Hasta siempre

JOSÉ CARLOS SáNCHEZ RUIZ de Úbeda
“Entrañable amigo

Han pasado ya casi tres meses desde que nos dejaste y sigo sin encontrar las palabras adecuadas para expresar el profundo dolor que siento, la inmensa tristeza que me invade y la desazón y el desconsuelo incontrolables que te inducen a la resignación, si no a la locura de lo incomprensible, de lo que no debió ser.

    14 abr 2013 / 09:24 H.

    Un día, hace ya más de diez años, las circunstancias de la vida hicieron que nuestros caminos, por fortuna, se cruzaran. Y nunca habría podido imaginar que, lo que en principio se planteaba como una simple relación laboral, fuera a convertirse en una sincera y profunda amistad.
    Una amistad forjada a lo largo del devenir del tiempo, una amistad en la que hemos compartido buenos y malos momentos, confidencias, risas, lágrimas, etcétera. Una amistad en la que, día tras día, “hemos compartido ¡vida!”. Por tu entrañable forma de ser, desde el primer instante, nos cautivaste a todos con ese encanto de la “buena gente”, que, con actitud franca y desinteresada, te presta su apoyo siempre con una sonrisa y con la “dejadez” de la escasa importancia que dabas a lo intranscendente. Pero el destino es inescrutable y, un triste día de enero, cuando solo contabas con  43 años, tenía decidido que nos dejases. Y así te fuiste, como siempre, activo, viajando en tu moto, disfrutando de una de tus pasiones, en auxilio de quien te necesitó. Hasta en el último momento te has salido con la tuya.
    Hoy, sin lágrimas ya para llorar, solo me queda una gran decepción y un gran vacío, la decepción de la injusticia y la impotencia y el vacío de la ausencia. Por eso, pensaré que estás concentrado en cualquiera de tus múltiples ocupaciones, ya que resulta imposible asumir tu falta. Aún se escucha tu voz, aún se oyen tus pasos. Gracias por tu cariño y por tu amistad. Gracias por todos los momentos que nos has dado. Te echamos mucho de menos, pero sigues entre nosotros porque no te olvidamos y siempre ocuparás un lugar privilegiado en nuestros corazones. Eres un buen compañero y un entrañable amigo, merecedor de toda nuestra consideración y respeto. Y digo eres porque nunca te irás de aquí, entre todos nosotros tienes tu sitio.
    Por siempre contigo. Por siempre a tu lado. Siempre en nuestro corazón. Nos vemos, colega. Mientras, una vela encendida cada día mantendrá viva la llama de tu recuerdo.
    Por Dolores A. Pérez Acuña.

    Marcial Cobo Valderas de Valdepeñas
    Eres el más grande

    Sé que es un pasodoble torero, ¿quizá la gran Lalanda? Pero a mí me sobra capa, plaza, almohadillas y tardes de sol y moscas. Nuestro difunto es Marcial Cobo Valderas. Y, sobre él, una profunda historia de cincuenta años, del Jaén que yo conozco, son motivo de proclamo. Marcial, ¡el ciego!, para los no iniciados, que se ha muerto.
    Valdepeñero del Jaén de nacimiento, como citaré, falleció en la capital el día del Viernes de Dolores, onomástica, por ende, de la hija que me facilita el motivo.
    Este “sagaz” invidente de nacimiento no tuvo mal olfato tras haber nacido mientras la contienda. Los republicanos se hacían fuertes en Teruel, un 16 de diciembre de 1937. Después de estudiar en Sevilla, entró como vendedor de la ONCE en Jaén, el 11 de julio de 1956, miércoles, como me comunica su buena y documentada hija.
    Con su sexto o séptimo instinto desarrollado, conoce a Paquita Almagro Rodríguez, con la que contrajo matrimonio el 15 de octubre de 1961. La feria que se pegó Marcial. Dos invidentes natos para compartir una gran vida en común. ¡52 años casados! Y cuatro hijos.
    Y, cómo no, otros deportes, desde “viva er Beti, manque pierda” hasta viajar en numeras ocasiones con las peñas del Real Jaén en sus momentos. Marcial era el que me hacía conocer que había una vida exterior con su peculiar: “Cara sucia, el trece me queda”. Si podía, me asomaba a la ventada del internado y lo veía pasar a la altura de la calle Navarrete. Calle Santo Domingo, el Hospicio y confirmaba que habíamos cantado el “Cara al sol”. Su vuelta nos anunciaba que la comida del mediodía estaba cerca y familiar.
    De sus debilidades destacan el pasar el verano en el Berenguer, en el Puente de la Sierra, con la familia y los disfrutes procesionales, de los que, tengo entendido, hasta fuiste desahuciado. Reserva de seis sillas para el matrimonio y los hijos en la tribuna. Luego, el abolengo de la burocracia os echó fuera. La tribuna, para los tribunos.
    Aunque tus “cojones” ahí, si no veías tanto como tu mujer… ¡Hasta quince sillas reservadas para hijos casados y nietos frente al Pato Rojo!
    Tan peculiar era mi amigo Marcial, distante del que vivía en la segunda travesía de la Puerta de Martos. Ahora mucho más cercano, junto al mercado de San Francisco, y del que me despedía una semana antes de su partida.
    Se jubiló, un jueves 31 de marzo del año 1995, después de 39 años de venta. Dejó amén de señora e hijos, seis nietos y un oscuro regusto de echarlo de menos en el casco antiguo. Era un asiduo vendedor de la calle La Parra y parroquiano de visita diaria en los establecimientos hosteleros a los que yo dediqué tanto tiempo de mi trabajo, más de 25 años. Y las “putaíllas” de cambiarte la copa de lugar en la barra.
    Yo también lamento que fueses un jiennense de a pie, que, sin duda, ibas desde La Magdalena hasta Santa Isabel.
    Ya sabes aquello, “compare”, lo de las estacas acerales que recortaron tu movimiento. Aunque lo antedicho afirmo. Y es que estos “ciegos políticos” se lo montan mejor. Solo quiero recordarte a ti. Y a tus hijos, Antonio, Clemente, Loli y Paqui. No sabe lo que se perdió el que no lo conoció de cerca. A veces, con su “mala follá” como bendito lugareño. Pero con ese acentuado “Nicolaaaaas” siempre que oía mi voz. Era una cercanía tan cálida. Acaso, como todo en la vida. Cuestión de tiempo.
    Por Nicolás Ortiz Bueno.

    Manuel Bonillo Ossorio de Aldea de la Mesa (Carboneros)
    Un hombre sencillo

    A la edad de 94 años nos ha dejado Manuel Bonillo Ossorio, natural de la Aldea de La Mesa, en Carboneros. Un paisano de estas tierras de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena que, durante su vida, tal sin ser consciente de ello, fue fiel al ideario universal de la gente sencilla y honesta que definió Mahatma Gandhi: “Posiblemente, lo que hagas no sea importante, pero es importante que lo hagas”.
    Manuel Bonillo era nieto de uno de los mineros —con idéntico nombre y apellido que el suyo— que vinieron de la comarca almeriense de Albox cuando, a partir de 1861, comenzó un auge del plomo en el distrito minero de Linares-La Carolina. Eran llamados aquellos otros colonos los “tarantos” debido a sus familias numerosas y a su procedencia de tierras de Almería. Los descendientes de muchos de ellos dejaron las galerías mineras y se agarraron a la tierra como agricultores y hortelanos. Fue el caso del padre de Manuel, Domingo Bonillo Collado, conocido por “Chivones”, en cuya huerta, que aún se conoce por ese nombre, comenzó a trabajar el mayor de sus seis hijos, Manuel Bonillo Ossorio, a la edad de 9 años, hasta que, con 17, se alistó al bando republicano durante la Guerra Civil del 36/39. Concluida esta, pasaría otros tres años más de “mili” bajo el bando vencedor.
    De vuelta a su aldea, su vida fue la de un hombre sencillo de campo, jornalero, aceitunero y hortelano, querido y respetado por su honradez, honestidad y esfuerzo en el trabajo, con el que junto con su esposa, Emilia Avi Ibac, sacó adelante, no sin mucho esfuerzo y tesón, a sus tres hijos, Domingo, Juan Francisco y Manuel Jesús. Se hizo merecedor de la confianza de todos con cuantos trabajó y del respeto de todos los que lo conocieron.
    Hasta no hace tanto tiempo, casi nonagenario, se le veía todos los días, al amanecer, encaminarse con su burra a su huerta, aquella de su padre en la que comenzó a trabajar siendo un niño aún. En ella labraba toda clase de hortalizas de las que, cada día, presumía de que eran las más naturales, pues no les ponía producto químico alguno, siendo coherente hasta el final de sus días con el entorno en el que pasó toda su vida y del que vivió.
    Descanse en paz Manuel Bonillo, quien desde la sencillez de su vida la hizo importante para quienes lo quisieron y quienes le respetaron durante casi el siglo de su sencilla y honrada existencia.
    Por José María Suárez Gallego, cronista oficial de La Mesa.

    INÉS LÓPEZ MARTÍNEZ de Santisteban del Puerto
    A mi abuela

    Hola abuelita. Soy tu nieta María. Todos los días, en el mundo en el que yo vivo, rezabas siempre a Jesús y eras una gran seguidora de él. Todos los días te veía trabajando sin parar y, en estos momentos, estás al lado de al que tanto rezabas. Ahora ya no trabajas, ya descansas.
    El día en el que el Señor te llamó, todos lloramos porque pensamos que no te volveríamos a ver, pero yo pienso que sí te podemos ver, no en persona, pero sí te podemos ver presente en medio de nosotros, en la iglesia, en nuestro corazón... Si no queremos, ni insistimos no te podremos ver, pero si lo intentamos, sí te podremos ver. Ya nos puedes ver siempre que quieras, hablar con nosotros cuando quieras. Pero hay una regla de oro para realizarlo: abrir nuestro corazón. Cuando yo hago una cosa buena, y nadie me ve ni me felicita, no me preocupo porque yo sé que tú estás ahí dándome aplausos.
    Cuando esta familia ha tenido dificultades se ha notado que tú estabas ahí, como cuando me ingresaron en el hospital, en enero de 2013. Me recuperé a una velocidad que extrañaba bastante porque alguien que tiene una hemorragia digestiva no se recupera tan rápido y, encima, haciéndole una endoscopia —estuve ingresada 4 días—.
    Te doy las gracias por todo lo que haces por esta familia y todas las demás. Por cierto, ¿cómo va tu restaurante de arroz ahí arriba? Seguro que tu paella les gustará tanto a todos como a mí. Todo el mundo irá a comer ahí, ¿no? Echo de menos nuestras partidas de parchís. Tú siempre me dejabas ganar. Seguro que, algún día, en el cielo, podremos volver a jugar. Muchos besos y abrazos de tu nieta María.
    Por María Marchal Martínez (12 años).

    FACUNDO BURGOS RUIZ de Martos
    Un buen marteño

    Querido amigo Facundo. Ya no estás con nosotros. Estás en el cielo. Tengo la seguridad de que, en tu examen final, has alcanzado una nota muy alta, un sobresaliente. Dicen que las puertas del cielo están abiertas para todos, solo hay que querer llegar a él, y tú seguro que lo has conseguido. A todos, en el acto final de nuestra vida, nos pedirán cuentas sobre la nobleza, el amor, la amistad y el cariño hacia los que has tratado. Y eso lo has derrochado a manos llenas durante toda tu vida.
    Esa fue tu manera de vida durante tu paso por la tierra. Una vida llena de amor, alegría, buen humor y un trabajo constante y bien hecho, al que siempre acompañaba tu permanente sonrisa, tu honradez, el cariño que regalabas y transmitías a quien estuviera a tu lado. Ese gracejo, mitad español, mitad brasileño, que les encantaba a los marteños y te buscaban. Era como un seguro para pasar un rato agradable con el viejo amigo que venía de América todos los años.
    Qué lejos de aquellos años en los que te conocí y jugábamos en la calle Carnicería y nos íbamos a “La Ramonera” del horno de Luis, allí con los hermanos Cantos, los Rodríguez y Victorianos. Hablábamos de las chiquillas y nos fumábamos los cigarros de tamo (matalahúva). Jugábamos, también, a las cartas y al fútbol en aquella calle Carnicería, que tanto desnivel tenía. Carmen, la churrera, nos echaba, regaba su puerta y nos teníamos que ir.
    Pasó el tiempo y hubo que buscarse la vida con apenas edad. Dejar de jugar como niños y empezar con la cruda realidad del trabajo. Tú casi me enseñaste mi camino cuando me dijiste: “Me voy a trabajar a la ferretería de Diego Moya y, si te interesa, en la farmacia de los Carrasco, buscan otro chiquillo”. Casi me llevaste de la mano. Así empezamos en el mundo laboral, explotados y mal pagados, como, ahora, estamos aquí de nuevo. Hemos caído en muy malas manos. No son como las de Lula, el expresidente vuestro. La corrupción y la mala gestión nos ahogan. Dicen que tenemos lo que nos merecemos. No lo creo. Es cuestión de suerte y de honradez. Ahora me suenan aquellas palabras en las que decías: “El pesimismo es un lujo de los ricos y, el optimismo, un don de los pobres”.
    Tú, amigo Facundo, necesitabas volar y, así, estiraste las alas y volaste. Primero, a Valencia y, luego, cruzaste el charco. Allí desarrollaste el ingenio que llevabas dentro y creciste como un hombre de negocios. Dicen que detrás de un hombre siempre hay una gran mujer. Hasta en eso, Facundo, tuviste suerte. Enhorabuena.
    Nunca esperaba que la última visita que te hice en casa de tus cuñados fuera como una despedida, pero aquella fiebre y las pocas ganas eran un mal presagio. Cómo me acuerdo de tu interés por encontrar a Luis, el del horno. Tal vez ahí te lo encontrarás y yo mismo pronto te buscaré para que me lleves de la mano, lo mismo que fuimos a buscar la colocación mía en la farmacia. La muerte es un misterio. Nos morimos porque nos oxidamos. El problema es por qué una persona con corazón, emociones, pasiones y con inteligencia se muere y ya no aparece. Es cuestión de fe. Eso sí, aquí no ha aparecido nadie. Ni los santos. Ese es el misterio de la muerte. Nos queda la fe, la del carbonero, hay que creer y basta. Como decía Saint-Exupéry: “Lo esencial es invisible a los ojos; tan solo puede verse con el corazón”.
    Has dejado una huella imborrable aquí, en Brasil y en tantos corazones que trataron. Fuiste sembrando tu camino de una manera magistral. Ya no podremos hacer aquella entrevista para la revista “Día a Día” que tanto nos hubiera gustado a todos los marteños.
    Nunca supiste estar parado. Estoy seguro de que, ahora, trabajarás en el cielo con la misma intensidad que lo hiciste en la tierra. Eras un trotamundos y un hombre de negocios que derrochaba alegría. A tu lado no existían las penas.
    Ojalá hubieras tenido ocasión de desarrollar tanta actividad en España para crear aquí tanta riqueza como has generado en Brasil. Hombres de tanta valía es lo que necesitamos en España y en Andalucía para acabar con la lacra del paro que nos está asfixiando en la actualidad.
    Gracias, Facundo, de todo corazón. Nunca te olvidaremos. Cuenta con nuestro cariño, nuestras oraciones y nuestra gratitud. ¡Cuántos recuerdos y amor nos has dejado, Facundo”.
    El día 20 de febrero, se celebró, en la iglesia de los Padres Franciscanos, una misa funeral por ti. El templo estuvo a rebosar, lo que constituye una prueba más de lo mucho que los marteños querían a Facundo.  
    Por Juan Castellano Sánchez.

    ENRIQUE TORAL PEÑARANDA de El Escorial
    Recopiló la Historia de Andújar

    Hace unos días, la bandera del balcón del Ayuntamiento iliturgitano ondeó a media asta con un crespón negro. Se nos ha ido un Hijo Adoptivo, Enrique Toral Peñaranda, a la edad de 93 años. Investigador, historiador, intelectual, humanista, hombre de leyes, había sido nombrado Hijo Adoptivo por la Corporación Municipal el 19 de noviembre de 2009.
     Nacido en El Escorial (Madrid), era hijo del escritor iliturgitano Enrique Toral y Sagrista, uno de los últimos de Filipinas. La muerte le ha sorprendido con plena lucidez, trabajando con su vieja máquina sobre el poeta romántico sevillano Narciso Campillo unido en su juventud al universal Bécquer.
    Enrique Toral era el último consejero fundador del Instituto de Estudios  Giennenses (IEG) que permanecía entre nosotros. A esta institución —que ha quedado huérfana—, donó la biblioteca más importante que hay en nuestro país sobre la poesía del siglo XIX. Y es que la literatura española de esa época fue uno de los dos campos de investigación en los que destacó Enrique Toral. El otro fue la Historia del siglo XV de Jaén.
    Enrique Toral ha dejado un importante legado en la provincia de Jaén, pero, también, una imborrable huella en las personas que lo han conocido. Estuvo muy vinculado a Alcalá la Real a través de la Asociación Cultural Enrique Toral y Pilar Soler. Sobre su pecho llevaba con orgullo y devoción una medalla de oro de la Virgen de la Cabeza. Fue regalo que le hizo el Ayuntamiento de Andújar por ser jurado de los Juegos Florales de 1960.
     Andújar le debe a Enrique Toral el vasto conocimiento sobre el siglo XV. Esa centuria fue muy importante por marcar el final de la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna y por forjar los pilares del Humanismo y del Renacimiento. Fue un siglo especial para Andújar por la figura de Pedro de Escavias, un hombre de letras y armas que estuvo unido al Condestable Miguel Lucas de Iranzo y, a su vez, al monarca Enrique IV. En este siglo, a Andújar, Juan II le concede el título de “ciudad” y Enrique IV, el de “muy noble y leal”. Este mismo monarca añadió una orla con cuatro leones sobre su escudo. Todo este siglo queda reflejado en su magnífico libro “Andújar en el siglo XV” (Jaén, 2009). Año por año, Toral hila la historia de nuestra ciudad apoyándose en un corpus documental impresionante, incluso, abarca los trece primeros años del siglo XVI. Es una obra imprescindible para saber de la Andújar en aquel siglo y de la Historia de España con Juan II, Enrique IV e Isabel y Fernando —los Reyes Católicos—. Fue un tiempo en el que se forja la unidad de un país, España, que algunos ignorantes alentados por una nefasta política de Estado de años atrás no muy lejanos quieren romper.
    Conocí a Enrique Toral en Andújar y le agradecí su generosidad por todo lo que nos ha dejado sobre Andújar, la cuna de su padre. Queda recordarlo y releer su libro para un mejor conocimiento de nuestra Historia.
    Por Juan Vicente Córcoles.