que aprendí de ti, gran Andrés Pedroche. Tus sabios consejos y tu apoyo incondicional en momentos claves me marcaron para siempre. Y es que, a pesar del valor que le echamos a la vida, con objeto de honrar tu memoria, es imposible no pensar en ti en el día a día cotidiano. La vida y el compromiso de Pedroche siempre estuvieron volcados en su trabajo y en su familia. Era una persona muy querida por todo el mundo, especialmente, por los carolinenses, y un apasionado de amor con sus cuatro hijas, María, Teresa, Antonia y Paqui. Lógicamente, también se desvivía por su esposa, María, a la que, casi siempre, le traía churros y otras suculentas delicias de las ferias por las que íbamos a distraernos. Otra de sus pasiones son sus nietas y nietos, especialmente, el más pequeño de todos, Jesús, al que solía recoger todos los días del colegio e, incluso, dormía con él muchas veces mientras sus padres prestaban servicios laborales a cualquier hora del día. Tampoco puedo olvidarme de ti, Poti, que permaneciste junto a su cama agarrándole de su muñeca hasta el desenlace final. Y qué decir de sus otras dos nietas, Jenny y Sandra, junto a su nieto, que vive en Navas de Tolosa. Eran el niño y las niñas de sus ojos.  Servicial como nadie, legal y honrado en todos los aspectos de la vida, Andrés fue una persona entrañable y muy querida en la capital de las Nuevas Poblaciones. Nunca escuché a nadie expresar alguna mala palabra de este antiguo minero, sino todo lo contrario, muchos elogios. Y es que en él todo era bondad y alegría, siempre dentro de un ambiente muy discreto y, a veces, lleno de ciertos temores personales que nunca exteriorizó y siempre guardó para él.
    Tuve el honor de compartir con él los mejores momentos de mi juventud. Se convirtió en obligado consejero de mis decisiones, y fue mucho más que “amor de hijo” lo que sentí por él. Sabedor de mi pasión y mi devoción por imágenes tan populares y jaeneras como El Abuelo o La Morenita, muy frecuentemente, me acompañaba al Santuario de Andújar o a la Catedral de Jaén, sintiéndose a la vez feliz de poder agradecer personalmente, tanto a Dios como a la Virgen, el haberle concedido a su matrimonio con María, la suerte de poder contar en la vida con la ayuda de sus hijas.
    No puedo decirte adiós, Andrés, porque siempre se recordará tu sonrisa ante las vicisitudes y tu forma de afrontar los problemas sin un mal gesto. Tuve la suerte de estar contigo durante tus últimas horas de vida y tu enfermedad me hizo incluso llorar donde nadie me vio porque todo presagiaba que iba a perder algo mío, con permiso de tu familia. Te fuiste de esta vida casi sin ni siquiera tener tiempo para decir adiós. Una maldita enfermedad ha dejado rotos los corazones de toda tu familia y de tu innumerable cifra de amigos. Pero sigo sintiéndome muy orgulloso de ti porque fuiste, casi sin darte cuenta, como un segundo padre para mí. Ahora, estoy seguro de que descansas en paz en el Reino de los Cielos porque Dios es justo. Por eso, aunque estés ausente, siempre estarás entre nosotros. En definitiva, estoy muy orgulloso de mi excelente y especial amigo, don Andrés Pedroche Mira.
    Por Silverio Fernández.

    MARÍA DEL PILAR PUCHE HINOJOSA de Alcalá la Real
    “Amiga de la vida  y con una alegría desbordante”

    Eran los años de mi madurez docente en el centro educativo de Enseñanza Media “Alfonso XI”, que así se llamaba por aquellos tiempos. Me creía un muchacho joven, como aquellos alumnos que fijaban su mirada sobre mi persona mientras les explicaba las vivencias y los momentos de aprendizaje de mi personaje ficticio, Inicia, que no era sino la actriz que le iniciaba en los estudios latinos. Entre aquellos alumnos aplicados tuve la fortuna de toparme con mucha gente joven e inquieta, que se abría campos en muchos saberes que se les ofrecían desde el mundo cultural de la ciudad. Este es el caso de María del Pilar Puche Hinojosa. Siempre la recordaré como una alumna jovial y alegre, con la sonrisa perenne en sus labios; nunca la tristeza invadía su persona. Siempre se sentía muy compañera de aquel curso de Humanidades cuando se iniciaba en las versiones latinas de los historiadores romanos.
    Si tuviera que señalar alguna cualidad ajena de aquella estudiante diligente y trabajadora, me quedaría con su sentido profundo de la amistad con las jóvenes de su edad. Lo comprobé, años más tarde, porque mantenía los mismos vínculos y los acrecentaba en otros círculos grupales de su adolescencia.
    No sé si le sirvieron mis orientaciones profesionales, pero me encantó el hecho de que eligiera la carrera de Biblioteconomía, cosa que no pudo ejercer laboralmente, pero que le iba a la perfección en su manera de ser y relacionarse con los demás gracias a sus dotes de simpatía y candor natural.
    Es verdad que no todo el mundo está preparado para desarrollar ciertas actividades artísticas, pero si hubiese sido agraciado por Euterpe, la musa de la música, hubiera coincidido con María del Pilar en interpretar las partituras musicales con el clarinete, la flauta moderna que sustituyó a la “elegjos” griega. Atentamente, me centraba en este subgrupo de instrumento musical y, recordando a un antepasado mío que usaba el mismo instrumento, la escuchaba interpretando maravillosamente partituras magistrales en los excepcionales conciertos que ofrecía la Agrupación Musical “Pep Ventura” a lo largo del año. Siempre recibía su saludo afectuoso cuando, con sus compañeros, acudía acompañando al cabildo municipal en los paseíllos oficiales. Sé que trataba de complacerme en mi pasión por las marchas procesionales y apuntaba al director o vicedirector que interpretara por la Plaza del Ayuntamiento las marchas de “Nuestro Padre Jesús”, del maestro Cebrián, y “Hermanos Costaleros”. Ahora, le doy las gracias porque me hizo emocionarme en muchos momentos con los sones alegres de estas cadencias solemnes que interpretaba en los días patronales. Y rindo mi homenaje a esa agrupación que te honró con esa bella y merecida despedida al son de aquella marcha fúnebre. Que te merecías es un decir, porque has sido una flor naciente arrancada intempestivamente en una primavera inmerecida.
    Me alegré mucho el día en el que me invitaste al nacimiento de tu empresa familiar, Ludopeke. Comprobé la ilusión que me transmitiste en la nueva empresa y querías despertar con esta nueva oferta al mundo infantil de Alcalá la Real. La alegría nunca se quitó de tu rostro y, ahora, abrías nuevas fuentes de canalizarla en los niños que acudían a aquel local de la calle de Fernando el Católico. Compartiste el arte de la música y de la pedagogía en el sentido etimológico de la palabra. Condujiste a muchos niños que te dejaban los padres creándoles un clima de ensueño y de sociabilidad en los primeros momentos de la vida.
    Luego vinieron otros tiempos. Compartiste durante cinco años la vida con Fabio, y el amor y cariño te rodearon siempre de tus hermanos, José Ramón y Sergio, y hermanas, María Aurora y Silvia, y de tus padres, José y Aurora. Más aún en tu enfermedad. Has sido un testimonio del amor fiel al esposo de la juventud en medio de este mundo y entorno consumista que nos rodea. Lo habéis mantenido firme como dice el libro de la Sabiduría, “en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad”. Has compartido tus cualidades artísticas con tantas personas para alegrarles el corazón. Tu fraternidad se hacía presente con tu don de expandir la alegría a los demás. Has defendido y has sido amiga de la vida, que se te apagó tempranamente. Estoy seguro de que te dio la mano el Salvador de tu iglesia parroquial aquella mañana que nunca hubiésemos querido que aconteciera. De seguro que eres testigo de pasar de lo viejo a lo nuevo, a la nueva vida. Y tú, María del Pilar, ha sido testigo. A veces, nos es imposible oír la voz de Dios en el silencio, rodeados del ruido mundano, pero, en este momento, me viene esta frase de Kierkegaard: “Hay que dar el gran salto que nos lanza a lo infinito”.
    Por Francisco Martín Rosales.