Hasta siempre
Miguel Ochando Montoro de Jaén
Un padre bueno, sencillo y trabajador
Decía un escritor francés, Francois Mauriac: “La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente”.
Querido papá: Aquella noche, a tu lado, en el umbral de tu muerte, te dije lo mucho que te quería. Aún recuerdo mi mano acariciándote y murmurándote lo mucho que te iba a echar de menos. Me vienen a la memoria recuerdos de mi infancia, cuando me sentaba en tu regazo, tu manera cariñosa de llamarme “Inmota”. Cuántos besos te pude dar a lo largo de la vida, cuántas veces te acariciaba la cara y te decía: “¡Guapo!”. Nunca de mi lado quería que te hubieras marchado, papá, pero Dios así lo dispuso. Te marchaste de nuestras vidas repentinamente, como tú querías y decías, sin hacer ruido.

Un padre bueno, sencillo y trabajador
Decía un escritor francés, Francois Mauriac: “La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente”.
Querido papá: Aquella noche, a tu lado, en el umbral de tu muerte, te dije lo mucho que te quería. Aún recuerdo mi mano acariciándote y murmurándote lo mucho que te iba a echar de menos. Me vienen a la memoria recuerdos de mi infancia, cuando me sentaba en tu regazo, tu manera cariñosa de llamarme “Inmota”. Cuántos besos te pude dar a lo largo de la vida, cuántas veces te acariciaba la cara y te decía: “¡Guapo!”. Nunca de mi lado quería que te hubieras marchado, papá, pero Dios así lo dispuso. Te marchaste de nuestras vidas repentinamente, como tú querías y decías, sin hacer ruido.
Ya estás con mamá —tu amada esposa Isabel— y con amigos que iniciaron ese viaje antes que tú, sobre todo, con tu gran amigo Calero.
Decías que poseías título nobiliario sin ínsula, del que te jactabas con humor, y te sentías orgulloso, el conde “Tarari”. Atrás se quedaron ratos de tertulias en “La Palmera”, que regenta Alfonso, tertulias con sabor a rancio de unos caballeros incansables, que recordaban sus aventuras y desventuras de tiempos casi olvidados. Ahí se quedará para siempre tu pequeño rinconcito. Desde la distancia, tu buen amigo e inseparable Antonio Cano (como un hermano para ti), lloró de impotencia tu inesperada marcha, casi con “reproche” por no haber podido estar a tu lado y darte su último adiós. También, te echarán de menos esas buenas gentes, vecinos del barrio del Almendral.
Trabajador incansable, me acuerdo ahora de cuando nos reuníamos en casa, de cómo contabas a tus yernos, una y otra vez, algunas anécdotas del tiempo que pasaste trabajando en Suiza, etcétera, de cómo, con tanta fatiga levantaste tu casa, de la que estabas muy orgulloso, y presumías a los cuatro vientos de lo bien hecha que estaba, —que ni tan siquiera una gran piedra que un día se desplomó de la ladera sur del Castillo de Santa Catalina y rodó hasta ella, pudo derribarla— ¡Uf, a Dios gracias! Por suerte, no hubo que lamentar daños personales y todo se quedó en un gran susto y su posterior anécdota.
Fuiste una persona buena, sencilla, trabajadora, un magnífico padre que nos inculcaste a todos los que te rodeábamos unos valores infinitos —fortaleza para el trabajo, el prestarnos a quien nos necesite, la sonrisa en nuestro rostro, el amor a los demás, el saber estar, la fuerza para afrontar los problemas y la honradez—. Nunca te veíamos enfadado, ni cabreado, incluso en los peores momentos de tu vida que sufriste con la penosa y larga enfermedad de mamá jamás se te vio abatido.
Demostraste una fuerza, una entereza, una superación fuera de lo común. También es verdad que contaste en todo momento con el apoyo y la ayuda inestimable de tus cinco hijas, yernos y nietos, que, en ningún momento, te dejaron solo ante la adversidad.
Enseñaste el oficio de albañilería a tus sobrinos (buenos maestros hoy día) y a algunas personas más. Siempre estabas dispuesto para cuando te necesitábamos o te necesitaban. Nunca ponías un pero a nadie.
Eres y serás para tus nietos el abuelo de las “gorras”, como cariñosamente te llamaban. Que sepas que nunca te olvidaremos, y que estamos muy orgullosas de ti. ¡Podríamos decirte muchas cosas más, pero se quedan en nuestro corazón!
En fin, papá, me quedo con la reflexión del escritor francés que encabeza el escrito. Adiós.
Por tus hijas.Juan Martínez Ortegan de Cazorla
“Una persona que creó escuela en Cazorla”
Corría el año 1979, contaba con 3 años cuando tuve el honor de conocer a esta persona de bien. Mis padres y hermanos hacían la recolección de la aceituna en La Casería, en el Río Cañamares, y, obviamente, no tenía edad para percatarme de las cosas de los adultos, pero sí que tengo grabado en mi retina aquel momento en que conocí a Juan. Fue durante una de tantas visitas que él hacía a La Casería para preocuparse por los hombres y mujeres que tenía para la recogida de la aceituna en su finca. Casualmente, mi hermana mayor junto con mi cuñado me llevaron para ver a mis padres y hermanos. Fue a nuestra llegada que Juan se encontraba justamente hablando con mi padre y nos vieron bajar del coche y Juan quiso conocer al hijo menor de José Padilla, el aguador de las cuadrillas de aceituneros. La impresión que tuve cuando Juan me cogió en brazos era como si fuese de la familia por el modo en que me habló y por la cordialidad que tenía con mi padre.Después, con el paso de los años, mis padres y hermanos siguieron haciendo la campaña de la aceituna en La Casería y, en las vacaciones de Navidad, mi hermana mayor aprovechaba para ir a verles, pero yo siempre iba con la esperanza de encontrarme una vez más con aquel hombre que jamás aparentaba ni alardeaba de su patrimonio no sólo económico, sino intelectual. Parecía algo del destino porque coincidía que cuando llegaba a La Casería siempre lo veía (creo que más que el destino, era que su calidad humana le hacía estar a pie de campo para ver las necesidades de sus trabajadores. Ya, en esos momentos, tenía edad suficiente para mantener una conversación fluida con Juan y siempre eran diálogos aleccionadores por su sabiduría y por cómo enfocaba cada uno de los temas de los que hablábamos. Tengo un hondo pesar por no haber asistido a su funeral, ya que, por motivos de salud, me encontraba en el hospital, pero tengo la certeza de que, si existe algo después de la muerte, Juan, tú estarás en el lugar que se merecen las personas de bien.
Con el mejor de mis deseos para la familia de, por qué no, don Juan Martínez Ortega se despide este vuestro amigo.
Por Ángel Padilla Romero, de Huesa.MANUEL GÓMEZ RAMíREZ de Jaén
“Nunca más podré volver a decirles que les quiero”
Querido papá:
Un mes hace que te fuiste, y lo hiciste de la manera que tú querías: a tu aire y sin hacer ruido. Y te fuiste a su encuentro, al encuentro de uno de los mejores seres humanos que he podido llegar a conocer, te marchaste a su lado, como tú querías, al lado de la que le dio la vida a mis hermanos y a mí, al lado de Paquita Carrillo, ese ser tan maravilloso, ese ángel, esa esposa entregada y madre que desinteresadamente siempre se entregaba a cambio de nada. Esa gran madre que todo lo dio por sus hijos y por ti, papá. Al igual que es una desgracia cuando un padre o una madre tienen que enterrar a su hijo querido, también lo es cuando un hijo tiene que enterrar primero a su madre y, después, a su padre.
Un cúmulo de sentimientos se entremezclan para dejar paso a una fría soledad, la soledad del silencio y de la desesperación de saber que nunca más podré volver a decirles al oído que les quiero con toda mi alma y con todo mi corazón. Atrás han quedado ya en el olvido y para siempre los resentimientos y las culpas para dejar paso a la nostalgia y el sentimiento de haber tenido a los mejores padres del mundo.
Desde estas pequeñas palabras mal dichas, pero con tanto amor, os doy las gracias. Gracias por habernos dado la vida a mis hermanos y a mí, por habernos cuidado, protegido, mimado hasta la saciedad. Gracias a los dos. A ti papá, por luchar por nosotros. Sin tu ayuda no hubiéramos sido lo que hoy en día somos. Gracias de verdad, papá, por tu cariño y dedicación sin esfuerzo alguno. Y, a ti, mamá, qué decirte. Con lágrimas sí te digo que sigues dentro de mí, en alma y pensamiento, que no hay día que no me acuerde de ti. Con tu muerte, mamá, te convertiste en mi guía, mi sombra, eres parte de mí como yo soy parte de ti.
Qué orgullo, madre, poder decir que soy hijo tuyo.
Te quiero, mamá. Te quiero, papá. Hasta siempre.
Por vuestro hijo David.JOSÉ RAMÍREZ ERENAS
de Andújar
Se fue un artesano que amaba el barro
Se nos fue José Ramírez Erenas en silencio, en estos días otoñales de hojas amarillentas y nubarrones en el cielo. Tenía 82 años, todos llenos de vida y trabajo. Un hombre solitario, pero querido, que buscó su independencia como algo vital. Y así ha sido hasta que la muerte, con la que nunca estamos de acuerdo ni preparados, nos lo ha arrebatado. Se va un alfarero-ceramista. Con él se pasa página de una generación de artesanos. José Ramírez vivía en la calle que lleva su nombre, junto a los muros del Convento de la Limpia y Pura Concepción de las Madres Trinitarias. En una casa blanca, de ladrillo y tapial, con un amplio patio y corral con pozo. Una casa muy del siglo XIX, de arquitectura popular, de las que marcaban la silueta de una Andújar blanca y apaisada. Nacido en 1928, José Ramírez es uno de esos hombres y mujeres que la vida le acondicionó para el trabajo, viviendo una guerra de niño y una posguerra como adolescente. Rafaela López y yo lo visitamos, en diciembre de 2006, para un reportaje para Diario JAEN, y a los dos nos contagió el optimismo por el trabajo y la vida. De sus manos, de su torno y de su alfar salieron miles de piezas de cerámica que han universalizado a esta ciudad desde el siglo XVI. Figuritas, piticos, jarras grutescas, platos, alcuzas, etcétera. Nos decía que había aprendido este oficio con once años y que él lo hacía todo. Modelaba, pintaba y cocía, siendo “el barro un elemento que crea imagen e ilusión”. Se nos ha ido en silencio, como vivió. Queda el recuerdo de su trabajo y de su calle. Por Juan Vicente Córcoles.Francisco Parra Martos de Valdepeñas
Ejemplo para entender la palabra amigo
Una de las últimas frases que, por medio de tu compañero y amigo Francisco Martínez Sabina, has dejado como admirable legado para cuantos hemos gozado de tu amistad, siempre dicharachera y jovial, se la decías con un hilo de voz para que esta recorriese, por teléfono desde Madrid a Jaén, y no tiene ejemplos con qué compararla. Le decías: “Curro, reza por mí,”. La frase me la transmitía quien es y seguirá siendo cabeza visible de un grupo de amigos que enarbolamos la amistad como bandera en el transcurrir del tiempo. El Paseo de la Estación fue el lugar donde Curro Sabina me atenazaba el alma con tu mensaje de un cristiano valiente ante la adversidad inevitable.
Él, Curro, se comía sus propias lágrimas ante la última verdad a la que el hombre se suele aferrar si Dios le da tiempo a ello. A ti te lo dio, y todos cuantos te hemos conocido en la distancia corta del abrazo amigo y en la larga por el poder de los sentimientos, lloramos tu inesperada ausencia. ¿Pero cómo es posible que tú, Paco Parra en Jaén y Francisco Parra en tu Valdepeñas natal, hayas abandonado esta vida llena de vitalidad, el 15 de noviembre, a los 65 años, a una semana de soplar la tarta de los 66, dejándonos a todos tristes y sorprendidos? Y no digamos nada de tu inseparable y amada esposa Encarnita, de tus hijos Francisco, José Carlos y Carmen María. Por añadidura, tu hijo Paco te había dejado, para alegrarte la vida a lo largo de los años, a tres nietas —María, Lucía y Claudia—, trillizas ellas, que, con dos años, eran ya la máxima de tu propia existencia.
Tus amigos no nos olvidamos de tu hermano menor, Eugenio, tan amable y cariñoso, y, como tú, también, inspector jefe del Cuerpo Nacional de Policía, ya en la reserva.
Paco, has sido hasta el final de tus días, aunque en segunda actividad sin destino, un funcionario ejemplar, fiel cumplidor de tu deber desde tu responsabilidad domo inspector jefe del Grupo Operativo de Seguridad Privada de la Comisaría de Jaén. Llevabas diez años de tranquilidad profesional, gozando de tu gran afición a la caza menor, aunque, años atrás, cuando nos dimos a conocer en 1984 —yo acababa de regresar a mi plateada tierra—, tú formabas entonces parte del equipo gubernativo de Espectáculos Taurinos del coso de La Alameda, trabajando codo con codo, por el bien y la pureza de la fiesta de los toros en tu puesto de delegado gubernativo con Curro Sabina, como presidente; José Antonio Muñoz, en su condición de secretario, y demás compañeros de gestión, que la ejercíais por afición, sin asomo de notoriedad y sin remuneración alguna… Luego, todos os unisteis para cerrar un ciclo en circunstancias que no vienen al caso, qué caso, os obligó a ello. ¡Adiós al mejor equipo gubernativo que ha tenido la plaza de toros de Jaén!
En tu haber hay que anotar la parte correspondiente, con tu eficaz gestión, para lograr el éxito que supuso la celebración en Jaén del II Seminario de Equipos Gubernativos y Veterinarios de Plazas de Toros de Andalucía, celebrado en marzo de 1992. No suspendiste ahí tu andadura para seguir formándote como funcionario y aficionado, porque tu presencia se hizo real en otros seminarios, cursillos, jornadas y congresos para miembros del Cuerpo Nacional de Policía en Jerez de la Frontera, Granada, El Puerto de Santa María, Huelva, Córdoba, Salamanca, Zaragoza, Madrid y alguna otra ciudad.
Quede en el recuerdo —la memoria a veces falla— el sentimiento que tú, querido Paco Parra, has dejado entre este amplio grupo, de cómo es la amistad por la que merece la pena entregarse en cuerpo y alma: el amor sin fisuras. En nombre de ese grupo: “¡Hasta siempre, amigo Paco!”.
Por Alfredo Margarito.