Hasta siempre
Carmen Martínez Albarracínde Jaén
Homenaje a una compañera profesora
Carmen Martínez Albarracín procede de Granada, de una familia de raíces cristianas. Sintió la atracción de Jesucristo, que le fue guiando hasta que la llamó a una entrega completa en el Opus Dei. Fue constante su esfuerzo por enamorarse de Dios día tras día, y seguir a Cristo en medio del mundo santificando su trabajo profesional. Tenía una gran inquietud intelectual, que la llevó a interesarse por todo: desde cuestiones más profundas de las lenguas, hasta observar las maravillas de la naturaleza. También ejerció su labor profesional en la UNED y, durante varios años, en el Líbano.
Homenaje a una compañera profesora
Carmen Martínez Albarracín procede de Granada, de una familia de raíces cristianas. Sintió la atracción de Jesucristo, que le fue guiando hasta que la llamó a una entrega completa en el Opus Dei. Fue constante su esfuerzo por enamorarse de Dios día tras día, y seguir a Cristo en medio del mundo santificando su trabajo profesional. Tenía una gran inquietud intelectual, que la llevó a interesarse por todo: desde cuestiones más profundas de las lenguas, hasta observar las maravillas de la naturaleza. También ejerció su labor profesional en la UNED y, durante varios años, en el Líbano.
Han sido más de 20 años los que Carmen ejerció la docencia en Guadalimar, formando personas, ya que poseía un gran don para ello. Era una gran profesora, cariñosa y atenta con sus alumnas, a la vez que exigente.
Por lo que, curso tras curso, han sido muchas las alumnas a las que ella dedicó su tiempo, incluso cuando eran ya antiguas alumnas, sin faltar a ninguna de las ocasiones que se le brindaban para estar con ellas.
Muchas gracias, Carmen, por todos estos años de trabajo y dedicación junto a nosotras y no olvidaremos nunca que unas de tus últimas palabras, cuando intuías que Dios te podía llevar, fue el desearnos un buen curso.
Por Rosa Jiménez Zafra y el personal docente y no docente del colegio Guadalimar de Jaén
Francisco Ramón Ruiz Fernándezde Arjona
En memoria de un hombre asesinado por ETA
Francisco Ramón Ruiz Fernández, ese es el nombre de mi marido, el hombre al que, el pasado 30 de octubre y en Arjona, se le rindió un merecido y esperado homenaje. Bajo la lluvia y enfrente del cuartel de la Guardia Civil donde nació, se me vino a la mente alguno de los momentos más importantes de sus 26 años de vida llenos de compromiso e ilusión por su familia y la Guardia Civil. Era el 31 de enero de 1954 cuando, detrás de los muros del cuartel de la Guardia Civil de Arjona, rompía a llorar un niño, hijo de guardia civil destinado en Jaén. Allí, mi suegro, conocido por su trato afable y cercano con los vecinos arjoneros, tuvo la gran alegría de ver la cara a un hijo esperado y deseado que, años más tarde, seguiría sus pasos dentro de la Benemérita. Después de Arjona, la familia de mi marido se trasladó a Fuengirola para, más tarde, recalar en Almargen, un precioso pueblo de la Serranía de Ronda, donde yo vivía y donde nuestras vidas se unirían para siempre.
Yo era amiga de varias chicas, todas hijas de guardias civiles, y acudía a jugar con ellas a sus casas en el cuartel del pueblo. Fue allí donde conocí a un chico simpático y abierto, pero también serio y responsable. Solo teníamos diez años y, lo que comenzó siendo una bonita amistad, siete años más tarde, después de que Francisco hubiese concluido su período de instrucción para ser guardia civil en Valdemoro y cuando ya estaba destinado en Cullera (Valencia), acabó siendo un breve noviazgo, al que yo accedí con inmensa alegría. Habíamos crecido juntos, la vida nos había regalado la oportunidad de transitar por la adolescencia y primera juventud unidos, compartiendo tantas cosas. Al año de formalizar nuestro noviazgo, nos casamos en Almargen, en la iglesia de la Inmaculada Concepción. ¿Podíamos ser más felices? Sí, podíamos serlo porque al poco tiempo nació nuestra hija María Luisa y eso colmó nuestra familia de un júbilo imposible de describir.
Al ser ascendido a cabo, a mi marido lo trasladaron a Guizueta, en Navarra. Fue allí, el 16 de mayo de 1980, donde un comando terrorista de ETA acabó con su vida y la de su compañero Francisco Puig. Un vecino del pueblo conocía perfectamente los movimientos de mi marido e informó a los terroristas que entraron, con pistolas y metralletas, en el comedor del Bar Huici. Le tirotearon a corta distancia. Los asesinos salieron del bar a toda prisa, una furgoneta DKW los recogió dejando atrás dos muertos, dos vidas rotas y dos familias destrozadas.
Eran los terribles ochenta. Hacía apenas dieciséis días que yo y mi marido habíamos tenido un hijo, que, junto a nuestra hija María Luisa, conformaba nuestra familia y un proyecto de vida lleno de amor y futuro. Hacía pocos días que Francisco se había trasladado hasta Málaga para conocerlo y disfrutar de nuestra compañía. Fue la última vez que lo vimos y que pudimos disfrutar de él.
Treinta y dos años después he vuelto a Arjona, donde todo comenzó y donde sé que los arjoneros, y todas las personas de bien, sabrán reconocer a un hombre, mi marido, que entregó su vida por la libertad, la democracia y el bienestar de todos los españoles. La herida que nos han dejado a tantas familias como la nuestra, o las de los 224 guardias civiles asesinados por ETA, merecen un recuerdo siempre vivo, un homenaje sincero y leal para que podamos construir un futuro con justicia y en paz.
Por su viuda, Rosario Escalante,
de Almargen (Málaga)
Ramón Garrido Vallejos “El niño Monchi”de Vilches
Todos queríamos tener tu amistad
El pasado 30 de noviembre, nos dejó el conocido y popular vilcheño Ramón Garrido Vallejos, conocido por todos como “El Niño Monchi”. ¿Qué decir de El Niño Monchi? Tenía 79 años y últimamente su salud se fue deteriorando, pues veía con dificultad y andaba mal del aparato digestivo, hasta que finalmente murió. Nació y se crió en la calle Pastores con sus padres. Al morir estos, se hizo cargo de él su hermana y los últimos años estuvo con su sobrina, estando unas temporadas en Alcázar de San Juan y otras en Vilches.
Ramón Garrido, a pesar de su discapacidad, trabajó a lo largo de su vida en el campo, en la aceituna y, en sus últimos años laborales, lo hizo como barrendero en el Ayuntamiento. Era de la quinta del 54 y fue a la mili, donde lo apodaron “el cabo Garrido”. El “sorteó” con todas las quintas hasta que desapareció el servicio militar obligatorio. Recuerdo el año que sorteamos (yo era de su quinta), que nos marcamos como meta cortar el palmito que había en el camino de Jarabancil y llevarlo hasta la Plaza Mayor. Ayudándonos de sogas, que arrastrábamos entre todos, lo conseguimos llevar, con mil fatigas, hasta el barrio de Los Mesones. Allí, lo troceamos, pues fue imposible llevarlo hasta la plaza y subimos algunos de los trozos con macetas que robamos, como era costumbre. Llenaríamos varios folios de anécdotas del Niño Monchi. Él pasaba y nos hacía pasar a todos muy buenos ratos con sus dichos y ocurrencias. Era feliz y nos hacía a los demás serlo junto a él. Con su lenguaje particular te decía frases cómo, “¡Bien podemos los hermanos mayores!” o “¡Ruuuuuuuu Santa Elena!”.
Los que convivíamos con él, podemos decir que en Vilches siempre fue querido y estimado por todos, deseosos de sus amistad, pues tenía la gran virtud de hacernos siempre disfrutar. Siempre estaba dispuesto a hacer los recados que se le pedían. Los hacía raudo y veloz y, si alguno se mofaba de él, rápidamente los mandaba a….
Siempre le gustaba estar junto a los hermanos de la Virgen del Castillo. Portaba el estandarte de la hermandad, acudía a todos los actos y viajó con nosotros a Fátima, Madrid, Aracena, Jaén y muchos otros sitios. Todo ello lo hacía con gran devoción hacia la Virgen.
Para terminar, solo decir que su recuerdo perdurará por siempre entre los que lo conocimos bien y compartimos con él tantos y tantos buenos momentos.
Descanse en Paz.
Por Alfonso Rubia López,
presidente del Círculo Cultural La Peña de Vilches
Damián Ginel Jiménez de Segura de la Sierra
Mi hermano Damián
En la distancia te sabía ya muy enfermo, hermano, pero, en la distancia, las emociones y el dolor son menos. Para mamá y nuestra hermana, que habían ido más veces a cuidarte a tu casa o al hospital en los últimos años, no fue tan tremendo el golpe como para mí. Para mí fue un zarpazo terrible, pues nada más volverte a ver me empezó a escocer la pena, porque ya no encontré al hombre hermoso y luchador que siempre fuiste. Encontré a un hombre postrado en el cansancio del que ya no le quedan fuerzas de tanto estirar la esperanza, porque el puto ser que tiene dentro solo busca arrancarle la vida. Ay, hermano, cuántos motivos tuviste para dejar tu trinchera repleta de solvencia física y emocional al principio de tu guerra, pero no, tú seguiste ahí luchando como un jabato, una y otra vez, esta terapia y aquella, sin embargo, la larga lucha con victorias engañosas fue minando esa solvencia hasta que, irremediablemente, de tanto sufrir el abismo, apareció la amargura de la duda y de ella nació la resignación, y de la resignación, el abandono para dejarte llevar a donde quiera que ahora estés, si estás. Qué bueno si estuvieras con papá y nuestros hermanos. ¡Ojalá! me lo creyera.
Vale, hoy decido que me lo creo, Damián, dale muchos besos a ellos y diles que los seguimos queriendo y que jamás los olvidaremos. Como a ti tampoco te olvidaremos nunca. Cuidadnos a todos desde allí. Y escúchame, quiero pedirte que te sientas ya feliz, liberado de tu cuerpo esclavo de la maldita enfermedad y afortunado por haber tenido siempre a tu lado el calor y el cariño de toda tu familia y, en la vanguardia, a tu mujer y tus hijos, ese equipo de amor y generosidad hecho piña en torno a ti, queriéndote, cuidándote y arropándote desde el primer día y hasta el vértigo de la no solución, de la angustia de la desesperanza. Siempre ahí contigo y para ti.
Tu hijo, mi niño, tan sensible y tan dolido, de sentimientos nobles y enorme corazón. Cuando llegué sola a esta última urgencia, me dijo camino del hospital: “Tita, mi padre te está esperando”. Y no se equivocó, a las tres horas de volver a escuchar mi voz, corrió una lágrima por tu mejilla que se clavó como un cuchillo en mi alma, y nos dejaste. Te pude dar los mil besos que nuestra hermana y tus sobrinas y sobrinos te enviaron conmigo, y el millón que te envió mamá mientras se preparaba para volver contigo con su nueva medicación. No le dio tiempo. Y ahí está ahogándose en lloros y rezos profundos como su pena, porque la cara fea de la vida no para de morderle el alma. Si hay algo bueno con lo que quedarse, es que estuvimos las tres allí contigo la semana pasada, cuando aún podías sonreír (reír ya no) con nosotras, sentir las constantes caricias de mamá, de pie junto a tu cama, sin soltarte la mano. No pudimos separarla de tu lado. Ni siquiera por la noche se acostaba. ¡Pobre mamá!
Solo tres horas, Damián, y no sé si me oías y/o me sentías, pero no paré de besarte y de acariciarte junto con tu hija que no se separó de ti en ningún momento, ni antes ni después de que nos dejaras ni la noche anterior ni la anterior.
¡Qué gran fortaleza la de tu hija!, mi niña, manteniéndose ahí, entera y bañada en lágrimas de dolor y despedida. Y qué tristeza ver a tu mujer, mi cuñada, con sus vértebras dañadas al intentar evitar tu última caída, inmovilizada en una cama junto a tu cama. Ni la cabeza, solo los ojos podía mover. Y, como colofón a tanto sufrimiento, después de tanto cuidarte, de siempre cuidarte, el drama de no poderte acompañar en el último momento. ¡Qué mezquina, sórdida y miserable, por no decir hijaputa, puede ser la vida a veces!
Hermano, no sabes cuánto nos dueles aquí en la incierta existencia, nos hemos quedado todos con el triste duelo de la pérdida, con el llanto acorde de la pena, donde rezan los creyentes y los que no sabemos si creemos. Nuestro dolor es grande, muy grande. Pero el mío, además, es torpe, porque no entiendo por qué tú. Y es un dolor de rabia que me angustia y que me quema por no poder enfrentar con mi absoluto desprecio a la muerte maldita y caprichosa que nos ha arrebatado impunemente a un ser tan especial. Tus sobrinas y sobrinos te han llorado de verdad. He visto a tu suegra llorar con lágrimas ciertas. Y hasta he visto lágrimas y tristeza en los ojos de tus amigos, los de aquí y los de Palma de Mallorca. Hermanico mío, hermano de padres y amor, de infancia compartida, de adolescencia y complicidad, de primera juventud, de pandillas y guateques, erudito conversador, cultivado, inquieto, curioso. ¡Cuantísimo ha perdido el mundo al tener que prescindir de ti! Me horroriza pensar que nunca más estaremos juntos en el “Gorrión” tomando ese vino rico y ese delicioso queso que tanto te gustaban.
¡Me ahoga la pena, Damián! Siento un dolor físico y punzante que brota de mi alma asqueada, cansada ya de acumular silencios tempranos en mi corazón. Muerte a la muerte, ¡¡¡¡por Dios!!!!
Por Lola Ginel Jiménez,
de Jaén
Antonio Trujillo García de Badajoz
Un hombre que trabajó por Jaén y sus gentes
El pasado sábado nos dejó un hombre de Jaén (aunque no nació aquí) que, en su larga trayectoria profesional y de hombre comprometido, aportó más que un granito de arena al desarrollo de Jaén y de sus gentes… Yo no estaba aquí el sábado, 24 de noviembre, por eso cuando conocí la noticia, he querido, aunque brevemente, recordar aspectos positivos que tuvo para Jaén, sacando de mis recuerdos algunas de esas contribuciones y alguna que otra oportunidad que a mí me facilitó para el mejor desarrollo de mi primer trabajo, como profesional del área social.
Antonio Trujillo (don Antonio, como lo llamaba yo) fue un magnífico director de Cáritas Diocesana en los años 60, facilitándonos a las profesionales de entonces medios suficientes para implantar, en toda las provincia, el germen de lo que después serían los servicios sociales. Estuvo poco tiempo, pero ese tiempo muy aprovechado porque, con la ayuda de Esteban Ramírez, entonces delegado episcopal para Cáritas Diocesana, el equipo se profesionalizó y comenzó su mejor época de expansión. Después, siguió vinculado con la sociedad jiennense aportando sus conocimientos, siempre ilustrados, y de gestión en la Cámara de Comercio, en la política y, por último, en la primera presidencia del Consejo Social de la Universidad de Jaén, trabajando en ella, con plena dedicación, por lo que, cuando yo lo relevé, me encontré con una institución consolidada que me permitió orientar con seguridad, una nueva línea de conocimiento y participación ciudadana, que me resultó fácil, ante la base que él ya habría creado.
No voy a entrar en más detalles que el pueblo de Jaén conoce, pero, eso sí, quería porque me lo habían pedido, y porque hay que ser agradecida para ser bien nacida, expresar un cariñoso recuerdo de su figura como hombre comprometido con Jaén y agradecerle públicamente sus contribuciones para con Jaén, su pueblo y su Universidad, pese a que el relevo que yo le hice en la presidencia del Consejo Social no lo encajó muy bien…
Ya no sé si fue solo por ser mujer (pues yo conocía “cariñosamente” su talante machista) o había alguna otra cuestión que no quiso revelar y que se evidenció el día de mi toma, oficial, de posesión. Querido don Antonio, Jaén te recordará y yo seguiré guardando en mi “mochila” las muchas situaciones que compartimos en bien de esta tierra que tanto quisiste. Y los buenos recuerdos que me quedan de tu persona.
Con un abrazo para tus familiares, hasta siempre.
Por Ana María Quílez García,
de Jaén